n los inicios de nuestro periódico, Octavio Paz escribió un editorial sobre la migración y sus vivencias personales.
Lo que considero principal: “Como muchísima gente en el siglo XX, yo he sufrido y gozado la suerte de los inmigrantes. Cuando yo era niño, mi padre tuvo que dejar México. Era la época de la Revolución Mexicana, y mi padre, que había participado en política y colaborado con el grupo de la Convención y con Emiliano Zapata, tuvo que salir huyendo después de las grandes derrotas del Ejército del Sur. Salió huyendo y tuvo que irse a Estados Unidos de representante personal del general Zapata.
“Nosotros, migrantes, tuvimos que unirnos a él un año después. Era entonces muy niño, me acuerdo muy vagamente. Atravesamos todo el país en tren. Todavía los trenes iban muy escoltados por soldados porque había frecuentemente tiroteos con las guerrillas. A veces, en alguna de las estaciones desoladas del norte, se veía en un poste a un colgado con la lengua fuera. Para mí éste fue un recuerdo inolvidable, un viaje terrible de más de una semana desde la Ciudad de México hasta la frontera, donde nos esperaba mi padre.
“De ahí fuimos a dar a Los Ángeles, donde vivimos dos años. De modo que desde niño tuve que vivir la suerte del refugiado, tuve que aprender a hablar otro idioma y a saber enfrentarme a niños distintos a mí.
“Todavía recuerdo mi primer día en una escuela estadunidense. Como es costumbre allí, al mediodía había un lunch. Yo pedí una cuchara, y la pedí en español, porque era el único idioma que sabía hablar. No se puede imaginar cuáles fueron las risotadas de los demás niños. A la salida, en aquellos patios desolados de las escuelas primarias estadunidenses, me retaron y tuve que librar mi primera pelea. A los gritos de “ spoon, spoon!” me dieron unas bofetadas terribles. Tres años después volví a México, al colegio, y a ser maltratado, porque, otra vez, era yo un maldito extranjero. De modo que sufrí por partida doble como todos los inmigrantes, que son extranjeros en el país al que van y lo siguen siendo en su propio país.
“El hombre, antes que nada, fue nómada. Sólo muy tardíamente, hace apenas 4 o 5 mil años, cuando se desarrolló la agricultura, se hizo sedentario. Esta nomadización ha actuado como los grandes vientos, que cambian la superficie del paisaje, pero también como las corrientes submarinas, que trastornan la composición del mar.
A mi juicio, los grandes cambios de la historia no sólo son económicos, científicos, ideológicos o religiosos; lo más importante es y sigue siendo la demografía, los grandes cambios de población de un lugar a otro. Hay que recordar las grandes migraciones del fin del imperio romano.
“–¿No cree que la palabra América nos trae inmediatamente a la memoria la palabra migrante?
“–En América tenemos gran conciencia de eso, porque todos los americanos somos emigrantes; nadie es de aquí. Los primeros que llegaron aquí fueron los indios, de Asia, probablemente, y bajaron, sin caballos, desde Alaska hasta Tierra del Fuego, durante miles de años, en emigraciones extraordinarias. En México, los monumentos de los primeros mexicanos muestran las huellas de los pies, que indican migraciones.”
(Yo también fui un emigrante: Octavio Paz
, de La Jornada, 1984.)