Viernes 13 de diciembre de 2024, p. 3
Tras concluir la prepa, con muchos esfuerzos
, Bernardo Flores Rocha tuvo infinidad de trabajos. Entre otros, fue mesero y dependiente en una tienda de maniquíes. Pero un día dijo: ni madres, voy a hacer algo diferente
, y decidió seguir un llamado de infancia, cuando observaba y seguía la inventiva de su mamá, doña Lupita, para hacer muñecos de peluche y figuritas de migajón, así como la facilidad de su hermano Ramón para dibujar.
Así determinó dedicarse al dibujo y salió con una caja de gises de colores y un bonche de hojas a apostarse a las afueras de la arena de lucha libre, su otra gran pasión, para hacer y vender entre los aficionados imágenes de los gladiadores.
Nunca imaginó que esa actividad no sólo sería un medio de sustento, sino su entrada al mundo del pancracio, y que lo convertiría en México y el extranjero en uno de los más reconocidos coleccionistas de máscaras de luchadores, las cuales ha obtenido entre los propios exponentes a cambio de sus dibujos.
Pero no todo quedó allí, sino que su talento lo llevó a incursionar primero en la pintura y casi de la mano en el muralismo, donde ha ganado renombre en el medio luchístico y que se ha extendido al del futbol y la farándula.
Ahora, casi 15 años después de ese vuelco en su vida, Bernardo Flores (Ciudad de México, 1980) dio el salto
al muralismo de contenido histórico y político, con El espejo de la historia, pieza en la que plantea un recorrido por el devenir nacional, desde la guerra de Independencia hasta nuestros días.
Como sus demás murales, éste se encuentra en un espacio privado que, sin embargo, brinda atención al público: el restaurante-bar El Cuatro 20, que se ha convertido en uno de los principales puntos de encuentro de artistas, fotógrafos y periodistas en el Centro Histórico, ubicado en Isabel la Católica 10. Otras de sus piezas están en el Museo del Juguete y en la taquería Chabelo, además de karaokes de esta capital.
Para esta obra, que será inaugurada hoy en un acto privado después de seis meses de trabajo, el pintor contó con la colaboración de su sobrino, Andrés Flores Cervantes (Ciudad de México, 1994), con quien ha formado una mancuerna artística desde su primera creación en ese género, hace unos 13 años.
Mientras dan los últimos retoques a esa pintura, que abarca un muro esquinado de 14 metros de largo por dos y medio de alto, los artistas, ambos de formación autodidacta, asumen en entrevista el desafió de abordar un tema tan complejo como la historia moderna del país, sobre todo tratándose de un lugar concurrido por personas con diferentes formaciones, ideologías y criterios.
Procuramos una visión neutra de la historia, lo cual es muy difícil; aunque no se quiera, siempre hay una carga crítica. No soy alguien tan de amplia cultura, pero conforme vas creciendo te das cuenta de que nuestros gobiernos cambian de máscara, pero siguen siendo el mismo luchador rudo de siempre
, señala Bernardo Flores.
En este mural sí hay crítica, aunque, al ser un encargo, debimos omitir varios aspectos. Entendemos que es un restaurante al que vienen desde el cura hasta el punk, el político y el artista. Entonces, simpatizar con algún partido o causa puede ser incómodo. Siempre tuvimos libertad creativa, sólo se nos pidió no tocar nada de política ni religión, evitar temas como la tauromaquia y dar relevancia a aspectos como la diversidad sexual, la lucha contra el cáncer y los terremotos en la Ciudad de México de 1985 y 2017.
El mural El espejo de la historia adoptó ese nombre porque el proyecto original planteaba abordar los temas con los que se inicia y concluye: el estallido de la Independencia y una ceremonia cívica en la que un grupo de niños conmemora esa gesta. Pero también porque en él se reflejan algunos de los principales pasajes y personajes de estos más de 210 años como nación libre y soberana.
Se divide en seis bloques engarzados de forma cronológica, en los que se alude a la Independencia, la Reforma, la batalla de Puebla, la Revolución, el movimiento estudiantil de 1968 y el México actual, así como a la parte cultural, histórica, deportiva y científica, además de tradiciones como la charrería.
El punto central de la obra es un águila real con las alas extendidas, que simboliza a nuestra patria
, con un fondo ficticio donde el crepúsculo coincide con el alba, pues la idea de los autores es remarcar que nuestra historia moderna ha transitado de la oscuridad a la luz.