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▲ Portada de Kind of Blue, álbum de Miles Davis que cumple 65 años.
 
Periódico La Jornada
Sábado 7 de diciembre de 2024, p. a12

Cada vez que escucho el disco Kind of Blue, de Miles Davis, pienso en La noche estrellada, de Van Gogh, y esos sonidos y esas imágenes me llevan al misterio de los Himnos a la noche, de Novalis.

Esas tres obras maestras son referentes de la cultura occidental y en ellas palpitan distintos tonos de azul (kind of blue), variaciones de luz (Novalis) y el destello glorioso del reino de la noche azul con amarillo (Van Gogh). Son el palpitar de lo nocturno y el anuncio de la luz del día.

Escuchar el álbum Kind of Blue es una ceremonia semejante a pulsar en las manos nuestro ejemplar de los Sonetos de Shakespeare, solazarnos frente a El nacimiento de Venus, de Boticcelli, o simplemente cerrar los ojos y gozar. Porque un clásico será siempre un clásico.

Y sucede que uno de esos clásicos, Kind of Blue, cumple 65 años y entonces el ritual amerita connotaciones nuevas, por ejemplo asociar la obra maestra de Miles Davis con la obra mayor de Van Gogh con la obra suprema de Novalis. Círculos concéntricos, obras paralelas.

Y esta nueva manera de abordar el que es considerado, con creces, el mejor disco de jazz de la historia y de todos los géneros musicales, se antoja porque hace cinco años, cuando Kind of Blue cumplió sesenta, documentamos la génesis, naturaleza y detalles técnicos de este álbum.

Siempre resulta novedoso decir que el título, Kind of Blue, es un buen ejemplo de polisemia, nacido del lenguaje coloquial entre los músicos que hicieron este disco y que de esa misma manera bautizaron las cinco obras que lo conforman.

Kind of Blue puede significar un poco triste, pero también un tono azul, o una forma azul.

La primera acepción queda descartada si tomamos en cuenta que el blues, género que asocia el color azul (blue) con estados del alma, no es una música triste, como se ha querido creer.

El blues en realidad es un conglomerado de emociones cuyo epicentro es la lucha, la resistencia, la batalla, la sobrevivencia. La mayor parte de los buenos temas de blues son bailables, alegres, jacarandosos. Hay obras de ese género que parten el alma, es cierto, como esa obra maestra de John Lee Hooker titulada Moanin’ the Blues.

La demostración de la amplia gama de tonalidades sonoras está en el episodio cuatro de este disco, cuyo título lo dice todo: All Blues.

Algunos tonos de azul:

Azul de Prusia, azul turquesa, azul rey, azul celeste, purpúreo, zafiro, añil, acero, cerúleo, aciano, azul Alicia, azul claro, cobalto, azul marino, azul egipcio, azúl eléctrico, azul Francia, azul monastral, azul Klein, azul maya, azul Munsell, azul océano, azul pálido, azul neón, bigaro, turqui: all blues.

La manufactura del disco Kind of Blue pertenece a las sagas distintivas del avance de la humanidad.

Como toda saga, está rodeada de leyendas, entre ellas que fue grabada de un sentón, o de una sentada y a eso contribuyó la prosa de Bill Evans, quien además de ser uno de los más exquisitos pianistas de la historia del jazz, fue un escritor muy fino y redactó las notas al programa, que aparecen en la versión original del disco, en acetato, cuando en sus contraportadas cabían ensayos literarios enteros.

Para alimentar la leyenda de que Kind of Blue lo lograron en una sola toma, sin repeticiones ni ensayos ni correcciones, Miles Davis recurre al ejemplo máximo de proezas de ese orden: la caligrafía japonesa.

Nos instruye Bill Evans:

“Hay un arte visual japonés que obliga al artista a ser espontáneo. Debe trazar sobre un fino pergamino con un pincel especial y tinta aguada negra con destreza tal que el mínimo trazo no natural o interrumpido destruye la línea o rompe el pergamino. Imposible hacer cambios o correcciones. Este artista debe practicar una disciplina peculiar, que permita a la idea expresarse sola y de manera directa sin interferencia de deliberación alguna.

“Las obras resultantes –continúa su parábola Bill Evans– acusan ausencia de composiciones complicadas o texturas, propias de las obras de arte pictóricas convencionales, pero se dice que aquellos que saben ver bien, encuentran algo que captura todo aquello que escapa a las explicaciones o descripciones”.

Al escuchar el disco, la trompeta de Miles Davis asemeja, en efecto, un trazo caligráfico japonés. Es un sonido místico y lleno de imperfecciones perfectas, válgase la aparente paradoja, dado que los trazos de tinta china japoneses se parecen mucho a las emisiones sonoras que nacen del pabellón plateado del instrumento. Quienes saben escuchar bien, perciben, en efecto, filamentos al final de cada frase, contornos entrecortados, manchones que cobran la categoría de obras de arte.

La calidad creativa, la categoría artística de obra imperecedera, perfecta, clásica, es resultado de la imantación mediante la cual Miles Davis logró cada uno de sus álbumes y en cada uno de ellos formó a gigantes que después formarían sus propios grupos a su vez.

A él le debemos, por ejemplo, a Keith Jarrett y en el disco que hoy nos ocupa, a Bill Evans, quien es el modelo que siguió a su vez Jarrett y también Miles catapultó a John Coltrane, quien hizo mancuerna de saxos con su par, Cannonball Adderley, mientras en el contrabajo acústico, Paul Chambers realiza actos de brujería que nos transportan a estados de conciencia superiores. Completa ese trabuco Jimmy Cobb, quien desde los tambores mediante baquetas y escobillas, limpia la atmósfera para que sus compañeros semidioses logren hacer un disco clásico.

Tan clásico como La Noche Transfigurada, de Van Gogh. He aquí los parangones: tanto en Kind of Blue como en el óleo del pintor holandés, la noche impera en su caminata rumbo al amanecer, en el instante exacto donde la sombra es sombra pero está a punto de ser luz. Cuando los tonos más claros de azul muestran las primeras luces de la mañana.

Escribió en una carta a su hermano Theo: Esta mañana vi el campo desde mi ventana mucho antes del amanecer sin nada más que la estrella de la mañana, que se veía muy grande.

Esa estrella es Venus mientras la luna la pinta estilizada y las espirales de las estrellas proporcionan el movimiento hipnotizante que nos mece al escuchar el disco de Miles Davis, mientras la atmósfera de sensual quietud de la música nos lleva de la mano al lienzo de Van Gogh como un pueblo a la luz de la luna.

Ambos, el disco de Miles y el óleo de Vincent, tienen como sustancia la siguiente frase que escribió el pintor a su hermano Theo: la esperanza está en las estrellas.

Por eso Kind of Blue tiene un inconfundible aroma a anhelo.

Mientras los lindes con Novalis son también muy claros, por ejemplo cuando describe al egregio Extranjero, de labios dulcemente cerrados y llenos de música y ese verso describe ni más ni menos que a Miles Davis, siglos después, tocando la trompeta.

Lo que hilvana a las tres obras maestras que hoy nos ocupan: Kind of Blue, de Miles Davis; La Noche Estrellada, de Van Gogh y los Himnos a la Noche, de Novalis, es el siguiente verso de éste último:

dulce sol de la noche
y estos otros versos:
el mundo gigantesco de los astros
que flotan en danza sin reposo por
sus mares azules
y también estos:
más celestes que aquellas
centelleantes estrellas
nos parecen los ojos infinitos que
abrió la Noche en nosotros

A estos tres monumentos del arte de toda la historia, los edificados por Miles, Vincent y Novalis, los unen también los silencios, que son la esencia de la música pero también de la pintura y de la poesía.

La poesía milenaria y eterna, atrapada en el siguiente haikú de Basho:

Brilla un relámpago;
y entra en la sombra el grito
de la garza nocturna

Grita silenciosa la trompeta con sordina de Miles Davis, gimen las estrellas en el óleo de Van Gogh, musitan los versos de Novalis:

¿Toman tus estrellas mi mano que solicita?

¿No trae el color de la noche todo lo que nos entusiasma?

Pongamos a sonar el disco Kind of Blue, de Miles Davis, mientras leemos los Himnos a la noche, de Novalis y observamos La noche estrellada de Van Gogh.

Disfrutemos el color de la noche que nos entusiasma.

X: @PabloEspinosaB

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