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El partido hegemónico: la restauración intelectual
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ace un siglo nació Giovanni Sartori, autor de Partidos y sistemas de partidos publicado originalmente en inglés y traducido rápidamente al español, convirtiéndose en una obra de referencia obligada. El libro contiene un gran caudal de información proveniente de todo el globo a propósito de dicha forma de organización política. De mérito indudable y en un estilo muy propio de la disciplina, construyó tipologías lo más amplias posibles para explicar la situación de los sistemas de partidos. Ello explica en buena manera su éxito académico.

De entre los ejemplos, Sartori acuñó la noción de partido hegemónico para referirse a los casos de Polonia y México, mismos que diferenció a su vez. Es sorprendente que en apenas 12 páginas –4 específicamente hablando de México– tuvieran tanta resonancia, al grado que se ha pasado de un concepto a un cliché. En aquel brevísimo segmento de su obra, explicaba la condición de sistemas partidarios donde uno de sus elementos era algo más que una fuerza dominante. Sin dar una explicación clara del porqué, recurrió a la noción de hegemónico, misma que puede fácilmente ser confundida con la acepción de su insigne coterráneo Antonio Gramsci. Pero si alguien tenía poco que ver con el marxismo y mucho menos con Gramsci era Sartori, de tal manera que la noción de hegemónico permaneció como un signo distintivo de un sistema de partidos en donde aquel que se encontraba en el poder permitía la existencia subsidiaria de otros, mismos que estaban imposibilitados de obtener el triunfo.

La de Sartori no es una explicación del autoritarismo, tampoco de la forma de vínculo entre Estado y sociedad en aquel periodo, era apenas el señalamiento de lo que consideraba un caso específico: un sistema de partidos donde no había competencia real, y sólo uno ganaba, por las buenas o por las malas, pues reconocía prácticas fraudulentas. Su base documental eran una decena de artículos, capítulos y libros, todos producidos en inglés y publicados en editoriales universitarias americanas y que, salvo el nombre de James Crockford, hoy nadie recuerda. La excepción es la de don Pablo González Casanova, no sólo por ser el único mexicano citado, sino por seguir siendo lectura recurrente. Por cierto, en la nota a pie donde se le refiere, Sartori señala que aquel era un estudio contradictorio.

Lo que vale la pena preguntarse es cómo una aproximación tan limitada, cuyo eje se encuentra en una condición de la sociedad hoy prácticamente desaparecida, sigue sirviendo como leitmotiv e incluso brújula intelectual, no sólo de explicaciones académicas, sino incluso de intentos discursivos de activistas políticos de última hora. Así, no es muy difícil ver en espacios informativos o columnas de los más variados personajes, la alerta sobre la vuelta del partido hegemónico. El concepto dejó de ser algo explicativo para pasar a ser un cliché apto para la denuncia.

La mayor parte de los estudiosos de los partidos políticos en México han referido a esa terminología, amparados en la perspectiva entregada por Sartori. Se supone que la acusación hecha en la plaza pública por quienes auguran un nuevo autoritarismo, también se amparan en la palabra del italiano, como si aquel los legitimara a la distancia como expertos, cuyo uso técnico del lenguaje les revelara la verdad oculta al resto. Aunque esto es ya bastante problemático, no deja de serlo aún más la escasa crítica en torno a todo ello.

La indudable valía de la obra de Sartori para una disciplina no lo exenta de ser motivo de cuestionamiento. En ese sentido, es posible decir que su aproximación a México es muy limitada, no contempla ningún otro elemento que la muy visible preminencia del PRI frente a las nomenclaturas partidarias durante la segunda mitad del siglo XX. Así, en un clímax de colonialismo intelectual, la forja en el olimpo de la ciencia política de aquella noción explicaría ayer, hoy y mañana a México. Curiosa situación donde las palabras que debían explicarse a partir de los cambios y continuidades en la política y la sociedad, de hecho, son la explicación.

Ni en el argumento de Sartori ni de quienes subsidiariamente lo acompañaron en una infinidad de artículos, libros, tesis y hoy también discursos, existió una problematización del papel del Estado en su vínculo en la sociedad, ni la función de las mediaciones que organizaron a esta última. No sorprende que el corporativismo o una noción fuerte de autoritarismo –con la violencia concomitante– haya desaparecido de dichas formas explicativas, reduciéndolo todo a una alternancia de siglas partidarias.

Para hacer avanzar el conocimiento sobre la sociedad (pasada y presente) hace falta algo más que ejercicios de restauración conceptual provenientes de cuatro páginas, por más gloriosas que se consideren, como si no hubiera corrido agua en los cauces del río de la historia.

* Investigador UAM