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El Pacto de Xochimilco
E

l 4 de diciembre de 1914 se reunieron en Xochimilco los dos caudillos más carismáticos y con mayor arraigo popular de la Revolución Mexicana, Francisco Villa y Emiliano Zapata. En ese encuentro establecieron una alianza política y militar para enfrentar al constitucionalismo, con el que habían roto en la Soberana Convención reunida en Aguascalientes, en octubre y noviembre de ese año. Esa conversación, histórica, la única vez en que se vieron cara a cara, fue recogida taquigráficamente por el secretario de Roque González Garza, uno de los más cercanos colaboradores del Centauro del Norte, quien estuvo presente en esa junta. Es el único testimonio directo de la forma en que pensaban y hablaban Villa y Zapata e ilustra con claridad la visión que tenían de la Revolución, de los problemas que enfrentaban, la manera de resolverlos, y de cómo se veían a sí mismos en ese escenario. Esta es una parte sustancial de esa conversación:

“Zapata: Ya han dicho a usted todos los compañeros: siempre lo dije, les dije lo mismo, ese Carranza es un canalla.

Villa: Son hombres que han dormido en almohada blandita. ¿Dónde van a ser amigos del pueblo, que toda la vida se la ha pasado de puro sufrimiento?

Zapata: Al contrario, han estado acostumbrados a ser al azote del pueblo…

Villa: Para que ellos llegaran a México fue para lo que peleamos todos nosotros. El único ejército que peleó fue el nuestro… Los que por allá pelearon muy duro fueron estos huertistas; llegó a haber batallas donde hubiera poco más de cinco mil muertos.

Zapata: ¿En Zacatecas?

Villa: En Torreón también pelearon como 18 mil hombres. En toda la región lagunera pelearon como 27 días. Pablo González, que hacía más de un mes estaba comprometido conmigo para no dejar pasar federales, me dejó pasar once trenes; pero todavía nos corrió la suerte de que pudimos con ellos y todavía les tomamos Saltillo y otros puntos, y si acaso se descuida ese González, lo tomamos hasta a él (risas)… Yo no necesito puestos públicos porque no los sé lidiar. Vamos a ver por dónde están estas gentes. Nomás vamos a encargarles que no den qué hacer.

Zapata: Por eso yo se los advierto a todos los amigos, que mucho cuidado, si no, les cae el machete (risas). Pues yo creo que no seremos engañados. Nosotros nos hemos estado limitando a estarlos arriando, cuidando, cuidando, por un lado, y nosotros, a seguirlos pastoreando.

Villa: Yo muy bien comprendo que la guerra la hacemos nosotros los ignorantes, y la tienen que aprovechar los gabinetes, pero que ya no nos den quehacer.

Zapata: Los hombres que han trabajado más son los menos que tienen que disfrutar de aquellas banquetas. Nomás puras banquetas. Y yo lo digo por mí: de que ando en una banqueta hasta me quiero caer.

Villa: Este rancho está muy grande para nosotros; está mejor por allá afuera. Nada más que se arregle esto, para ir a la campaña del Norte. Allá tengo mucho qué hacer. Por allá van a pelear muy duro todavía… Mis ilusiones son que se repartan los terrenos de los riquitos. Dios me perdone, ¿no habrá alguno por aquí?

Voces: Es pueblo, es pueblo.

Villa: Pues para ese pueblo queremos las tierritas…

Zapata: Le tienen mucho amor a la tierra. Todavía no lo quieren creer cuando se les dice: Esta tierra es tuya. Creen que es un sueño. Pero luego que hayan visto que otros están sacado productos de estas tierras dirán ellos también: Voy a pedir mi tierra y voy a sembrar. Sobre todo, ese es el amor que le tiene la gente a la tierra…

Villa: Ya verán cómo el pueblo es el que manda, y que él va a ver quiénes son sus amigos.

Zapata: Él sabe si quieren que se las quiten las tierras. Él sabe por sí solo que tiene que defenderse. Pero primero lo matan que dejar la tierra…

Villa: Pues hombre, hasta que me vine a encontrar con los verdaderos hombres del pueblo.

Zapata: Celebro que me haya encontrado con un hombre que de veras sabe luchar.”

Este diálogo sincero, sin filtros, pinta de cuerpo entero a los dos más importantes líderes campesinos de la Revolución Mexicana. Se ha escrito mucho acerca de lo ahí expresado. Se ha dicho que ese diálogo prefiguraba la derrota que sufrirían sus ejércitos ante el constitucionalismo. Se ha insistido en que Villa y Zapata no querían tomar el poder, que lo delegaban en sus intelectuales, que su papel era vigilarlos para que no se desviaran, que no entendían la importancia de la capital del país, por su regionalismo, que les impedía comprender el problema del poder y del Estado nacional. Y sin embargo, Villa y Zapata estuvieron a punto de ganar la guerra civil y ser los triunfadores de la Revolución. Su derrota no fue una fatalidad histórica por el hecho de representar una revolución campesina, sino por la falta de recursos económicos para mantener a sus numerosos ejércitos cuando las fuentes productivas en Chihuahua y la zona zapatista se habían exahustado, mientras el constitucionalismo controlaba las principales regiones productivas de carbón, minería, petróleo y henequén además de los principales puertos.

Pero además, la práctica revolucionaria del villismo y el zapatismo en las regiones que controlaban nos muestra otra cosa: expropiaron a las clases propietarias, pusieron esos recursos al servicio de la revolución, tomaron en sus manos la administración de las haciendas, fábricas y empresas, establecieron su propio gobierno, controlaron su territorio, su economía, emitieron su propia legislación y moneda y administraron la justicia en favor de los más pobres. En los hechos, estaban construyendo un Estado emergente, de carácter popular. Era una verdadera revolución, cuya práctica decía mucho más que las palabras de sus dos máximos dirigentes.