Opinión
Ver día anteriorSábado 30 de noviembre de 2024Ediciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Comandante Lucio Cabañas. Presente
E

ste 2 de diciembre se cumplen 50 años de la muerte de Lucio Cabañas. Para recordarlo se preparó en Guerrero la jornada Cincuenta años de lucha y resistencia, una semana de actividades que se inició el miércoles 27 en Atoyac, con el homenaje a las mujeres guerrilleras, que concluirá en la fecha señalada en El Otatal, donde cayó el heroico guerrillero.

Han circulado diversas versiones sobre las circunstancias en que Lucio murió. Al respecto, decidí señalar dos: la que considero más apegada a la realidad, publicada por Luis Hernández en su libro La pintura en la pared, que se sustenta en una entrevista con Vicente Estrada Vega, y la versión literaria creada por Carlos Montemayor en su novela Guerra en el paraíso, advirtiendo que en ambos casos edité para reducir el espacio.

Vicente Estrada estudió en la Normal rural Raúl Isidro Burgos. Estas son sus palabras: AYOTZINAPA es todo. Allí hice amistad entrañable con Lucio Cabañas. Caí preso un mes antes de que muriera Lucio. Todavía algunos piensan que se suicidó. No es cierto. Lucio murió peleando. Lo supe porque, estando en la cárcel, hay un compañero de Atoyac al que le decíamos El Costa Grande, y él me contó los últimos momentos de Lucio y el grupo armado que lo acompañaba, pues ahí donde los mataron era su terreno.

“Lucio cometió un error político. Murió por una delación. Resulta que tenían secuestrado a Figueroa, y después de una discusión decidieron dejarlo en libertad e hicieron un plan militar. En ese momento el grupo debe haber tenido unos 200 hombres en armas, estaba muy cargado de gente porque en los pueblos ya no los dejaban estar. El plan consistió en que el grueso de los guerrilleros se quedó en el campamento central y dejaron ir a Figueroa. Pero para descontrolar al ejército, Lucio y algunos más iban a desplazarse al ejido de Santa Rosalía, los estaban esperando los hermanos Anacleto e Isabel Ramos porque se estaban uniendo a la lucha. Para ese momento los militares ya intuían que Isabel Ramos salía con tortillas al monte para abastecer a los guerrilleros. Entonces, cuando llegó el general Ruíz (me parece), le dijo: Hay sospechas de que tú sabes dónde está el grupo. Ya están desaparecidas tus dos hijas. Si tú me entregas a Lucio, las suelto. Y si no, no las vas a volver a ver. Al día siguiente, Isabel le avisó al ejército dónde estaba Lucio. Una sección, unos 30 soldados, rodeó temprano el lugar. Todavía en lo oscurito se acomodaron. Como a las 8:30 de la mañana empezó la balacera. Lucio logró levantarse y trató de hacerse en medio de dos piedras, desde donde estuvo tirando. Pero le pegaron un balazo en el maxilar y otro en el costado. Lo mataron. Tal y como él dijo que iba a hacerle, murió peleando. Fue consecuente hasta el último momento de su vida. Para nosotros esa es la historia.”

La novela de Montemayor concluye con el capítulo que recrea los últimos momentos del guerrillero.

“Lucio despertó escuchando el rumor del viento. Un rumor profundo, extenso, que parecía concentrarse en la cañada, en las piedras, en la abundante maleza. Pensó en Isabel, en su boca tersa, caliente. Ahora, su hija con Isabel tendría un mes y medio.

“Levantó la vista hacia la sierra. El sol se elevaba ya como un ojo enorme y deslumbrante. Se incorporó. Sintió prisa, hambre. Pasaban ya de las siete de la mañana. José Isabel Ramos aún no llegaba. Lucio se encaminó hacia la hamaca y se sentó en ella, sintiendo la difusa corriente de dolor que lo amenazaba desde el centro de la cabeza. Cerró los ojos.

“Pasaban ya de las ocho de la mañana. Miró a René subir por la pendiente de algodoncillos.

“–Está confirmado, Lucio –dijo René, agitado–. Los campesinos que contactó Fidencio aseguran que los Ramos tratan de traicionarnos desde hace mucho tiempo.

“Lucio sintió la ligera presión en la boca del estómago. Miró hacia arriba, hacia el monte. Vio al grupo de hombres que subían. Junto a René y Roberto venían los dos campesinos. Uno era viejo, de cincuenta años quizás.

“–Ellos mataron a Óscar –explicó el más viejo.

“–Óscar supo de los planes de los Ramos con el ejército. Cuando trató de regresar a Atoyac, ellos lo entregaron. Toda esta región está ocupada por gente de ellos. Estamos seguros de que los tienen vigilados. Por eso venimos, para ayudarlos a salir de aquí –dijo el campesino joven.

“Lucio se llevó la mano a la frente. Luego asintió.

“Lucio creyó primero que se trataba de un aviso de amigos, de una contraseña. Luego escuchó otro disparo, y después una ráfaga, pero distantes. Ráfagas de Fal y de M-2 comenzaron a desprenderse desde lo alto del monte. Cerca de la cabaña estalló una bomba. Los soldados comenzaron a aparecer entre los árboles; Escuchó entonces los motores. Eran helicópteros.

Lucio avanzó y se detuvo ante una roca grande, lisa, que podía ofrecer resistencia. Disparó desde ahí. Sintió entonces una punzada muy aguda, en la espalda. Oyó que Arturo gemía con un sonido ronco. Quiso volverse a ayudarlo, pero algo extraño le impedía incorporarse, levantar el brazo, el costado donde seguía ardiendo un grito, una furia de tierra. Luego estalló en su cuerpo una segunda punzada. Sintió que su gruesa chamarra se iba empapando. Sintió otro golpe en la garganta. Era un dolor como la oscuridad que doblega las rocas. Caía con su cabeza caliente sobre la peña limpia que parecía ascender hacia él como una mano dura, de tierra, pero que no sentía como piedra. Y le parecía caer una vez sobre ella, y luego otra, sobre el mismo sitio, como un destino que se imponía, cerrando el camino, el día, la misma lucha que brotaba del grito que ardía en su boca, en su espalda, en su pecho; la sangre que sentía brotar como todo lo que tenía qué hacer, lo que faltaba por hacer; una prisa gritando con el mismo calor, negándose a caer con el mismo ojo incólume de soles que trataban de brotar desde sus manos apoyadas en la tierra, en la roca, gritando que falta mucho por hacer, por hacer, por hacer.

* Historiador