a presidenta Claudia Sheinbaum Pardo respondió ayer a la amenaza del mandatario electo de Estados Unidos, Donald Trump, de imponer un arancel de 25 por ciento a todos los productos que entren a su país desde México y Canadá hasta que éstos tomen medidas drásticas contra las drogas, en particular el fentanilo, y los migrantes que cruzan la frontera ilegalmente.
En su misiva, la titular del Ejecutivo advirtió a su futuro par que no es con amenazas ni con aranceles como se va a atender el fenómeno migratorio y el consumo de drogas, sino con el entendimiento recíproco en torno a estos grandes desafíos
, le reiteró que la fortaleza comercial de Norteamérica frente a otros bloqueos comerciales radica en la complementariedad entre los firmantes del T-MEC, y le recordó que el abuso de sustancias ilícitas es un problema de consumo y de salud pública de la sociedad estadunidense, en el cual México pone los muertos ocasionados por la confluencia del tráfico de armas producidas en Estados Unidos y la demanda de drogas que también viene de dicho país. Si bien extendió una oferta de diálogo, al que considera el mejor instrumento para alcanzar el entendimiento, la paz y la prosperidad
, la presidenta hizo saber que cada arancel impuesto por Washington será contestado con otro, lo que afectaría a empresas comunes.
Con estas declaraciones y otras emitidas por su gobierno, la mandataria ha despejado cualquier duda en torno a su determinación de encarar las amenazas y groserías de Trump (muchas de las cuales han sido replicadas por Ottawa, pese a que las autoridades canadienses pretenden estar en las antípodas del trumpismo). La caída en las acciones bursátiles de las grandes automotrices estadunidenses es una demostración inmediata de que Palacio Nacional tiene razón al subrayar que el magnate no puede lastimar a México sin infligir daño a los trabajadores de su país a los que dice proteger, por el elemental motivo de que tres décadas de integración económica norteamericana han creado, para bien y para mal, un grado de interdependencia que no puede romperse mediante decretos ni de la noche a la mañana. Asimismo, Trump haría bien en reconocer que el tratado redactado a inicios de la década de 1990 y renegociado a petición suya hace seis años permite a las compañías estadunidenses mantener una competitividad en la que han perdido mucho terreno debido a las desastrosas condiciones del sistema educativo, al cortoplacismo que acompaña a la financierización económica neoliberal, a la desinversión en sectores claves y otros factores que empeorarán por su empecinamiento en achicar al Estado en momentos en que es el único ente capaz de liderar a la sociedad en un escenario tan complejo como el actual.
Trump puede, y la esperpéntica selección de los integrantes de su gabinete indica que quiere, abrir un nuevo frente en las guerras comerciales que inició durante su primer mandato, pero si lo hace aprenderá rápidamente dos cosas: que sus actos tienen consecuencias indeseables para sus bases electorales y para sus objetivos declarados, y que México no se dejará arredrar por su bravuconería. En esta coyuntura, la ciudadanía mexicana tiene motivos para congratularse por haber elegido a un gobierno decidido a defender los principios de la diplomacia y el diálogo al mismo tiempo que rechaza con firmeza amenazas, chantajes o cualquier otro intento de vulnerar la soberanía nacional. Para la menguada oposición, esta es una oportunidad de mostrar que está del lado de México cerrando filas con el Ejecutivo federal ante los embates externos. Usar las bravatas trumpistas para atacar a la presidenta Sheinbaum únicamente confirmaría la extendida percepción de que las derechas están conformadas por una oligarquía apátrida y entreguista.