Sábado 23 de noviembre de 2024, p. a12
La aparición del nuevo inédito de Keith Jarrett, The Old Country, es un manifiesto, una declaración de principios y una alegría para el alma.
Aunque Keith Jarrett, con Bob Dylan, son autores referentes del Disquero y aparecen aquí de manera constante, hay que recordar el contexto: en octubre de 2020, nuestro pianista sufrió dos embolias casi consecutivas y desde entonces vive recluido en su casa, por fortuna con daños menores.
De vez en vez se sienta frente a su gran piano y articula con una mano fragmentos largos de cantatas de Bach, práctica que lo ha mantenido desde siempre y que explica su vocación de buscador de la belleza y la armonía, elementos que forman parte del disco que hoy nos ocupa.
El segundo corte del disco, precisamente, se inicia con un soliloquio lento, meditativo, que inconfundiblemente suena a Johann Sebastian Bach, aunque no es ninguna obra del maestro alemán. Curiosamente, no hay melodía, simplemente incursiones en el teclado con rumbo determinado y determinante: la creación de una atmósfera de introspección plena de belleza.
Otra característica de esta introducción del segundo corte del disco es su cualidad de canon, formato muy propio del estilo Jarrett y que dota al ambiente de un tono de solemnidad y majestuosidad hasta que hace su aparición un golpe ligero de escobilla sobre uno de los platillos de la batería que maneja Paul Motian; estamos entonces en otro territorio: el del jazz.
No en balde hace unos días declaró Keith Jarrett con motivo del lanzamiento de este disco: aquí encontrarán las razones de ser del jazz, de lo que se trata el jazz, la naturaleza más profunda del jazz
.
Estamos frente a un disco muy importante en la larga carrera de Keith Jarrett porque en él se muestra el poliedro que conforma precisamente el sonido Jarrett: su inspiración bachiana, su capacidad inventiva, su manera muy personal de hacer lo que él denomina jazz, pero que rebasa con creces el género pues su quehacer lo lleva a la música de concierto (ha grabado, precisamente, música de los Bach, Mozart, Shostakovich y otros autores) y a prácticas que él inventó, como sus muralísticos conciertos a piano solo, donde suele sentarse más de una hora a discurrir largas improvisaciones a partir de la nada, de lo que flota en el ambiente, de lo que aparece en su mente, de lo que imagina, piensa, crea. Del libro de las epifanías que leemos cada vez que suena un disco de Keith Jarrett.
Este disco, The Old Country, reúne esos dos elementos: lo que el mundo conoce como jazz y la semilla de las largas creaciones a piano solo, combinadas con otro género que él llevó a sus últimas consecuencias: el jazz trío, que constituye una parte también monumental de su inagotable discografía.
La grabación que hoy nos ocupa tiene una multiplicidad de significados: fue grabado en el Deer Head Inn, uno de los foros más antiguos de jazz, ubicado a la orilla de un parque nacional en Delaware. Keith tenía 16 años de edad, trabajaba como empleado y solía sentarse a tocar la batería como invitado de los grupos que ahí se presentaban, hasta que un día fue solicitado para tocar el piano como parte de un trío de jazz y ahí comienza la historia, porque después del éxito obtenido en esa experiencia, fue requerido por Charles Lloyd para integrarse a su grupo y enseguida por el semidiós Miles Davis, y por eso tiene especial querencia por el Deer Head Inn, donde retornó en 1992 con su trío, con una particularidad: el baterista, Jack DeJohnette, fue sustituido por Paul Motian, lo cual otorgó una naturaleza muy diferente a la sesión, que quedó registrada para la historia y ahora suena frente a nosotros, en las bocinas.
El contrabajista del trío de Jarrett, Gary Peacock, dotó también al ambiente de una atmósfera muy peculiar, dueño el cuerdista de una capacidad de concentración profunda producto de su práctica de meditación zen.
Tenemos, entonces, un disco muy único, intenso, incandescente y sumamente gozoso y lleno de matices, recovecos, indicios. Placer.
El contenido nace del amor de Keith Jarrett por el Tesoro Lírico Estadunidense, esa fuente de la que abreva también Bob Dylan, por cierto, y por cuyas contribuciones a ese manantial nutricio le fue conferido en su momento el Premio Nobel de Literatura.
Keith Jarrett tiene el reconocimiento de su inmenso y siempre creciente público, que es el máximo premio que alguien pueda obtener, pero no estaría mal que se le otorgaran distinciones importantes, que le han sido negadas hasta el momento.
The Old Country tiene un subtítulo: More From the Deer Head Inn, porque es una segunda sesión del original, también de 1992: At the Deer Head Inn, y contiene ocho piezas clásicas que el trío de marras reconvierte en maravillas.
Es momento de decir que en la trayectoria de Keith Jarrett con su trío de jazz utiliza el término standards
para referirse a su revisitación de piezas de repertorio que han sido glosadas a su vez por otros semidioses, Bill Evans y Miles Davis, entre ellos.
En realidad, el Trío de Keith Jarrett nunca ha hecho standards en el sentido ortodoxo que pulula en la historia del jazz. Lo suyo es la creación a partir de temas que flotan en el imaginario colectivo y forman parte de la cultura popular y la educación sentimental de legiones en el orbe.
La prueba de lo anterior está precisamente en el disco que hoy nos ocupa, pues hay muchos momentos en donde, insisto, no hay melodía sino invenciones, sonidos abstractos, elaboraciones matemáticas cuya sincronicidad entre piano, bajo acústico y tambores, es asombrosamente mágica, increíblemente exacta, maravillosamente creativa.
Es ahí donde está el Keith Jarrett del Concierto en Colonia, con sus largas invenciones a piano solo y sus gemidos y canturreos y contorsiones sobre el teclado. Lo interesante es que ese elemento del estilo Jarrett cuando toca a piano solo, sucede en este disco acompañado: Gary Peacock, maestro del silencio zen, dialoga en las pausas imperceptibles, en los momentos donde todo es refugio, gineceo magnífico, mientras Paul Motian, señor de los silencios repentinos en tambores, dialoga con sus dos compañeros en un acompasamiento docto, fiel, muy sabio y delicado hasta niveles de ternura.
Otra virtud del álbum que hoy recomendamos con esmero es la presencia protectora e inspiracional del eslabón anterior a Keith Jarrett en la línea del tiempo de la historia de la música: Bill Evans, cuyo baterista era precisamente Paul Motian; ellos dos, Bill y Paul, lograron con otro héroe mitológico, Scott LaFaro, algo que había buscado Bill Evans durante muchos años: hacer cantar al piano.
Una prueba del anterior argumento está presente en el supremo disco Sunday at the Village Vanguard, que grabaron un atardecer dominical esos tres personajes poseídos por la gracia.
Ese logro de Bill Evans lo heredó Keith Jarrett, quien hace cantar al piano en el disco inédito que hoy celebramos: The Old Country, con intensidades abrasadoras y abrazantes, con inspiración divina y espíritu poético que saca lágrimas de emoción bonita ante tanta belleza.
Mientras escuchamos el disco, tenemos en todo momento la certeza de que algo grande está ocurriendo: magia, prodigio, epifanía. Los gritos, gemidos, canturreos de ciervo enamorado que impreca a los astros en el cielo, las láminas redondas y los cueros percutidos y las cuerdas acústicas y la sensación de liviandad, milagro, invención del mundo y la develación de sus misterios nos inundan.
He aquí al Jarrett más glorioso, al más intenso poeta del teclado, al inventor de géneros musicales a partir de la nada y del deseo transfigurado y el espíritu de Johann Sebastian Bach sonriendo en cada giro, cada compás, cada vez que Jarrett canta como crooner, se retuerce como ajolote y guarda silencio como lo hacen los ángeles cuando solamente sonríen.
Porque de sonrisas está poblada la belleza y la belleza nace cada vez que suena un disco de Keith Jarrett, el que usted prefiera, hermosa lectora, amable lector, porque todos y cada uno de los discos de este músico inmortal nacen de un estado de gracia que data de milenios, anterior a la aparición de los humanos y así perdurará por siempre.
Basta elevar la mirada hacia el techo en el momento más sublime de un disco de Keith Jarrett, para ver aparecer la sonrisa del hada sobre nosotros, sonrisa que se vuelve beso, hada convertida en sonido, el sonido del piano de Keith Jarrett.