Opinión
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Señales de gabinete
T

res administraciones han tenido que lidiar con Donald Trump como candidato y como presidente de Estados Unidos: la de Enrique Peña Nieto, la de Andrés Manuel López Obrador, y ahora, la de Claudia Sheinbaum Pardo. Me atrevo a decir que, a pesar de las complejidades, ninguna tan grande como la que se presentará en 2025, una vez que jure como el presidente número 47 en la Casa Blanca. En 2016 se enfrentó la incertidumbre, la renegociación del TLC; en 2018 la crisis migratoria y la guerra comercial con China, que terminó beneficiando a México; pero en 2025 enfrentaremos una nueva lógica: Trump no va a relegirse. No tiene incentivo alguno para la moderación. Por el contrario, recibió un amplio respaldo popular presentando una agenda radical. No hay elemento objetivo alguno para el análisis, que sugiera un movimiento al centro. Son cuatro años para desregular al gobierno, cortar impuestos, dar golpes espectaculares en la frontera, frenar la migración, ser extremadamente duros con América Latina, parar la crisis de fentanilo y detener el avance sostenido, estratégico, de China en el hemisferio. Si de paso colabora para que Rusia y Ucrania terminen la guerra, será accesorio. A Trump le importa la agenda antinmigrante que le dio el triunfo y que lo posicionó en la agenda pública desde hace una década. Nueve de cada 10 cosas que piensa y dice el presidente electo, tienen que ver con esa agenda. A diferencia de otros momentos, nueve de cada 10 cosas de esa agenda, tienen que ver con México.

México está en el centro de la política de Estados Unidos. Hablar de tráfico ilegal de drogas, del fentanilo acabando con ciudades emblema, es hablar de nuestro país. Hablar de la invasión de inmigrantes es hablar de la frontera. Hablar de China es hablar de México, por la estrategia de nearshoring que está en marcha, y toca una parte importante del T-MEC. Hablar de seguridad regional es hablar de México y hablar de los mexicanos en Estados Unidos es hablar de la marcha de la economía. Somos, para su pesar, pero también para su oportunidad de ser espectacular, el centro de su agenda. Con neutralidad, desdén, racismo o empatía, se hablará de México sí o sí.

El mejor ejemplo de lo que viene es el gabinete de Trump. Un desfile de radicales que tarde o temprano, se la jugaron con él. Un grupo que no refleja la adhesión del partido republicano a las filas del trumpismo, sino la silenciosa sustitución del partido republicano por lo que arrancó como el Tea Party, y Trump dio contenido al grado de convertirlo en una feligresía. Porque el movimiento MAGA es eso: un culto político que se centra en una celebridad, y dio cauce, color, organización y visibilidad, a grupos marcados por la xenofobia y el racismo. Y hay de mencionarlo también, a millones de estadunidenses que con razón o no, ven en Trump al gran rival de las élites, del establishment, o a un hombre duro y práctico que puede sacar brillo a las viejas glorias de Occidente.

Desde Homeland Security, la CIA, la Dirección de Seguridad Nacional, el zar fronterizo, el secretario de Estado o el fiscal general, todas las posiciones relevantes del gabinete estarán ocupadas por personas que tienen una percepción documentada radical de México y los mexicanos. En el mundo ideal de este grupo, la gran deportación de un millón de hispanos para empezar la administración es solamente el inicio de un nuevo entendimiento con América Latina: si vienen por entendimiento, encontrarán hegemonía.

En otra era de la política, que hoy parece tan distante como el siglo XIX, la concordia era un valor intrínseco de la actividad pública. La capacidad de ponerse en los zapatos del otro y llegar a acuerdos, convertía a una persona, en un político. Hoy, el elector no encuentra valor alguno en la concordia porque estima que esta sólo sirve para perpetuar a las élites sin beneficio alguno para la sociedad. Por ello, la lógica de un gobernante que una vez en el escritorio modera posiciones, es un pensamiento ingenuo y casi nostálgico, que no sirve para analizar la nueva realidad. Una realidad donde mientras más lejos, más irritante, más hostil pueda parecer una figura política, más popular y poderoso puede ser. El caso de Trump es el mejor de los ejemplos.

Nueve de cada 10 pensamientos de Trump involucran directa o indirectamente a México. Es tiempo, como bien leyó el canciller Ebrard, de entender la agenda de la nueva administración estadunidense, y analizar con frialdad qué es negociable y qué no lo es. La economía, la seguridad, el comercio, la interacción como socios, el flujo más importante del mundo y la integración de las cadenas de suministro, nos van en ello, con una determinación absoluta del futuro de la administración de la presidenta Claudia Sheinbaum.