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Prepararnos para producir en ambientes imposibles
L

a región centro-oeste de Brasil, que alberga importantes biomas como el Cerrado, el Pantanal y parte de la Amazonia, hospedó recientemente la reunión del Grupo de Trabajo de Agricultura del G20, que concluyó con una histórica declaración de consenso.

El encuentro fue organizado por la presidencia del G20, este año a cargo de Brasil, y tocó al ministro de Agricultura del país anfitrión, Carlos Fávaro, conducir sensibles negociaciones que llevaron a 23 ministros y representantes de casi 50 países a aprobar una declaración comprometida con una agricultura sostenible, en que se reconoció que los cambios en el clima llegaron para quedarse y que son cada vez más intensos, por lo que resulta necesario actuar de forma concreta para enfrentar la nueva realidad.

Esto significa, según el consenso del grupo, que la agricultura debe ser transformada para encarar las consecuencias aceleradas del cambio climático y las crecientes tasas de inseguridad alimentaria global. Y que las prácticas agrícolas sostenibles son esenciales para mitigar esos efectos y garantizar una nutrición adecuada para todos.

Otros compromisos, que serán incorporados a la declaración de los jefes de Estado y de gobierno del G20 que se reunirán en noviembre en Río de Janeiro, son los relativos a la extinción del hambre y a la inclusión social, con la creación de oportunidades económicas para pequeños productores y comunidades vulnerables.

El Grupo de Trabajo se pronunció sobre la necesidad de recuperar pasturas degradadas y adoptar medidas para integrarlas a las prácticas agrícolas sostenibles, como el uso de bioinsumos y tecnologías, y destacó la importancia del comercio local e internacional en la distribución de alimentos para apoyar el desarrollo económico sostenible, en especial de los países emergentes.

La definición del rumbo que debemos dar a la transformación de los sistemas agroalimentarios se tomó en el mejor lugar y en el momento adecuado, en pleno contacto con los escenarios climáticos que encara la producción agropecuaria.

Mato Grosso y gran parte del centro-oeste brasileño –clave para cultivos de granos de Brasil y la oferta mundial– soportó en este invierno austral (y en parte de la actual primavera) casi 160 días sin lluvias, uno de los mayores periodos sin precipitaciones de la historia, llevando la humedad del aire a niveles críticos.

Esa situación, repetida en otros lugares del planeta, se retroalimenta. Tenemos casi un tercio de los suelos del planeta degradados. Unas 200 millones de personas han sido víctimas de desastres naturales en los últimos 20 años –inundaciones, sequías extremas y otros fenómenos cada vez más intensos–, con sus efectos negativos en el agro que luego se convierten en shocks sociales, políticos y económicos. Otros 215 millones de personas serán en los próximos años migrantes climáticos.

Así, los retos que enfrenta la agricultura se acrecientan. A las demandas de seguridad alimentaria y nutricional, inocuidad, desarrollo rural y territorial y sostenibilidad se han sumado temáticas como la seguridad energética. Para encarar esos desafíos, y cumplir con las directrices trazadas en Mato Grosso, es imprescindible construir y acelerar esa agenda de transformación.

La nueva frontera de la ciencia, la tecnología y la innovación es la que ofrece oportunidades para una verdadera transformación de los sistemas agroalimentarios, que nos prepare y permita producir en ambientes en verdad imposibles. Es el camino a seguir para dar solidez a esa agenda, mediante la biofortificación y nutrición, la biología sintética, la agricultura digital, los biocombustibles, la biotecnología, la edición génica y la salud de los suelos, de forma de trazar un rumbo de eficiencia, sostenibilidad, restauración, descarbonización y aprovechamiento de la biodiversidad y la naturaleza.

Debemos proyectar la nueva generación de políticas para el sector, internalizando definitivamente la visión ambiental, ya que las transformaciones que se producirán en el agro en el próximo cuarto de siglo serán más importantes que toda la evolución que tuvo la agricultura en los últimos 10 mil años.

La estructuración rápida y efectiva de esta agenda es corresponsabilidad de gobiernos, sector privado, academia, cooperación técnica internacional, entes de financiamiento y sociedad civil, de modo de obtener resultados ante el cambio climático y en la mitigación, y superar la crisis multidimensional que éste provoca.

El futuro no es aleatorio. Su diseño depende de nuestras decisiones. Es tiempo de producir con un enfoque adecuado, que permita satisfacer las necesidades actuales sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones de atender las suyas.

* Ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca de Uruguay

** Director general del Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura