a democracia liberal, bastión ideológico de la crítica neoliberal, ha sido rebasada, según este alevoso criterio, por el populismo autoritario. No en todo el mundo, ni siquiera en la mayoría de los países, pero en este México rejego, el proceso sustitutivo es, según versión interesada, avanzado. El tropel de reformas constitucionales, que dejó de herencia AMLO, se encarga de clavar escandalosas tendencias entre los opositores. Cada una de ellas les produce escaras, en cuero y conceptos, de diferente profundidad. Pero cada una de ellas las sienten penetrar en sus ambiciones por un retorno a viejos tiempos, idos por fortuna. No habrá eso que llaman autocracia por más que lo repitan, como conjura, entre el coro crítico. El país navega, con calma y hasta alegría, por mejores días con reparto de derechos y libertades aseguradas.
La gran rebelión de los togados quedó atrás. Han tenido que aguantar las consecuencias de su enorme derrota. El escudo protector de privilegios y concentración de haberes y pocos deberes quedó hecho añicos. La Suprema Corte de Justicia no será el último pilar constitucional. Hay un pacto superior, apoyado en la ciudadanía, que lo eleva a esa categoría. Y ahí, en su letra y espíritu, se acumulan las reformas adicionales que habrán de redondear el proyecto de nación que eligieron las mayorías. No habrá alegato que las pretenda reducir a sólo la militancia de los morenos. Esas búsquedas adicionales, a trasmano o por debajo de las conciencias renovadas, no prosperarán. Poco importa el cobijo, la insistencia, a todas luces indebido, de los medios masivos de comunicación, internos y del exterior. El modelaje que avanza en pos de un sistema tendiente a equilibrar riqueza con derechos para las mayorías, habrá de seguir su ruta justiciera.
Pero tales aspiraciones, hoy concretadas en la construcción de un segundo piso de transformaciones, requieren mejores apoyos. La recaudación hacendaria cojea en búsqueda de recursos. Los que se allega no son suficientes ante las enormes carencias, aspiraciones y exigencias. El país ha visto y sufrido demasiado tiempo aceptando cortedades que ya parecen estructurales, pero no lo son. Han sido decisiones timoratas las que han persistido, en las cortes políticas, por épocas casi inmemorables. Se han cedido deberes ante fuertes presiones de entornos que lucen poderosos, a veces imbatibles. No lo son de verdad. Se les puede encauzar y responder debidamente. En especial cuando se tiene justas razones detrás. Además del apoyo de las mayorías nacionales con una conciencia, actualizada y creciente, que empujan las tareas pendientes.
La estructura, tal como ahora se encuentra, solicita mejoras urgentes. Los caminos y carreteras indispensables para mejorar repartos no pueden funcionar con suficiencia con las mejoras que por ahora se llevan a cabo. Aumentar los presupuestos para ellas, como para otros menesteres y renglones, superan, con mucho, los haberes existentes. Incluso lo que se puede hacer cuando, una mejor administración, use con eficiencia los recursos disponibles.
Se debe partir de la experiencia, documentada hasta lo último, de que permitir acumulaciones cupulares trabaja en detrimento, tanto de los bienes comunes como de lo que toca a las capas más desprotegidas de base. No es posible satisfacer las ambiciones por mayor riqueza de los que han sido beneficiados en exceso y repartir, con mínimos de decoro, entre el pueblo necesitado.
En verdad que tan innovadora decisión de asegurar mucho mejores ingresos públicos afecta intereses, asentados y poderosos, por sus instrumentos disponibles. Es no sólo verdadera la disputa, sino ciertamente provocadora de reclamos indecorosos y cínicos. Pero hay que afrontarlos porque así lo demanda la justicia social, tan postergada como regateada.
Hay, en la trastienda de los programas de redención social, urgencias que no se atienden debidamente con los actuales recursos que se logra recaudar. Eliminar la miseria y la marginación, por ejemplo, empieza con un sistema educativo con infraestructura adecuada a todos los niveles. Sigue uno de salud y otro de vivienda todavía más vasto y de mejor calidad que este del millón difundido. Dotar a la República de instrumentos tecnológicos modernos es impostergable. Lo mismo ocurre para dotarla de la actualidad empresarial que la inserte, con ventaja, en el ensamblaje mundial. Todo ello, claro se aprecia, rebasa ese pobretón logro de recaudar 13 o 16 por ciento del PIB. Es urgente asegurar, cuando menos, 30 o 35 por ciento para levantar la cabeza y competir con seguridades con todos los demás.
La pasada administración contó con vastos recursos que respaldaban privilegios y dispendios. No es el caso que ahora se tiene. Por el contrario, se inicia con presiones de austeridad forzada que impedirá alzarse a la altura de las ambiciones exigidas.