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Ciudad perdida

Donald Trump y el factor odio

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▲ Víctimas del cártel inmobiliario denunciaron al contralor general, Juan José Serrano Mendoza, y al ex alcalde de Benito Juárez, el panista Santiago Taboada, por autorizar más de 500 edificios irregulares.Foto Alfredo Domínguez
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esistencia organizada, esa es la estrategia que se está formando desde California, Estados Unidos, y algunos estados en México, y hay quien asegura que podría extenderse hasta Centroamérica, cuando menos.

No hay, por lo pronto, más que amenazas que producen, eso sí, miedo entre la gente que quiere o pretende convertirse en migrante. Miedo a que Donald Trump se lance en contra de ellos, que cierre la frontera y cercene lo que ellos pretenden como única posibilidad de hacer más vivible su vida.

Quienes están convencidos de que lo dicho por Trump no es amenaza, sino un plan bien definido, quieren adelantarse al hecho y formar una especie de barricada frente a los horrores que esboza el presidente electo de Estados Unidos.

No sabemos si aquí, en México, las autoridades encargadas del asunto migrante estén elaborando un plan que pudiera aminorar el efecto de las medidas de Trump, pero dejar en manos de las organizaciones no gubernamentales la tarea sería un verdadero desatino.

Si estos grupos crecieron y se multiplicaron fue a merced de la desatención del gobierno y hasta de su torpeza para tratar el problema. Funcionarios como el comisionado del Instituto Nacional de Migración, Francisco Garduño, y sus malos manejos, permitieron que ONG, por ejemplo las ligadas a la Iglesia católica, se convirtieran en grupos de presión hacia el gobierno.

Ahora, la Comisión de Migración deberá ser una entidad fuerte dispuesta a solucionar no sólo la ola de deportaciones que prometió Trump, sino la situación de los nuevos grupos que buscarán llegar a Estados Unidos desde nuestro país.

Algo que debe tenerse muy en cuenta es que el hoy triunfador en las elecciones pasadas no tienen ninguna reserva cuando habla de violencia, y si a eso le agregamos la ración de odio que contiene la sociedad de aquel país, podríamos empezar a entender qué sucedió hace ocho días.

Y esto porque si Trump es preocupante por peligroso, la sociedad gringa debe inquietarnos mucho más porque ha demostrado que el país del norte es un mundo enfermo que puede elegir como su representante a un delincuente. No hay otra explicación.

A esa sociedad, como a muchas de las llamadas democracias, no les interesa ni por asomo saber el rumbo que marcan los principios de los organismos políticos. Se vota por los personajes, no por las ideas.

Pero a los partidos políticos tampoco les interesa poner a consideración de la gente su proyecto de gobierno, su atención se centra en conseguir un candidato popular y no importa si es afín o no a las ideas del partido, siempre que les haga ganar la elección.

Que quede claro: para los partidos políticos ganar una contienda electoral no es marcar un rumbo a la sociedad que los vota; ganar es conseguir recursos económicos suficientes para vivir bien. Lo demás carece de importancia.

El método ha logrado que, por ejemplo, en el caso de la elección reciente no encuentra razón en la explicación superficial, somera, del hartazgo por el gobierno de Biden, pero parece que se vuelve razonable cuando el factor odio interviene.

Será muy interesante para los estudiosos de la materia descifrar lo que parece la muy incongruente elección en EU, pero por el momento habrá quien diga: que nadie se sorprenda, así son los gringos.

De pasadita

Pero de qué criticamos a la sociedad gringa si aquí, en nuestra política, las cosas van por el mismo camino, o cuando menos se parecen.

Ahora resulta que el Partido Acción Nacional decidió –apenas 35 por ciento de su padrón– poner al frente a Jorge Romero, uno de los tres cerditos (marranos) que nada hicieron por la reconstrucción de la ciudad después del sismo de 2017, pero según los datos públicos, desviaron –¿a sus bolsillos?– algo así como 80 por ciento de 7 mil millones de pesos que se asignaron para la reconstrucción.

Se hicieron las denuncias, se les quitó lo que faltaba por ejercer, pero la justicia –que afortunadamente ahora ya cambió– nada hizo de verdad para castigar la corrupción de Jorge Romero, hoy presidente del PAN.

Si allá eligieron a un delincuente convicto, aquí el partido de los azules de derecha ya tiene a un presidente acusado de robar el dinero que requerían muchos, que aún viven en la calle, porque sus casas no fueron reconstruidas.

Y no sólo eso, también se ha dicho, en casi todos los ámbitos, que el ahora presidente del PAN es un miembro activo del cártel inmobiliario. Lo que sí nos queda claro es que Romero, a eso de sacarle jugo a las casas sí sabe, y sabe mucho. En esas andamos.