rump representa una amenaza existencial para México, para el mundo y en especial para su propio país, porque el meollo de sus promesas electorales las va a cumplir. Otras son pura retórica para asustabobos. Distinguir es importante.
Muchos adjetivos se pueden asociar con este personaje desequilibrado, pero desvían la atención. Más importante es escudriñar por qué más de 50 por ciento de los votantes –una amplia y plural coalición– lo prefirieron frente a una mujer inteligente, brillante y muy superior.
Lo que marca el nuevo mundo que emerge en el siglo XXI, son las revoluciones antielitistas, específicamente contra las clases políticas establecidas. Por razones que requieren matices entre lo que ocurrió el martes en Estados Unidos y lo que pasó en México en 2018, profundizado en 2024, hay un rasgo en común: el sistema de partidos se desfonda en ambos países.
Los nuevos republicanos. El Partido Republicano sufrió una metástasis trumpiana. Desde los debates para las elecciones internas entre 2015 y 2016 Trump estableció una estrategia que apuntó a descabezar el liderazgo tradicional muy vinculado a la dinastía Bush. A partir de que fue electo candidato y luego presidente (2016-2020) Trump consolidó en muchos estados su liderazgo a partir de personajes extremadamente derechistas, contrarios a la democracia liberal. Después del intento golpista del 6 de enero de 2020, Trump terminó derrotando y marginando a los pocos líderes republicanos que aún se le oponían, notablemente el vicepresidente Mike Pence; Mitch McConnell, líder del Senado y legislador por casi 40 años, y el candidato perdedor de las elecciones contra Barack Obama, Mitt Romney.
Los Obama y los Clinton. Los comentarios racistas, misóginos y mentirosos de Trump sirven para alimentar la rabia de sus seguidores, pero más aún para desequilibrar las narrativas opositoras. Frente a una narrativa de las emociones, cualquier esquema racional, deliberativo se hunde y se sigue hundiendo. Pero el desmantelamiento de la coalición demócrata fue obra de sus propios liderazgos, con las dinastías Obama y Clinton a la cabeza. Más que palabras, fueron las políticas del mandatario que expulsó más indocumentados durante su presidencia y del que rompió el pacto de Nuevo Trato de Roosevelt –aumentando de manera desproporcionada la desigualdad económica en ese país–, las que generaron una estampida electoral contra el Partido Demócrata. Quien entendió bien eso fue Bernie Sanders y terminó marginado.
Veamos los votantes estadunidenses y las estadísticas sobresalientes (tomadas del Washington Post, Aaron Blake, 6 de noviembre):
–46 por ciento de los latinos y 55 por ciento de latinos hombres votaron por Trump, la más alta cifra desde hace 50 años.
–Con 26 puntos de diferencia los votantes a quienes no les gustaba ninguno de los dos candidatos, apoyaron a Trump.
–Harris ganó entre mujeres con un margen de 8 por ciento el más bajo desde 2004 a pesar de que el tema del aborto fue el tercero en importancia en las encuestas abiertas.
–En Dearborn, Michigan, la ciudad con mayor población árabe, Trump superó a Harris por 6 puntos y en el condado de Starr, Texas, el más latino de los condados de EU y donde Trump perdió por 60 puntos en 2016, ganó esta vez por 16 puntos.
–El porcentaje de condados que se desplazaron hacia Trump fue de 91.
–El promedio de desplazamiento hacia Trump en centros urbanos claves fue de 8 puntos (Nueva York, Chicago, Houston y Los Angeles).
La nueva mayoría. La coalición trumpiana es más amplia y diversa que la de 2016.
Los dos factores decisivos son el voto latino y el voto del jóvenes masculinos de menos de 40 años.
¿Esto se debe a errores y manipulaciones de gente impresentable? No en gran medida. Lo impresentable son esos dizque análisis que creen que todo se reduce a la pendejez del pueblo bueno. En mí próxima entrega explico.