ara empezar, en Estados Unidos, los latinoamericanos de origen, sean migrantes, nacionales o residentes, forman un grupo bastante heterogéneo, en cuanto a clase, raza y cuna nacional. Quizá su mayor concordancia radique en su cultura católica y su mayor discrepancia o divergencia en la nacionalidad.
De hecho, no comparten la misma categoría identitaria, pues unos se consideran latinos y otros hispanos. Mejor dicho, en la costa oeste los llaman latinos, por decisión del periódico Los Ángeles Times y en la costa este los llaman hispanos por decisión del New York Times. Los mexicanos se consideran más como latinos, mientras los cubanos como hispanos, por nombrar a dos grupos mayoritarios.
Por otra parte, el conglomerado hispano-latino, en Estados Unidos es una categoría oficial del censo, de acuerdo con raza y/o etnia, Pero en el grupo hay, tanto blancos como negros, asiáticos y mayoritariamente mestizos. Curiosamente, a los latinos que se consideran blancos, por su piel, su identidad étnica, su lengua, cultura y nacionalidad no los admiten como blancos porque se apellidan Pérez o Sánchez, incluso aquellos que se apelliden Smith por vía paterna, pero sean Fernández por parte de madre.
En una ocasión, en una reunión con personal del censo estadunidense para discutir este tema, se hizo el ejercicio de remontarse a los abuelos, con el fin de reclasificar a aquellos latinos que querían pasar por blancos, pero que en realidad tenían ancestros latinos; fue algo así como la regla que existe para los negros, de una gota de sangre negra, igual negro. Aunque la madre sea de India y el padre de Jamaica, colonia británica, el resultado es el mismo negro, como bien sabe Kamala Harris.
A su vez, los hispano-latinos de raza negra o mulata no quieren ser identificados como negros, aunque la corriente los lleve en ese sentido. Una historia publicada hace años narraba que dos balseros cubanos amigos, vecinos y del mismo equipo de futbol, al llegar a Florida uno, que era blanco, se fue al barrio blanco y el otro, al barrio negro, pero ya no se encontraron, ni podían jugar en el mismo equipo.
Al contrario, los migrantes negros de origen brasileño prefieren identificarse como negros. En realidad, muchos de ellos tampoco se identifican como latinoamericanos.
Pero la razón es muy sencilla, si se identifican como hispano-latinos, los pueden catalogar de indocumentados, por lo que al considerarse negros quedan mimetizados como nacionales.
Algo similar sucede con los latinoamericanos de origen chino y japonés que son categorizados asiáticos, en sentido muy amplio. En estos casos, la identidad puede adecuarse al medio. En Nueva York, por ejemplo, a los peruano-japoneses les conviene identificarse como latinos, pero en California estos mismos optan por identificarse como asiáticos, porque tiene mucho más prestigio.
Pero la mayoría de los hispano-latinos son en realidad mestizos, categoría que no existe ni encaja en ese sistema clasificatorio, por eso ahora se utiliza la de dos o más razas, la cual es cada vez más relevante. En realidad, la identidad es un recurso y lo utilizas de acuerdo con lo que te conviene. Más aún, cuando ahora se utiliza la autodescripción y tú defines lo que eres.
Pero más allá de la raza, está la clase, la cual suele tener un componente residencial. Los mexicanos ricos en Houston se concentran en los suburbios de Woodlands, y los que viven en San Diego, en La Joya o Coronado y así pasa con los venezolanos y peruanos en Miami y los más cosmopolitas, de todas partes, que prefieren Manhattan.
Este sector minoritario, de clase alta, juega como hispano-latino, porque sus negocios suelen estar en Estados Unidos y en su lugar de origen. Su opción política es claramente republicana, y en sus países de origen conspiran desde la derecha. Este sector, obviamente, no se siente muy necesitado de relacionarse con el grueso de los latinos, salvo los de su misma clase, pero hacen una excepción con el servicio doméstico.
En tiempos electorales, hablarle o dirigirse a los latinos resulta ser un dilema complicado. Estos ya no quieren oír hablar de migración, pero para los políticos como Trump es el tema fundamental, y los demócratas no saben qué decir.
Como quiera, a pesar de las diferencias y disparidades, los hispanos-latinos viven un profundo proceso transcultural en el continente, de matrimonios mixtos entre latinos en Estados Unidos y de profunda y añeja migración intrarregional en Sudamérica, a la que habría que añadir la reciente gran dispersión de venezolanos en todo el continente.
La migración, finalmente, sería el gran catalizador de una nueva y gran identidad latinoamericana, con una profunda y masiva penetración en angloamérica y con el debilitamiento de la subcultura nacionalista, que finalmente, es lo que nos divide.