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¡Vive el jtatic!

Crónica inédita de la muerte del obispo Samuel Ruiz García, ocurrida el 24 de enero de 2011. Hoy se cumplen 100 años de su natalicio

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▲ La misa ofrecida por la matanza de Acteal en 1997.Foto Carlos Cisneros
 
Periódico La Jornada
Domingo 3 de noviembre de 2024, p. 6

A mi hermana María, por llevarme hasta allá…y traerme hasta esta crónica.

Cincuenta y un años después, y en mitad de la dureza de su féretro, el obispo Samuel Ruiz García habría de recordar la tarde remota que su feligresía lo recibió con aplausos a su llegada a la catedral como su guía espiritual, un sitio que él habría de escoger para vivir la eternidad.

Era la primera hora, pasada la interminable medianoche del martes 25 de enero. Como aguacero, en cascada, comenzaron a escucharse los aplausos desde el atrio y hasta el interior de Catedral ante el arribo del cortejo, también esperado interminablemente.

Junto con un amigo fotógrafo, habíamos llegado hasta el mismísimo sitio en que el Tatic amó la vida. Mujeres vestidas de negro nos habían informado en la Casa Consistorial que la misa de cuerpo presente sería a las 7 de la noche del todavía lunes 24. Luego, que a las 8; al rato, que a las 9; más tarde, que a las 11. Mientras, adentro de Catedral no pocos sacerdotes daban cuenta del avance del cortejo, que había partido por tierra del aeropuerto Ángel Albino Corzo hacia San Cristóbal.

Nos informan que ya viene por Chiapa de Corzo– consolaban, al tiempo que habían decidido dar lectura a un buen número de condolencias que llegaban de todos lados: desde las personales, enviadas por periodistas que lo habían tratado, hasta las de las iglesias de países varios, como las de Cuba, Paraguay, Argentina, Guatemala y Nicaragua, entre muchas otras.

La tarde del lunes había sido tan calurosa en el antiguo Jovel, al grado que los parroquianos terminaron por acudir ataviados en prendas de algodón, que no de lana. No tuvo que pasar mucho tiempo para que fueran a casa por más trapos.

Hacía frío en la antigua Villaviciosa la tarde en que el joven sacerdote Samuel Ruiz García había llegado a estas benditas tierras para hacer historia. Hacía poco rato que había cumplido años, de la mano del día de su arribo, y a la par de la fecha marcada (1959) del triunfo de la Revolución Cubana.

En los últimos años, antes de que abandonara definitivamente la Diócesis para cederle la estafeta total al obispo Raúl Vera, coroné al Tatic el día 2 de noviembre de cada año, en la víspera de su cumpleaños (esto es, fijar la corona de flores y decir un parabién o versos, como también le llaman).

–Me encanta, porque es una costumbre de Tierra Caliente; aquí no se estila”– me decía siempre.

La encargada de tomar la foto era Luz María, la tan querida Doña Lucha, su hermana.

En una de esas benditas coronas –o coronaciones, si lo prefieren–, en el comedor de la curia (sí, donde aguardaba el óleo de la virgen con pasamontañas), y luego de tres caballitos de onza y media de agave azul, surgió el tema de la muerte. Un asunto que, felizmente, fue proscrito por el cambio de tema y el cristiano trámite de un par de onzas más del líquido perláceo.

A su llegada, Chiapas no era entonces la cachondez de Macondo; se parecía, más bien, a la frialdad de un Comala habitado por la pobreza, en sus múltiples etnias, con sus múltiples lenguas. De nada servía, pues, comenzar por intentar traducir hambre en tsotsil, en tseltal, en ch’ol, en tojolabal. Menos aún, si no se tenía la plena certeza de la inexistencia de la palabra perdón, en tanto no existía la palabra culpa.

Es el obispo auxiliar Enrique Díaz Díaz, quien oficia la Misa de cuerpo presente. A su lado derecho, el obispo titular de la diócesis, Felipe Arizmendi; a su izquierda, quien fuera obispo coadjutor de don Samuel, hoy obispo de Saltillo, Raúl Vera. En el ala izquierda de la catedral, los señores de la prensa (nombrados así por quien oficia). Aquí las cámaras, las libretas y la memoria para la posible crónica. Frente a ellos, el gobernador Juan Sabines y su esposa; a unos cuantos metros, don Luis H. Álvarez, representante del presidente de la República, Felipe Calderón, así lo anuncian, pues.

En su homilía, el obispo Díaz destaca el evangelio del obispo Samuel Ruiz: Siempre predicó el amor y la justicia por los desposeídos. Aunque se asomó a las epístolas, prefirió evitarlas, en tanto no era tema. Termina la misa y el presbítero Heriberto Cruz, de Tila, agradece a la familia de don Samuel haber permitido que se abriera el féretro para que quienes quisieran despedirse “lo hicieran… y en orden”. Y convoca a los señores de la prensa a coadyuvar, para que no pase lo que pasó en la Ciudad de México.

Hace frío en la otrora Ciudad Real. Se anuncian dos misas para hoy, hoy que ya es martes. Una a las 12 del día; la otra, a las 7 de la noche. Ha comenzado el desfile de quienes quieren ver al Tatic para despedirse. Mujeres y hombres –que no saben vestir de negro sino que presumen los colores de su sná– se detienen a verlo, más bien, a contemplarlo. Algo le dicen –en cortito–, y luego tratan de ocultar sus ojos llenos de agua ahí, al sur de su corazón.

Hace frío, mucho frío

En la parte posterior de la catedral hay café con pan. Es allí, en el traspatio, al que se llega por una pequeña puerta a espaldas del altar (por donde desaparecía el Tatic luego de oficiar misa), donde –afirman algunos diáconos– trabajarán toda la noche para dejar lista su tumba.

Tras las dos misas del martes: una a las 12 del día y la otra a las siete de la noche, oficiada ésta última por el obispo Raúl Vera, y quien obsequió reveladores testimonios acerca del Tatic, no sólo los obispos y sacerdotes, que cada vez son más, sino también los medios de comunicación de todo el mundo, las autoridades civiles y demás estructura logística se aprestan para la celebración de la misa final de cuerpo presente del Obispo de los Pobres.

En los sitios acostumbrados en la madrugada para la delincuencia amorosa […], en las paredes que ensamblan el after, o en los hoteles donde se despiertan los niños para decirte que ya es hora, se sabe de cierto que el mediodía del miércoles no tendrá espacio ni para la posible siesta. Mucho menos, para intentar configurar una nostalgia tardía por adelantada.

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▲ A mi hermana María, El obispo fue defensor de los derechos de los indígenas y los pobres.Foto José Carlo González

Hace frío. Debe ser el frío que a ratos se empoza en el alma. Acaso ese Luto humano que nos trazó Revueltas, o quizá los heraldos negros que nos manda la muerte, y de parte de Vallejo.

Ahora me topo con un poeta, periodista cultural jornalero –amigo de toda la vida–, Javier Molina, quien regresa del traspatio con un vasito de unicel y que, por el humo, presume café caliente entre las manos: –“No importa saber de qué murió ni cuántos días estuvo hospitalizado. Importa lo que hizo, y tú lo sabes y tienes que decirlo– me encarga el buen Javier, y sigue caminando.

Nada más difícil. Decirlo así en un palmo de terreno, en una noche que avanza fría, muy fría, hacia la madrugada. Habría que decir gracias, muchas gracias, don Samuel. Gracias por la amistad, don Sa-muel. Por tantas conversaciones, on Samuel. Por tanta historia platicada. Por tanta confianza, por tantos cumpleaños compartidos. Habría que darle gracias por haber decidido echar su suerte del lado de los pobres, hecho que lo llevó a ser candidato al Premio Nobel de la Paz.

Por haber predicado en todas las lenguas la palabra amor, pero también la palabra justicia. Un religioso digno cuyo trabajo fue acosado por el mismísimo Vaticano, que había visto en la Teología de la Liberación –y en la total ironía–, una suerte de marxismo religioso. Un señor que no sólo aprendió cada una de las lenguas de quienes lo escucharon, sino que se preocupó porque la Biblia fuera traducida al tsotsil y al tseltal. Un señor que vio en los derechos humanos su mejor manera de ir navegando por el mundo.

Bastaron poco más de 40 años para que el Tatic (padre, en tseltal; Totic, en tsotsil), se erigiera en ese gran líder espiritual, en el espejo de carne y hueso, adonde nunca se quisieron asomar los gobiernos, olvidadizos de estas sombras. Habría que decirle ¡Gracias, de veras, muchas gracias, Tatic.

Ha llegado el último día de las exequias, de los adioses. Ha llegado la hora de decirle jocol awal jtatic Samuel. Hay que reconocer a los obispos encargados de la logística, quienes han advertido que el aforo de Catedral será insuficiente para albergar a tanta gente. Ante ello, la Plaza de la Paz se erige ahora como recinto oficial para la última misa de cuerpo presente en este inolvidable ya miércoles 26 de enero.

El llamado Centro Histórico sancristobalense es ahora Casa tomada, diría Julio Cortázar.

Toca el turno al nuncio apostólico Chistopher Pierre, quien lee un mensaje enviado por el Papa Benedicto XVI, y a quien se le perdonan imprecisiones genéricas en francés, en detrimento de lo que abona a la causa del Tatic. La misa transita al aire libre ante cerca de 10 mil almas. Se concede el último adiós a representantes de todas las etnias, en igual número de lenguas.

Antes, el obispo titular de la diócesis, Felipe Arizmendi Esquivel, ha dicho: “El Tatic dejó sembradas las semillas de la promoción integral de los indígenas para que sean sujetos en la Iglesia y en la sociedad; la opción preferencial por los pobres y la defensa de los derechos humanos (…). Será el juicio final el que nos dé la justa medida a cada quien, pero las filas interminables de quienes han querido darle su último adiós en su féretro en estos dos días, sobre todo, tantos indígenas, mujeres y marginados, nos dan el juicio de los pobres”.

Llaman entonces a don José Ruiz García, único hermano vivo del Tatic, para que dé su testimonio: –Estos acontecimientos nos mueven a la reflexión; y a mí me llega al corazón. Gracias a todos. En primer lugar, gracias a Dios por haberme permitido estar en este momento– alcanza a decir, antes de irrumpir en llanto y declinar seguir hablando.

Ahora toma el micrófono el representante de la organización Las Abejas. Lee unas líneas de despedida al Tatic, hasta que, no sé si para los compas o los señores de los medios, acaba por dar la nota: —“Que Dios te reciba, Tatic. Y cuando estés al lado de él, dile que el caso Acteal sigue impune”.

Más allá de la demanda en mitad de la tristeza, añadiría un dato más a la numeralia: esta es la única misa cantada con marimba en las exequias de un obispo. Una marimba que acompaña al Tatic hacia el fondo de Catedral, adonde será sepultado junto con las cenizas de su hermana Lucha.

Es entonces cuando recuerdo el nombre de y a la mujer, ¿se acuerdan? ¿La hermana de Don Samuel atacada por un loco que le propinó varios martillazos en la cabeza? Doña Luchita, su hermana, pero más bien su cómplice; como su madre: el ¿qué quieres comer hoy?; el “cuídate Tatic, cuando camines y te entre la noche por las comunidades”. El qué bueno que Dios te trajo con bien. La que admiró y amó el trabajo de su gran hermano, también su gran Tatic.

Ha terminado la Misa de cuerpo presente. Por el altavoz se advierte: Sólo los obispos, los sacerdotes, las autoridades civiles y la familia tendrán acceso. Poco a poco, lo harán los demás.

Venga, esperaremos los demás.

Ha comenzado a hacer frío de nueva cuenta en esta amorosa parcela. Ya comimos, ya bebimos y aún no nos toca. Mi amigo Manuel, el de la lente, ha propuesto un mezcal de pie, allí justo sobre Real de Guadalupe.

Poco, finalmente, hay que esperar: la fila, en forma de carrusel, avanza por la puerta izquierda de Catedral. Espero, esperamos.

Hace frío. De veras que ha comenzado a tatuarnos el frío.

La nota multidifundida y, en algunos casos, controversial: El Tatic fue sepultado, finalmente, bajo el altar de Catedral y junto a su adorada hermana Doña Lucha.

Valió la pena esperar

Qué más habría qué cronicar. Qué, más allá de lo que el Gabo llama la novela de la realidad.

Justo ahora salgo a caminar sobre Real de Guadalupe hasta hallar el Recinto Espiritual donde es posible dar cristiano trámite a una onza de mezcal, y vuelvo a Catedral tan sólo para decir ¡Adiós Tatic!.

¡Tas aquí, JTatic; tas cabal. K ́olabal totic