Opinión
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No sólo de pan...

De continuar construyendo la historia

P

ero no bastaría el alimento para modular las características de lo propiamente humano, ni siquiera por la adaptación del cuerpo al medio; todavía haría falta comprender el lenguaje hablado, compuesto por sonidos significantes para toda la comunidad y los sonidos representados por signos abstractos o dibujos (que alcanzaron un desarrollo hasta los contenidos conceptuales) llevando a nombrar al universo y sus partes, a las personas como individuos y a las relaciones entre éstos, los objetos, los usos, los trabajos de modificación e invención, las costumbres de convivencia, los alimentos, las cocinas, sus ingredientes y atributos. Porque el lenguaje es un producto social que se ha mantenido y enriquecido colectivamente, condicionado por la vigencia de lo que alude.

La importancia de los glúcidos

Al dilucidar cuál fue el alimento que desencadenó el proceso de humanización, pudimos atar algunos cabos para llegar a la conclusión de que, si los prehumanos se vieron obligados a la ingesta ineludible de un alimento, históricamente casual, pero que resultó ser la base y explicación de la vida humana, en tanto que alimento del cerebro, se explica que el cultivo de los vegetales que contienen glúcidos constituyeron, en la primera mitad del siglo XXI dC, los cultivos que ocuparían la más extensa superficie terrestre, así como podemos afirmar que el porvenir de la vida humana está, en efecto, vinculada con el cultivo de glúcidos auténticos (cereales y tubérculos), y en menor medida a los azúcares rápidos, como la caña de azúcar, el agave, los cocos y otros frutos, pudiendo prescindir totalmente de los azúcares químicos en nuestro siglo. Porque, si se ratifica que los glúcidos siguen siendo la base insustituible para el mantenimiento y la supervivencia de la humanidad, podemos afirmar que sus sustitutos químicos actúan contra la humanidad.

Cuando, hace alrededor de 500 años, se deformó la sociedad mexicana al punto de que podría haber desaparecido, como otras muchas del planeta, bajo las invasiones de los pueblos avanzados en tecnología de guerra, nuestro territorio fue salvado por la fuerza de su cultura; es decir, el conjunto de respuestas que una sociedad da a su medio natural y social, y no sólo su expresión tangible o intangible, porque hoy lamentaríamos nuestra orfandad, si no hubiera sido por la fuerza de las respuestas que las sociedades prehispánicas inventaron para vivir y desarrollarse, permitiendo que los procesos milenarios de humanización en las sociedades prehispánicas, que eran lo bastante sólidos y satisfactorios para sus sujetos vivos, impidió que la Conquista ibérica los deshiciera por completo y dichas respuestas de vida humana sobre la naturaleza; resistió por la lógica intrínseca de supervivencia de los individuos y su entorno: con la milpa mesoamericana, suma perfecta practicada durante 10 mil años (¿o más?) de natura más cultura; es decir, la humanización que cada persona ostenta y cuya existencia debe a la socialización respetuosa de lo humano y de su entorno.

La resurrección

El recurso humano de costumbres milenarias, que ni el mejor laboratorio del mundo podría reconstituir (y si lo hiciera sería un robo intelectual con las más rapaces intenciones del llamado Occidente-Estados Unidos, Europa y cómplices tecnológicos incluidos nacionales nuestros), desdeñan hasta ahora el saber de los antiguos pobladores del planeta. Pero al menos tenemos la opción: seguimos estando secuestrados intelectualmente y no nos atrevemos a desafiar la cultura agrícola de Occidente o retomamos respetuosamente los saberes ancestrales con sus sujetos al centro de la producción y, cuando quisieran detenernos, ya seríamos un ejército hacedor invencible de alimentos saludables y parte irrefutable del equilibrio ecológico. Incluso podríamos llamar a los pueblos del arroz y de los tubérculos a unirse con nosotros y renderezar el eje del planeta.

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