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Israel y los crímenes del futuro
E

n un día de tantos, uno más de la masacre, se difundieron noticias particularmente tétricas, que simplemente confirmaban a qué grado dentro de Israel mucha gente, al parecer la mayoría, perdió la humanidad. Unos por miedo, en otros ganó el cinismo. El 21 de octubre, miembros del gabinete israelí y funcionarios del partido gobernante, Likud, llamaron a restablecer los asentamientos israelíes (ilegales) en Gaza y realizar la limpieza étnica de los palestinos en dicho territorio. El ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben-Gvir, anunció en una conferencia de organizaciones de colonos y ultranacionalistas cerca de la frontera con Gaza: Fomentaremos el traslado voluntario de todos los ciudadanos (sic) de Gaza. Les daremos la oportunidad de mudarse a otros países, porque esas tierras nos pertenecen.

La conferencia era organizada por el movimiento de asentamientos Nachala, cuya líder, Daniella Weiss, citada en Democracy Now! (DN!), anunció: Vinimos aquí con un propósito claro. El objetivo es colonizar toda la franja de Gaza, no sólo una parte, no sólo unos pocos asentamientos, sino toda, de norte a sur. Miles de personas están listas para mudarse en este momento. Como resultado de la brutal masacre del 7 de octubre, los árabes de Gaza perdieron el derecho a estar aquí para siempre, por lo que se irán a diferentes países del mundo. No se quedarán aquí.

¿Cómo discutir con esta gente? Ese mismo día se denunció de nueva cuenta que las fuerzas armadas israelíes impiden el paso al norte de Gaza de los equipos de rescate para los palestinos atrapados bajo los escombros. Tras semanas de asedio de Israel contra el norte del enclave palestino, ese lunes, drones israelíes con altavoces sobrevolaron los refugios para desplazados en Beit Lahia, ordenando a los refugiados huir a través de los puestos de control militares. Según testigos, tropas israelíes ingresaron a los refugios para separar a los hombres de sus familias a punta de pistola y ordenar a mujeres, niños y niñas huir hacia el sur. La expulsión masiva se produjo en medio de continuos e implacables bombardeos israelíes, incluido un ataque contra Beit Lahiya que mató a 15 palestinos, cuatro de ellos menores (DN!). Simultáneamente, el Ministerio de Salud de Gaza informaba que, en las pasadas 48 horas habían muerto al menos 115 palestinos y otros 500 resultaron heridos.

Números y más números, tan odiosos como aquella infame, inevitable Iraq Body Count que se actualizaba al instante durante la invasión yanqui a Irak. Tras un año de guerra repugnantemente desigual, se calculan en 100 mil los heridos palestinos en Gaza, mientras los muertos rondan 43 mil. Son datos conservadores; bajo los escombros debe haber gran número de cadáveres y los heridos se estiman en muchos más.

En el norte de Gaza quedan abiertos tres hospitales, permanentemente sitiados por las fuerzas israelíes, con más de 350 pacientes atrapados: Al-Awda, Indonesio y Kamal Adwan (bombardeado el 24 de octubre, varios pacientes resultaron muertos; el director Hussam Abu Safiya dijo que la situación es catastrófica, antes de ser arrestado con 44 de 70 trabajadores del hospital). El doctor Marwan al-Hams, director de hospitales de campaña, declaró que Israel no ha permitido la entrada de ningún medicamento, tratamiento ni suministro médico. Además, las fuerzas de ocupación impiden la entrada de alimentos y nutrientes para el personal médico y los pacientes, y atacan directamente las instalaciones.

Las mermadas autoridades civiles de Gaza aseguran que las fuerzas armadas israelíes han impedido el acceso a más de 250 mil (¡250 mil!) camiones con alimentos y otros suministros vitales. Europa y Norteamérica solapan sin límites a Israel y lo arman, le otorgan préstamos que quizá nunca pagará, aunque sus tropas, rompiendo una más de las convenciones internacionales de guerra, empleen abiertamente el hambre y la sed como armas de combate. Lo peor es que Israel, como dijera Carl Amery de los nazis, es el futuro. Sus aliados lo saben, y nada hacen por impedirlo.

En tanto, al cumplirse un año del espantoso ataque de Hamas en la frontera de Israel que justificó la aniquilación en curso de los indeseables palestinos, un periodista mexicano reportó desde Reim el acto masivo para recordar los secuestros y asesinatos de israelíes el 7/10/23; en la cándida nota, Palestina apenas asoma. El periodista escucha la guerra como ruido de fondo. Explosiones, disparos, artillería le parecen, en primer lugar, un recordatorio funesto de que más de 100 rehenes siguen bajo los túneles de Gaza, para añadir el sufrimiento de miles de palestinos e israelíes y la ola de destrucción. Una siniestra música para 400 descorazonadas familias, que en realidad sirven para justificar un horror que la población de Israel no padece ni quiere ver, mucho menos detener. En palabras de Naomi Klein, Israel usa el trauma del 7 de octubre como arma de guerra.

Naciones Unidas y los tribunales internacionales son inoperantes, inútiles los boicots, insuficientes las protestas, imposibles las campañas de ayuda a los desplazados en Gaza, desesperada su situación en Líbano, ominosa la cotidianidad en Cisjordania, incierto el refugio en Siria y cerradas a piedra y lodo las puertas de Europa. Con Israel desatado, el derecho internacional ha sufrido un retroceso de 80 años. O más.