ecibo comentarios y mensajes de amables lectores, compañeros profesores e investigadores y estudiantes. Me piden ratificar o rectificar mis ideas sobre el estancamiento salarial estadunidense de 1979 a 2024, casi 50 años. Tremendo asunto. Lo ratifico. Lo muestran los indicadores salariales, entre ellos uno de larga historia
, el identificado en inglés, por la siguiente nomenclatura: Average Hourly Earnings of Production and Nonsupervisory Employees, Manufacturing (CES3000000008).
La oficina laboral del país vecino ofrece datos de enero de 1939 a agosto de 2024. Larga e interesante serie. En dólares corrientes, que convierto a constantes con el famoso CPI (iniciales en inglés del índice de precios al consumidor –Consumer Price Index–). Además, me permití compararlo con la evolución real del salario mínimo, el oficialmente identificado como el mayor de los posibles menores (el inf, dirían mis profesores Octavio García Rodríguez y José Ángel Canavatti Ayub, a quienes siempre recordaré) que se pueden pagar a los trabajadores.
Pues bien, se registra el estancamiento de marras y el comportamiento del mínimo es a la baja respecto a ese promedio horario, pero hay una tercera característica a señalar hoy: el promedio de las compensaciones netas recibidas por los trabajadores estadunidenses, calculada una vez descontados básicamente impuestos sobre nómina y sobre la renta, evoluciona más rápido que la mediana de esas mismas compensaciones.
En buen romance, esto significa que los ingresos de la mitad de los trabajadores crecen de forma más lenta que los promedios, es decir, que caen respecto a la trayectoria –estancada por lo demás– de los salarios promedio, deterioro real incuestionable, pero también profundamente lamentable: los mínimos estadunidenses son cada vez peores
en términos de poder adquisitivo de los trabajadores.
La razón de la diferencia –explican analistas vecinos– es que la distribución de los trabajadores por nivel salarial está muy sesgada, muy diferenciada, muy dispersa. Pero hay otros aspectos más que también debo señalar a quienes gentilmente me preguntan sobre el comportamiento salarial de los trabajadores vecinos: uno, el primero –harto estudiado por analistas especializados–, es esa dispersión salarial de ordinario fundada en circunstancias de edad, sexo, raza, origen y, sin duda, educación.
Pero no sólo eso, también por la presión que ejercen trabajadores migratorios de ordinario proclives a recibir compensaciones aún más bajas, y todavía más los trabajadores del campo, recolectores entre ellos, incluso inferiores al mínimo, problema que podremos comentar en otro momento de manera muy detallada.
Sí, efectivamente, hay una gran preocupación por la desigualdad salarial. Y es que, por ejemplo, para el caso de las mujeres se registra no sólo una enorme dispersión respecto a las compensaciones netas de los hombres, sino aun entre las mujeres mismas la dispersión es tremenda. Véanse si no –entre otros– los reportes oficiales de la Oficina de Jubilación, Retiro e Incapacidad de la Seguridad Social estadunidense (https://www.ssa.gov/policy/about.html).
Concluyamos. Pero antes, un aspecto más que nos pegará
con el famoso nearshoring y en torno al cual hemos estudiado muy poco. Me lo recuerdan estudiosos vecinos –de diversas tendencias teóricas– sobre las desigualdades salariales derivadas de la automatización de los procesos productivos, muy extendida y profunda.
Debemos reflexionarla, pues –el hoy comentado y casi a priori aceptado sin mayor reflexión– acercamiento de la producción a los consumidores probablemente irá acompañado por una automatización creciente, mucho más intensa en las empresas que arriben a México, incluso mayor de las actuales, asunto importante para estudiar. Así, además de la relocalización misma, las características que podrían llegar con ella tendrán impactos regresivos en los salarios. Deberemos estudiar con cuidado esta y otras implicaciones. De veras.