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Publican la autobiografía del pianista de jazz Brad Mehldau
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▲ La figura de Mehldau es sinónimo de renovación del género que interpreta.Foto cortesía del músico
Corresponsal
Periódico La Jornada
Lunes 21 de octubre de 2024, p. 6

Madrid. La figura de Brad Mehldau es sinónimo de ejecución virtuosa del piano y de renovación del jazz contemporáneo, pero también de un inmenso pozo de soledad, de una personalidad volcánica que se asomó al abismo de las adicciones, sobre todo de la heroína, con la que retaba constantemente a la muerte.

La editorial Berenice publicó en español su autobiografía, Un canon personal, en la que a través de casi 500 páginas recuerda sus años de aprendizaje musical y habla con crudeza y sin filtros de cómo se deslizó a una velocidad vertiginosa en su dependencia, que casi siempre iba unida a escarceos sexuales en los arrabales y los bajos fondos de las ciudades a las que acudía para dar conciertos, pues era capaz de compaginar su condición de gran maestro del piano con la de consumidor voraz de heroína y sexo extremo.

“Mi primera conexión realmente fuerte y memorable con la música vino a través del reloj de la radio de mi dormitorio en Bedford. Me lo regalaron en Navidad cuando tenía siete años, y escuchaba los éxitos de esa época. Como aún no tenía tocadiscos –llegó un año después–, solía escuchar una canción particular, enamorarme de ella, y esperar pacientemente hasta que sonara de nuevo. Esperaba oírla cuando íbamos en el coche, me dejaban sentarme delante y elegir la emisora”, dice en un fragmento.

Nacido en 1970 en Florida, Brad Mehldau es un pianista y compositor reconocido por su estilo único que fusiona el jazz tradicional con rock, pop y música clásica. Estudió en la New School for Jazz and Contemporary Music en Nueva York. Su carrera despegó en la década de los 90 como miembro del Joshua Redman Quartet, pero fue su trabajo con el Brad Mehldau Trio, junto con el bajista Larry Grenadier y el baterista Jorge Rossy, lo que le dio notoriedad internacional. Brad ha colaborado con grandes músicos, incluidos Pat Metheny, Renée Fleming y Charlie Haden, lo que demuestra su versatilidad para explorar diferentes géneros. Su enfoque introspectivo y capacidad para combinar la improvisación jazzística con una estructura clásica han hecho de él una figura destacada en el panorama contemporáneo.

Un canon personal abarca sus primeros 25 años de vida, quizá los más tórridos y prolíficos en cuanto a su formación, periodo en el que además, relata, la soledad fue mi compañera de viaje.

Era una condición que no siempre tenía que ser oscura y que llevaba las notas de Vangelis, David Bowie, Thomas Dolby, Dire Straits.

En su adolescencia, relata Mehldau, bebía porque quería estar en un sitio diferente del que estaba, y porque quería ocultar algo que sentía. No quería sentir cosas, ya sentía demasiadas, y quería amortiguar aquello. Poco tiempo después llegó la heroína a su vida, cuando tan sólo tenía 20 años y así lo cuenta: Me convertí en drogadicto. La heroína supuso para mí la rendición definitiva, y a lo que en parte me estaba rindiendo era al odio a mí mismo que las experiencias del pasado me habían hecho sentir. La heroína hacía que el dolor y las preguntas sin respuesta se esfumaran. Nada de eso importaba. Que les den a todos; que le den a todo.

A lo largo del libro, escrito con un estilo seco y directo, se sumerge en sus propios infiernos, que parece expurgar a lo largo de la narración. Mehldau sigue siendo un pianista de referencia del jazz contemporáneo y es asiduo de los grandes festivales de este género. Su autobiografía es una forma de desnudar, aún más, sus propios remolinos internos y ese pozo de soledad que siempre lo ha acompañado.