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Los huracanes y el calentamiento global
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inguna dependencia de Estados Unidos relacionada con los huracanes previó que la fuerza de Helene dejara a su paso por el sureste de ese país tantos muertos: 227 entre el 26 y el 27 de septiembre pasado. Y serán más, pues los rescatistas siguen buscando a decenas de personas desaparecidas. Más de la mitad de las víctimas vivían en Carolina del Norte, donde la fuerza del viento y la lluvia arrasaron localidades enteras y dejaron sin energía eléctrica a millones de hogares.

Helene causó daños materiales en 15 estados más. La última actualización de datos sobre los ocasionados a las casas y locales comerciales y/o de pequeñas industrias, fluctúan entre 30 mil 500 y 47 mil 500 millones de dólares. Pero menos de la mitad contaban con seguro contra daños por huracanes. Helene es así el ciclón más mortífero desde Katrina, en 2005.

La semana pasada, otro huracán, Milton, causó 16 muertes y severos daños a su paso por el estado de Florida. No fue tan letal como se pensó, pero allí hace dos años Ian, dejó pérdidas multimillonarias en el agro y en edificios, propiedades personales así como en infraestructuras públicas y privadas. Milton golpeó a Tampa y poblaciones vecinas y tomará tiempo determinar el daño económico que causó, especialmente en zonas ya afectadas por Helene.

En cuanto a México, el próximo 25 de octubre se cumple un año de que Otis, de categoría 5, tocó tierra en la ciudad de Acapulco. A pesar de que hubo previamente varios avisos sobre su posible llegada, ni las autoridades de los tres niveles de gobierno, ni la población se prepararon para enfrentar un fenómeno natural de tales dimensiones.

Según estimaciones del Instituto de Ingeniería de la Universidad Nacional Autónoma de México, 274 mil viviendas, más de 47 mil negocios, mil 224 escuelas y 80 por ciento de los hoteles tuvieron daños de severos a leves. No escaparon de la situación anterior los hospitales y centros de salud. El número oficial de fallecidos, 50, además de decenas de desaparecidos. Las pérdidas económicas ascendieron a más de 16 mil millones de dólares.

Otis desveló la falta de normas claras por parte de las instancias gubernamentales sobre la construcción de infraestructura urbana; la expansión caótica de la ciudad hacia áreas catalogadas como frágiles y/o peligrosas, en las que fincaron sus hogares miles de familias pobres. Ningún hotel o edificio habitacional en la zona costera tenía sistemas adecuados de protección contra huracanes. Tampoco el comercio y los negocios vinculados con la vida diaria de casi un millón de personas y de la actividad turística, principal fuente de ingresos de Acapulco.

Y casi un año después, el 27 de septiembre pasado, las intensas lluvias dejadas por el huracán John, hicieron que Acapulco fuera declarado nuevamente zona de desastre. Miles de familias perdieron todo y también en otras partes de Guerrero y Michoacán. Las lluvias afectaron a cerca de 109 mil personas y 27 mil viviendas en 28 municipios de Guerrero. En el puerto de Acapulco hay unos 40 mil hogares afectados y más de 130 mil damnificados.

John mostró que las medidas adoptadas el último año en esa ciudad y poblaciones vecinas para paliar los daños que dejó Otis son las mismas que distinguen al modelo de crecimiento urbano vigente: obsoleto en todo sentido. En primer lugar, por no tener en cuenta los problemas que en el futuro traerán a esa parte de Guerrero los huracanes y las lluvias torrenciales. Los más perjudicados, como siempre, las familias de menores ingresos.

No es sólo un problema de México. En Estados Unidos los cuatro destructores huracanes que han tenido este siglo muestran que las instancias gubernamentales tampoco toman en cuenta la necesidad de variar el modelo energético vigente y a la vez el de ocupación territorial, a fin de evitar muertes y daños a la infraestructura pública y a la economía.

Y lo fundamental: en ambos países lo que los gobiernos dedican a combatir el cambio climático (que ocasiona el calentamiento de los océanos, origen de huracanes más frecuentes y destructores) no representa ni 0.2 por ciento de lo que cuesta la rehabilitación de las zonas afectadas. Se olvida nuevamente que es mucho más conveniente prevenir al máximo los desastres naturales (en muy buena parte debidos a las actividades humanas) que paliar los problemas que ocasionan.