Política
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¿Nos queda tiempo?
G

uerra en Ucrania y el Medio Oriente, más cambio climático: ¿Cuánto tiempo nos queda? Me asestó un preocupado e inquieto estudiante del primer semestre de economía. Visto así el estado actual del mundo, es imposible poder evadir la gran cuestión: ¿tenemos tiempo? ¿Podrán ser izadas las banderas y volver a navegar?

Si bien es imposible saberlo, lo cierto es que tratamos de mantener nuestras apuestas en la capacidad de atención y acción que todavía puedan desplegar estados y naciones, organizaciones de la sociedad civil y, con toda ilusión, las grandes potencias que se disputan el mando en y del mundo.

Con todo, lo que está cada vez más claro es que si algo hemos perdido miserablemente es el tiempo, para adquirir conciencia y educación; para aprender a organizarnos y actuar en defensa de la naturaleza y entender que nosotros somos parte de ella; la más dañina, pero parte indisoluble del mundo en que hemos vivido. Para asumir que, con la actual organización económica, productiva y comercial, financiera y mental no hay remedio.

De hecho, incertidumbres y cuestionamientos similares acompañaban al Movimiento Estudiantil Popular de 1968, cuando vivimos y sufrimos la irracionalidad implantada en el poder del Estado y con los otros poderes sometidos a los dictados enloquecidos de quien mandaba. Un movimiento joven y fresco que buscaba cambios elementales, defensa y respeto a los derechos humanos, libertades políticas, el cumplimiento de la Constitución, se topó con el realismo político imperante, lo que, para algunos, en particular los jóvenes y muy jóvenes, resultaba ser una señal inequívoca de que los caminos para una convivencia democrática se habían clausurado y había que actuar de inmediato con todo el valor y la firmeza de las armas. Desesperación que se encontró con una represión brutal, un gobierno que encarceló, desapareció y mató a centenares de muchachos; caldo de cultivo para la llamada guerra sucia, episodio doloroso, oscuro, que marcó a generaciones de mexicanos, espectadores, actores y deudos.

Por ahí, en efecto, no había mayores posibilidades de recuperar tiempo, pero, haciendo honor a la convocatoria democrática y liberal del 68, muchos otros no cejaron en sus reclamos de democracia y respeto a los derechos, y a los gobernantes no les quedó ni espacio ni tiempo para seguir pateando la lata y continuar posponiendo la reflexión y discusión de nuevas reglas de convivencia y de intercambios públicos, con una sociedad que ya no cabía en los moldes usados hasta entonces.

Así, llegamos a la transición a la democracia; largo peregrinaje que partió de desmontar un régimen autoritario y monocolor, de sumar las voces, voluntades y recursos para construir un edificio electoral moderno, donde la equidad, la limpieza y la imparcialidad dejaran de ser el centro de los reclamos y debates… Hasta que llegó el presidente López Obrador y so pretexto de una cuarta transformación mandó a parar. La democracia representativa entró en pausa y muchos en pasmo.

Sabia virtud, nos recuerda el gran Renato Leduc, de conocer el tiempo, consejo que entre nosotros sigue sin encontrar oídos receptivos y, apáticos, seguimos permitiendo que el tiempo se nos vaya entre las manos, perdiendo una y otra vez oportunidades e incapaces de ponernos de acuerdo, de dar a la política su dignidad de matraz, en el que se dirime el conflicto y se convoca a la sociedad, tarea crucial a la que seguimos renunciando. Olvidando que la responsabilidad de gobernar una república, más si ésta es democrática y representativa, corresponde a los tres poderes que, además, son siempre constituidos y renovados en y desde la pluralidad.

Las tareas son muchas y van más allá del grotesco litigio por la herencia del 68. Sin olvidar ni despreciar nuestra historia, asumamos el presente como el inventario de nuestros grandes, enormes desafíos. A México le urge un cambio en la conciencia social que sólo puede conseguirse mediante buena educación, participación ciudadana, una recreación cotidiana de la democracia como un régimen vivo, con conexiones con la historia y la realidad. Hacia un cambio concertado dirigido a lo fundamental, que es el bienestar colectivo y la equidad, como piso firme para nuestra cohesión básica.

Así es y será: 2 de octubre no se olvida, pero el aquí y ahora de nuestra convivencia se ha puesto en juego. No sigamos ignorando que, como dice el poeta, el tiempo es oro y atendamos el consejo de Ifigenia Martínez, presidenta de la Cámara de Diputados, quien nos convoca a: “Que nuestras diferencias no nos dividan, sino que sean la fuente de propuestas y de soluciones compartidas a los distintos retos que enfrentamos (…), necesitamos tender puentes entre todas las fuerzas políticas, dialogar sobre nuestras divergencias y construir, juntas y juntos, un país más justo y solidario. Es tiempo de altura de miras. Es tiempo de construir nuevos horizontes y realidades. Es tiempo de mujeres. Sigamos dejando huella”.