Opinión
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Cuadernos de La Habana

El llamado del Presidente

Q

ue cada quien siga su instinto; no hay en el arte fórmula más segura, dice Azorín en sus memorias.

¿Hacia adónde vamos?, se preguntó el embajador Gilberto Bosques aquel 26 de julio antes de iniciar los preparativos de este nuevo traslado. Un tránsito más, un tránsito entre aquel en que se encuentra uno siendo y el otro hacia el que vamos. Se pudo preguntar: si uno puede ordenar su vida o no tiene nada qué hacer y es sólo como dice Azorín, seguir su instinto y averiguar cómo salir de su laberinto y darle sentido.

–¿A qué llama la vida, la patria o el destino? ¿Qué razón existe para ser el elegido?

Adolfo Ruiz Cortines, el presidente de México que llama al embajador Bosques a salir de la vida diplomática ordenada, regular y planificada de Suecia para trasladarse a Cuba, tiene una larga experiencia en el sistema político mexicano.

Al término del año 1934, el joven funcionario veracruzano se queda sin el trabajo que había tenido en la Dirección de Estadística Social. Había conocido las realidades diversas del país, sus recursos y faltantes.

En el gobierno del general Cárdenas se reorganizan los grupos al rompimiento con el ex presidente Calles. La conexión de Portes Gil con el Ejército por su larga historia revolucionaria lo hicieron candidato potencialmente viable a la Oficialía Mayor del gobierno de la capital. Nombramiento que firma el general Cárdenas iniciándolo en la vida institucional, una vez superadas las batallas armadas del movimiento revolucionario. Una de sus tareas fue la de adquirir los terrenos aledaños a Palacio de Gobierno, para construir el Palacio de Justicia, sede de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

Fue tomando notoriedad y fue postulado como precandidato para el gobierno del estado de Veracruz, que debería renovarse. Candidatura a la que renunció para seguir un tiempo más como Oficial Mayor y pasar a buscar una curul en el Congreso federal, representando a Tuxpan, Veracruz.

Entre los hallazgos de las diversas historias de vida me encuentro una página notable: en las múltiples visitas que hace el candidato a diputado Ruiz Cortines a Veracruz, se le plantea la necesidad de modificar la opinión que sobre el Ejército se tenía en el exterior del país. De ahí viene la sugerencia atinada del gobernador Alemán, de que se entreviste a la brevedad posible con el profesor y diputado Gilberto Bosques, a quien el Comité Ejecutivo del Partido Nacional Revolucionario había encomendado la Secretaría de Prensa y Propaganda, con la intención de que se realizara un informe que ayudara en el extranjero a exponer la verdad sobre el Ejército mexicano. Estamos en 1937.

Tanto Ruiz Cortines como Gilberto Bosques venían de años de actividades revolucionarias muy vinculadas con el Ejército, tan criticado en las publicaciones extranjeras en las que sólo aparecían detractores.

Gilberto Bosques dedica un enorme esfuerzo, como legislador, periodista y hasta director del periódico El Nacional, a esa defensa como hijo orgulloso del Ejército mexicano, siendo un civil que reivindica con amplia justicia a las Fuerzas Armadas.

Bosques afirma que en México se ha denigrado al Ejército llamándole militarista en la opinión pública internacional, como entidad sin conciencia y sin honor. Con prudencia, discreción e inteligencia, Ruiz Cortines y Gilberto Bosques abordan la defensa con estadísticas, juicios históricos convincentes, los puntos críticos de las diversas interpretaciones malintencionadas de la historia. De ahí viene una relación y coincidencia que algunos años después les harán encontrarse de nuevo.

El señor Presidente desearía confiar a su amplia experiencia diplomática el puesto en Cuba, le escribió el canciller de Portes Gil a don Gilberto, en Suecia, aquel 26 de julio.

Una vez más pensó que quizá el secreto de la vida consiste en aceptarla simplemente, tal cual es.

Empezó por convocar a la familia y una vez más a empacar sus pertenencias, incluidos sus libros más preciados. Ramón López Velarde, Bassols, Torres Bodet, Alfonso Reyes, sus compañías permanentes.

Ahí estaban las páginas sueltas de López Velarde que habría de convertir posteriormente en libros, y lee con asombro, como si fuera escrito para él:

Nuestras vidas son péndulos

Donde quiera que exhales
tu suspiro discreto,
nuestras vidas son péndulos…
Dos péndulos distantes
que oscilan paralelos
en una misma bruma…

*Embajador de México en Cuba