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En el centenario de Anouar Abdel-Malek
E

n una época en que el mundo académico y editorial mexicano tenían una mirada más atenta, amplia y diversa de la producción intelectual y reducía la irradiación global (cliché de los últimos tiempos) al ejercicio de traslación de la acotada perspectiva anglosajona, se conoció en idioma español la obra del marxista egipcio Anouar Abdel-Malek. En México fueron publicadas dos de sus obras cumbres: La dialéctica social y Sociología del imperialismo. Otras obras fueron traducidas en España (Egipto, una sociedad militar) y ocasionalmente aparecieron artículos publicados en revistas académicas. Es pertinente volver a él, no sólo para mostrar la génesis de un planteamiento crítico del imperialismo, que no lo reduce a escaladas militares ni tampoco lo limita a un periodo reciente de hegemonía estadunidense, sino también para observar la posición crítica de los planteamientos marxistas y orientalistas respecto a la nación.

Nacido en Egipto, Abdel-Malek enfatizó sus baterías en la situación nacional, razón por la cual salió exiliado hacia Francia a inicios de la década de los 60. Su obra Egipto: sociedad militar, publicada en 1962, plantea el desarrollo de la situación del capitalismo de ese país y la deriva derechista del nacionalismo, que, en el fondo, mostraba la proclividad de las burguesías por un antinacionalismo popular, pero sí una marcada preferencia por formas totalitarias de ejercicio del poder.

Pero el aporte del pensador no se delimitó en la cuestión de coyuntura de su país. Paralelamente, en Diógenes –una revista de la BUAP– se tradujo el ensayo La crisis del orientalismo, en 1963. Aquel texto escarbaba sintética, pero profundamente, las formas de operar del orientalismo (es decir, del tipo de conocimiento especializado sobre Oriente, producido desde la universalidad occidental), sus intereses, sus métodos de trabajo, sus fuentes y el motivo de su crisis ante la emergencia de los movimientos de liberación nacional y la presencia del socialismo como fuerza histórica, amén de la hoy ya aceptada mancuerna con el colonialismo. Volver a ese ensayo es sugerente, pues destacaba la emergencia del neo-orientalismo, en ese momento en proceso de instalación en Estados Unidos, que algo trazaba de diferencia con el modelo clásico eurocéntrico, mismo que reclamaba una mayor predisposición del estudio de la geopolítica y un abandono del estudio del pasado. No está de más anotar la distancia temporal de este trabajo respecto al más famoso y celebrado de Edward Said, por casi tres lustros.

A diferencia de otros autores, la suya fue una reflexión de largo aliento, pues también se abocó al pensamiento socialista. En un ensayo sobre el tema, Abdel-Malek cuestionó seria y duramente a lo que hoy se denomina como el marxismo occidental. Su reproche se basó en que aquella producción teórica renunciaba a la fusión entre teoría y práctica en la medida en que no compartía un posicionamiento firme y elaborado sobre la cuestión nacional: “Esto significa que el pensamiento socialista sólo puede desarrollarse a partir de una posición nacionalista del problema, y no desde una visión cosmopolita construida a priori, que utiliza la etiqueta de internacionalismo”. Ello lo llevó a demarcar metodológicamente el estudio del marxismo, el que decía, ya no podía redundar en la exégesis de los textos, sino en el análisis de las realidades concretas; amén de que llamaba a estudiar los trabajos de Marx, Engels, Lenin y el resto de pilares teóricos, con la mirada en que éstas fueron producciones teóricas realizadas a partir de dinámicas específicas, enmarcadas en lo nacional, precisamente. Así, por ejemplo, para el caso del análisis del socialismo en China, en ese momento en apogeo, llamaba a renunciar a la comprensión occidentalista del socialismo, que partía de un a priori universalista: muy pocos socialistas en verdad, han visto el paralelismo entre el pensamiento de Antonio Gramsci, por un lado, y el pensamiento de Mao Tse-Tung por el otro. Para el egipcio era tan importante en la formación política el estudio del idealismo alemán con el que Marx tensó su producción como las elaboraciones de los teóricos y militantes vietnamitas.

Otros de sus aportes remitían, como ya se dijo arriba, a la noción de imperialismo. El autor construye una sociología del imperialismo que no se fija tanto en la continuidad de la política armamentista e intervencionista, sino en la producción de algo que denominó como la plusvalía histórica, a la que sitúa su origen en el saqueo de la zona árabe a partir del siglo IX y continuó con la intromisión europea en África, para tener un tercer momento en la destrucción de las sociedades hoy llamadas latinoamericanas. Con ello quería descentrar la explicación que colocaba el énfasis en la lucha por el plusvalor producido en la época capitalista, que hacía caso omiso del gran proceso histórico del saqueo entero de continentes y siglos de dominación. Lejos estaba su conceptualización de limitar al imperialismo como una fase exclusivamente inglesa del siglo XIX o estadunidense del XX, sino más bien como una marca indeleble en la formación del capitalismo y, sobre todo, del occidentalismo como hegemonía ideológica.

En octubre de 2024 se cumple un centenario de su nacimiento. Será difícil mirar espacios académicos que vuelvan sobre sus planteamientos; sin embargo, no dejan de ser fundamentales por su actualidad los tres gestos que pueden identificarse en Anouar Abdel-Malek historizar: primero, entender la dominación de manera verdaderamente global a partir no del culturalismo, sino de las formas de extracción del excedente y la organización de la violencia; segundo, hacer un trabajo profundo sobre las formas de operar –política e ideológicamente– del orientalismo y no sólo denunciarlo moralmente, y tercero, cuestionar el cosmopolitismo de un determinado marxismo, y promover, en cambio una mirada de éste comprometida con entender y comprender la variable central que asume la nación, al mismo tiempo la llave y clave de la lucha política.