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Gustavo Díaz Ordaz
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diferencia de sus tres hermanos mayores, Gustavo Díaz Ordaz no nació en Puebla, como él mismo decía, sino en Tlacolula, Oaxaca. Su padre, Ramón, servía al gobernador Mucio Martínez como contador durante el porfiriato. Su madre, Sabina Bolaños Cacho, era de la rancia aristocracia porfiriana en Oaxaca, sobrina de Miguel, un ex gobernador de ese estado. Con la entrada de los revolucionarios de Cándido Aguilar a Chalchicomula, Puebla, la familia tuvo que huir y se refugió en Oaxaca, donde nace el 12 de marzo de 1911. Pero él falsificó el acta de nacimiento porque no podía hacer política en Puebla si no era poblano; esas eran las órdenes de su caudillo político, Maximino Ávila Camacho. El terremoto del 14 de enero de 1931 en Oaxaca (filmado por Serguei Einsenstein en sus ensayos para Que Viva México) le devuelve a Puebla capital donde estudia derecho. Ahí es reclutado por Maximino Ávila Camacho, hermano del que sería presidente, Manuel, en aquel entonces de la Secretaría de Guerra de Lázaro Cárdenas. Los Ávila Camacho no creían en la Revolución: eran anti-reparto agrario, anti-huelgas, y servían a los empresarios de la zona: los Jenkins, los Wenner-Gren, a Rosendo Cortés, a Miguel Barbosa. Díaz Ordaz se metió al comité de campaña de Maximino para gobernador y Gonzalo Bautista para senador. Desde ahí operaron un fraude contra la FROC de Lombardo Toledano, asesinando a los otros candidatos y culpando a los adversarios de homicidio. Díaz Ordaz tenía 25 años. El 30 de abril de 1936 se oficializó el triunfo de Maximino para gobernador de Puebla. Nombra a Díaz Ordaz presidente de la Junta de Conciliación y Arbitraje del estado para declarar inexistentes todas las huelgas y exterminar a los sindicatos.

El 7 de octubre de 1937 participa como notario para dar fe de la represión a los azucareros de Atencingo, propiedad de Jenkins. Él levanta un acta y hace pasar la represión como un enfrentamiento entre obreros azucareros de la FROC y la CTM de Blas Chumacero. Participa en la campaña de Manuel Ávila Camacho que extermina a 800 opositores para agosto de 1940. Es designado vicerrector de la Universidad de Puebla durante el rectorado de Raymundo Rosete Ruiz, que intenta militarizar las escuelas, entre 1941 y 43, cuando una huelga estudiantil los expulsa. El gobernador de Puebla Gonzalo Bautista lo rescata como su secretario de Gobierno. Después fue un senador de cuota de la CTM de Fidel Velázquez, en la Legislatura 39 del alemanismo y subió una sola vez a tribuna: para apoyar la desaparición de la educacion socialista de Lázaro Cárdenas y la apertura de las escuelas católicas privadas. Con Ruiz Cortines fue oficial mayor de la Secretaría de Gobernación desde donde disolvió el Congreso de Guerrero y desapareció los poderes del gobernador Gómez Maganda, por ser enemigo del presidente Ruiz Cortines. Como secretario de Gobernación de Adolfo López Mateos estuvo a cargo de la represión al movimiento ferrocarrilero de Valentín Campa y Demetrio Vallejo en 1958. Encarceló a los dos líderes sindicales acusándolos de traición a la patria y, por apoyarlos, también al pintor David Alfaro Siqueiros. El 23 de mayo de 1963 mandó un comando armado a asesinar al líder campesino Rubén Jaramillo y a su familia por invadir unas tierras que supuestamente le pertenecían al ex presidente Miguel Alemán, en Morelos. Gobernación filtra a la prensa que Jaramillo iba a atentar contra la vida de John F. Kennedy en su visita a México. Desde entonces, Díaz Ordaz tiene la idea de justificar las matanzas con pretendidas conspiraciones internacionales. Díaz Ordaz se convirtió en Litempo-1, siendo Litempo el grupo de autoridades mexicanas dispuestas a darle información a la CIA. Permitió que se creara otro programa, el Lifire, fotos y fichas preparadas por la Secretaría de Relaciones Exteriores de todos los turistas mexicanos que iban a países comunistas y a Vietnam; el Limotor, que identificaba a los estudiantes de la Universidad Nacional en actos pro-Cuba, y el Lievict, que financiaba al MURO, el anticomunista Movimiento Universitario de Renovadora Orientación, verdadero origen político del porrismo en las universidades públicas. Reprimió el movimiento de los médicos por aumento salarial en septiembre de 1965 y los encarceló acusándolos de homicidio.

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▲ El presidente Gustavo Díaz Ordaz ordenó a los soldados abandonar Ciudad Universitaria el 30 de septiembre de 1968.Foto Ap

En 1968 está claro qué representa Díaz Ordaz: el giro hacia la ultraderecha dentro del sistema priísta. Él mismo, un despojado por la Revolución mexicana, se encontrará con el ultraconservador Maximino Ávila Camacho y, desde entonces, será el abogado preferido para justificar la represión. Díaz Ordaz dio indicaciones a los soldados de abandonar Ciudad Universitaria el 30 de septiembre de 1968, pero no el Politécnico. Era uno de esos rompecabezas que le fascinaban. Entregar la universidad para desplazar al general José Hernández Toledo al mitin del 2 de octubre en la plaza de Tlatelolco. El presidente se encierra en Los Pinos. Juan Sánchez Navarro, el vocero de los empresarios, lo acompaña. Serán dos operaciones separadas y simultáneas: una militar y una vestida de civil del Estado Mayor. Serán dos cercos. El 1º de octubre de 1968, el jefe de prensa de Díaz Ordaz, Fernando Garza, reunió temprano a los directores de diarios, radio y televisión: De mañana en adelante todos los que hablen de los Juegos Olímpicos cobrarán sus notas como si fueran publicidad del gobierno. Unas horas más tarde se les da el día libre a los empleados de la Secretaría de Relaciones Exteriores. No hay explicación alguna. Es miércoles. A las siete de la mañana del 2 de octubre de 1968, la Operación Galeana (así se llamaba la Quinta del secretario de la Defensa, Marcelino García Barragán) está clara: el presidente no va a ordenar que el Ejército le dispare a los estudiantes, sino que responda al fuego. Será defensa propia. Los civiles con el guante blanco, el Batallón Olimpia creado por el jefe del Estado Mayor Presidencial, Luis Gutiérrez Oropeza, ocupan desde temprano departamentos en el edificio Chihuahua, para detener, en el tercer piso, a los integrantes del Consejo Nacional de Huelga. Echeverría les cede el departamento 1301 del edificio Molino del Rey, propiedad de su prima, Rebeca Zuno de Lima. Doce francotiradores desde el piso noveno de la Secretaría de Relaciones Exteriores, acompañados de una cámara de cine; otros más desde el techo de la iglesia de Santiago Tlatelolco y la azotea del edificio Chihuahua. El piso 21 del edificio de Relaciones Exteriores será tomado por la policía de la ciudad, por Raúl Mendiolea, quien tiene la encomienda de coordinar a los francotiradores y, luego, de ir de hospital en hospital por los heridos y llevárselos. La prisión de Santa Martha Acatitla y el Campo Militar Número Uno son puestos en alerta para que hagan vigilia hasta nuevo aviso.

El mitin ha empezado a las cinco y media de la tarde. Habla un orador. A las 6:10 de la tarde del 2 de octubre de 1968 llegan los camiones de paracaidistas con José Hernández Toledo a la cabeza. Un helicóptero sobrevuela la plaza con 10 mil estudiantes, obreros, mujeres y niños. Con 10 mil soldados, civiles y policías. Lo que se ve: estudiantes con mochilas y libros, señoras con bolsas del mandado, niños con balones de futbol, perros jadeando de sed.

Desde el helicóptero salen dos bengalas, una verde y una roja. Los francotiradores hacen fuego sobre la multitud y uno de ellos, desde el edificio Chihuahua, le da en la nalga izquierda al general Hernández Toledo, quien cae sobre su tanqueta. Los soldados responden al fuego, civiles armados matan a quemarropa a los asistentes. Por una fuga de gas y los miles de disparos, se incendian tres pisos del edificio Chihuahua. A los detenidos los ponen sobre el suelo, con las manos hacia atrás. La balacera dura, en dos intervalos –6:10 de la tarde y 11 de la noche–, 120 minutos. Se hacen 15 mil detonaciones. Hay 700 heridos y un número nunca aclarado de muertos y desaparecidos. Hay mil 500 detenidos esa noche sólo en Tlatelolco. A los dirigentes del CNH los desnudan y los ponen de cara al muro de la iglesia de Santiago Tlatelolco, adentro de la cual se desarrollaba una boda que ahora tiene a los invitados pecho-tierra. No hay luz en toda la zona de guerra. Son alumbrados por linternas, por fotógrafos de las policías, por los faros de los tanques. Empieza a llover. Lo único que queda en la plaza son miles de zapatos.