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Biden: discurso orweliano
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espués de varios días de brutales ataques israelíes contra Líbano, Siria y Yemen, y a casi un año de que Israel lanzara una operación de exterminio contra la población palestina de Gaza, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, dijo que debe evitarse una guerra total en Medio Oriente. Tal declaración tiene por contexto un próximo encuentro del mandatario con el jefe del régimen israelí, Benjamin Netanyahu, y luego de que Washington se sumara a las expresiones de júbilo de Tel Aviv por el asesinato de algunos de los más altos dirigentes de la milicia chiíta libanesa Hezbollah mediante bombardeos perpetrados por la fuerza aérea israelí.

En su novela distópica 1984, el escritor británico George Orwell imaginó un régimen totalitario que tenía como uno de sus principales métodos de control el doble discurso y el doblepensar, aplicados por el Ministerio de la Verdad para manipular y desinformar a la sociedad mediante mensajes que afirmaban exactamente lo contrario a la verdad. De semejante escenario nació el adjetivo orweliano para designar el doble discurso que invierte de manera deliberada el significado del lenguaje.

Las expresiones de ayer de Biden ameritan el calificativo mencionado si se considera que el Estado que representa ha sido el principal instigador histórico –cuando no el perpetrador directo– de las guerras en Medio Oriente, y que su gobierno se ha empeñado por sostener contra viento y marea, y con todos los recursos bélicos, económicos, políticos y diplomáticos, las atrocidades que las fuerzas de Israel cometen en la región, empezando por el genocidio en curso de la población gazatí.

En efecto, la Casa Blanca de Biden es el principal soporte militar de Tel Aviv, el cual recibe de Estados Unidos decenas de miles de millones de dólares en asistencia militar y cuenta con el manto protector del veto de Washington en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para impedir cualquier resolución orientada a detener o atenuar el sufrimiento de los habitantes de Gaza. En lo que va de la presente incursión en esa ínfima porción de territorio que queda de lo que fue Palestina, cerca de 2 por ciento de la población –unas 40 mil personas, de un total de poco más de 2 millones– ha sido asesinada por las fuerzas israelíes, cientos de miles han sufrido heridas de diversa gravedad, más de dos tercios de los gazatíes se han visto sujetos a desplazamiento forzado y los desaparecidos suman decenas de miles.

Estos gravísimos crímenes de lesa humanidad han sido cometidos, en su gran mayoría, con aeronaves, municiones y tecnología facilitada por el gobierno de Estados Unidos al régimen que encabeza Netanyahu, el cual no esconde sus propósitos de continuar y acentuar la masacre en Gaza, en Cisjordania ocupada y en Líbano, ni su afán de extender las hostilidades en contra de Irán y Yemen.

Sostener, en tales circunstancias, el supuesto propósito de detener la guerra total es un acto que transita de la hipocresía al cinismo en la más pura manifestación de las prácticas lingüísticas descritas por el autor de 1984. La guerra es la paz; la libertad es la esclavitud; la ignorancia es la fuerza, rezaba el lema del régimen encabezado por el Gran Hermano, una monstruosidad ficticia basada, por desgracia, en la realidad de las autocracias dictatoriales de mediados del siglo pasado.

Se habla con frecuencia de las perversiones a la democracia introducidas por Donald Trump y sus partidarios, pero son menos habituales las menciones de las que caracterizan al actual ocupante de la Casa Blanca y a otros gobernantes surgidos del Partido Demócrata. Sin embargo, esta expresión de Biden de una voluntad ficticia de impulsar la paz cuando ha venido apoyando con toda suerte de recursos la desorbitada violencia de Israel denota claramente que la mentalidad orweliana está presente por igual en los dos partidos hegemónicos de Estados Unidos.