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Disquero
Dominic Miller, el introspectivo
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▲ El nuevo álbum de Dominic Miller se titula Vagabond por el poema de John Masefield, favorito de su padre.Foto tomada de la página oficial del músico argentino
 
Periódico La Jornada
Sábado 28 de septiembre de 2024, p. a12

El nuevo disco de Dominic Miller es una bella introspección. Ahonda en la luz, se eleva en la abstracción, aterriza cómodo y fácil en lo mullido, lo terso, lo acariciante.

Se titula Vagabond por el poema de John Masefield, preferido por su padre a quien dedica la pieza titulada Mi viejo, séptimo en el orden de este disco donde diversas donosuras nos trasladan hacia atmósferas, estancias, estados de la mente y hendiduras en el tiempo.

Esa pieza tiene dejos de tango y es ineludible el hecho, porque Dominic Miller es argentino, de padre estadunidense que tocaba tangos, y el joven Dominic se formó en la mejor escuela de música del orbe: Berklee College of Music, donde se hizo de las herramientas que lo convirtieron en uno de los mejores guitarristas del orbe.

Hay que decirlo de una vez: a Dominic Miller lo apodan el guitarrista de Sting, lo cual es injusto, porque lo demeritan a él y a Sting, y quienes tienen apetito por epítetos se atreven a decir que los discos de Sting son en realidad discos de Dominic Miller cantados por Sting.

Argumentan en falacia: el sonido Sting es el sonido Dominic, aseguran, cuando existen evidencias de fuente directa que desmienten entramado tal.

Tiene la palabra Dominic Miller a propósito de Gordon Matthew Thomas Summer, mejor conocido como Sting:

Mi influencia mayor es Sting: su sentido lateral del concepto de la armonía y sobre todo su manera de construir canciones. De ahí que, explica Dominic, sigo sus pasos en mi decisión de crear una narrativa con música instrumental, con sus correspondientes estructuras de canciones, con versos, coros, puentes. He aprendido mucho de Sting acerca del concepto de una obra y su puesta en vida, así como en lograr concisión para contar una historia.

Esa vocación por contar historias es el alma de su nuevo disco, Vagabond.

Y para contrarrestar el equívoco del mote el guitarrista de Sting, basta decir que pues nada menos que llevan más de 30 años trabajando juntos y así han creado un repertorio inmenso, cuya punta del iceberg es la célebre pieza Shape of My Heart, que escribieron al alimón.

De hecho, Sting y Dominic continúan trabajando juntos. Lo más reciente es su gira Sting 3.0 con el baterista Chris Maas, y se bautizaron como The New Power Trio.

El crítico de música Peter Ruedi publicó en el semanario suizo Weltwoche: Dominic Miller es un gran, sereno contador de historias.

Sereno, esa es la palabra clave para describir el sonido Dominic: siempre en calma, siempre en paz, siempre tranquilo. Y esa serenidad la comparte con Sting en las piezas más exquisitas que han trabajado juntos y ese estado del alma se percibe en su nuevo disco, Vagabond, que hoy nos ocupa.

Es un sonido poesía.

El Disquero ponderó su disco anterior: Absinthe, nacido de un flujo de ideas, sensaciones, poesía, lugares, ensueños y originalidad.

De entrada, la música de Dominic Miller es poderosamente sinestésica. Las imágenes que acarrea no son obvias: su peculiaridad consiste en el detalle, el rincón del óleo, el recoveco, la arruga de plasta de pintura sobre la tela. Su latido.

La originalidad de ese disco, Absinthe, radica en la combinación instrumental inusitada: un bandoneón, como referencia natal de Dominic en un suburbio de Buenos Aires, además la colaboración del mejor percusionista del planeta: Manu Katché, quien hace de ese dispositivo llamado batería una nave ateniense jalada por arcángeles.

Dominic vive en el sur de Francia, en la exacta geografía donde los pintores impresionistas impresionaron. Nombró Absinthe a su disco porque está convencido de que don Vincent van Gogh pintó bajo los efectos del hada verde (la absenta, o ajenjo) y logró así óleos alucinógenos.

Nicholas Culpener escribió en 1651 su libro The English Physician para nombrar a la planta de donde extraen el ajenjo así: la corriente de la conciencia.

El amargor, verdor, ardor del ajenjo ha creado escuela. Existe prácticamente un Club del Ajenjo convocado por nadie pero integrado a lo largo de la historia por artistas de vario linaje: Shakespeare, Joyce, Virginia Woolf, Baudelaire, Edgar Allan Poe, Paul Verlaine, Degas, Gauguin, Monet, Picasso, Toulouse-Lautrec, escribieron bajo su efecto y lo pusieron entre los protagonistas de sus obras maestras.

De manera que así es como volvemos a recomendar ese disco imprescindible de Dominic Miller.

La discografía de este músico argentino tiene otros episodios épicos, como su álbum titulado Hecho en Cuba, de 2016, que grabó con su amigo Manolito Sibonet y su Trabuco.

Está disponible en YouTube un video de uno de los muchos conciertos que suele ofrecer Dominic Miller en La Habana, con Manolito Sibonet y su Trabuco y en el repertorio aparece la indeleble Shape of My Heart, en potente charanga con trompeta y trombón y harta sabrosura.

Para su nuevo disco, Vagabond, Dominic enroló un cuarteto con Jacob Karlzon en piano, Nicolas Fiszman en bajo eléctrico y Ziv Ravitz en tambores, para hacer de ocho composiciones de Dominic toda una fiesta de la introspección.

Es relevante anotar que entre las muchas facetas de Dominic, su favorita es tocar solo y utiliza una guitarra especial, con cuerdas de nylon que sólo se consiguen en su natal Argentina, lo cual entabla relación con el gran maestro de la guitarra, Pat Metheny, de quien nos ocupamos hace unos días y mencionamos sus nuevos hallazgos gracias a la utilización de esas cuerdas.

Dominic ha insistido en que nunca ha sido su intención grabar discos con guitarra, porque lo suyo es contar historias y para eso recurre al género canción.

Explica: Gracias a los maravillosos cantantes con quienes he trabajado a lo largo de los años, me he construido como un escritor de canciones instrumentales. Mi misión consiste en rodearme de los mejores músicos que entiendan la narrativa de esas canciones sin palabras que yo escribo.

Como es su costumbre cuando termina un disco y prepara el siguiente, renueva su plantel para el efecto, lo cual me ayuda a encontrar los nuevos caminos que persigo. Su protocolo consiste en escribir primero las canciones sin palabras para enseguida invitar a sus músicos a pasar tres días con él en su casa campirana en el sur de Francia, ensayando esas obras y aprendiendo sus estructuras y melodías para, una vez instalados frente a los micrófonos de grabación, dejarlos en libertad de hacer los que les venga en gana, lo cual dota de un poderoso brío improvisatorio a sus discos. Una vibración pocas veces lograda en los estudios de grabación. Un pulso vital.

Hay piezas donde el piano impera, estrategia libérrima de Dominic para lograr efectos narrativos que de otra manera convertirían el disco en lo que siempre buscó evitar: un disco de guitarra.

Y así junto a las incursiones espléndidas del piano, la batería exquisita de Ziv Ravitz entabla diálogos musitados con el contrabajo de Nicolas Fiszman y todo el tiempo tenemos un paisaje sonoro de quietud y paz, de insondable necesidad de belleza y su consecución.

El título del disco, dijimos, es el de un poema de John Masefield, un maestro del lenguaje que revolucionó la prosodia:

Dunno a heap about the what and why
can’t say’s I ever knowed
My mark’s the gipsy fires, the lonely inns,
an’ jest the dusty road

Que en mi versión libre diría:

No sé montones de nada del qué y porqué
ni siquiera puedo decir que he sabido
porque mi huella son los fuegos gitanos
y las posadas solitarias
y mis pisadas sobre el polvo del camino

En el disco Vagabond, de Dominic Miller, tenemos un sonido lleno sin saturación, justo y calculado con cronómetro y compás mentales.

Y sí, suena por momentos a Sting, ya explicamos por qué, pero la mayor parte del tiempo suena a un estado de serenidad introspectiva que nos impele a levitar en medio del silencio de la luz.

X: @PabloEspinosaB

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