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Buenos días, Jacques (1936-2024)
J

acques Bellefroid murió la mañana del 20 de septiembre de 2024. Escribo esta frase poco más de 24 horas después de sucedido este escándalo indecible. Las fechas se me confunden y los días no cesan de girar en la ruleta de las horas, que se repiten al infinito, los mismos, siempre y para siempre. Como tu muerte, Jacques, como tu vida, como nuestro amor. No comprendo cómo puedo seguir viva mientras tú estás muerto, al menos es lo que me dicen. Lo que me dijo Tania ayer en los inicios de una tarde asoleada, aquí, en el hospital Charles Foix, en las afueras de París, donde estoy hospitalizada y sigo viva cuando tú ya te has ido de aquí a no sé dónde. ¿Cómo podré encontrarte de nuevo en la infinita inmensidad adonde te has ido? Búscame, te pido que me busques. Sólo tú puedes encontrarme en este laberinto sin túneles ni pasajes, sin muros ni puertas, sin señales ni sentidos.

¿Recuerdas? Era aún el invierno, abrigos todavía. Tú estabas sentado en la orilla de un sofá en casa de Colette. Habían pasado ya 10 años desde que ella y tú se divorciaron. Tal vez por eso, bálsamo del tiempo que barre con todo –dejar, oh dioses, al tiempo hablar: ese es el Paraíso–, platicaban sin huellas ni ofensas ni rencores. Tú y yo comenzábamos el diálogo que nos llevaría la vida. ¿Cómo íbamos a saberlo? No éramos ni somos: tú adivino, yo clarividente. Pero sabemos que nos amamos. Como ya lo sabíamos desde ese primer encuentro. Eso es lo único que importa, me repetiste miles de veces, tú sin cansarte de decirlo, y yo sin fatigarme de escucharlo, a cada uno de los parpadeos que eran nuestras fugaces separaciones, esos alejamientos que más nos acercaban el uno al otro como si la distancia disminuyera con el tiempo que no cesa de escurrir sus gotas de eternidad entre los dedos de las manos. Y seguimos amándonos así: tú, desde ese más allá que no cesa de alejarse y acercarnos, donde creemos avanzar inmóviles; yo, en este aquí que me cerca, me encadena, me acorrala y me extravía dentro de mí misma, hundida en mí, en ti, en esta tierra baldía donde hemos nacido para morir, donde moriremos para seguir muriendo, siempre vivos en la radiante atmósfera de luces, amándonos durante el tiempo de una muerte sin fin y sin principio.