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Kundera: la novela como desafío y rebeldía
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▲ El escritor Milan Kundera captado en Praga, el 14 de octubre de 1973.Foto Afp
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l 8 de diciembre de 1968, ese año recurrente en la historia del mundo, cuatro amigos se embarcaron en una expedición extraordinaria a Praga.

Dos temas de conversación los mantenían alertas: el de Heberto Padilla, quien escribió una crítica implacable contra la novela Pasión de Urbina, de Lisandro Otero, y un gran elogio a Tres tristes tigres, de Guillermo Cabrera Infante. La tensión se dio porque Otero era vicepresidente del Consejo de Cultura en Cuba y Cabrera Infante un crítico declarado de la revolución cubana. El otro tema que les atenazaba era el de las consecuencias de la Primavera de Praga.

Ese día, Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Ugné Karvelis y Carlos Fuentes se encontraron con otro escritor, Milan Kundera, para que los pusiera al tanto sobre lo que ocurría en la antigua Checoslovaquia.

Cuenta Carlos Fuentes en La geografía de la novela que Kundera los citó en un baño sauna a orillas del río para contarles lo que había pasado. Parece que era uno de los pocos lugares sin orejas en los muros. No sólo fueron informados sobre lo que ocurría en el país, sino también conocieron ese contraste de pasar del calor del baño a las frías aguas que brillaban en un boquete de hielo.

1968 es el año en el que está ambientada La insoportable levedad del ser, novela que puso en el centro del mundo literario al escritor checo de manera inmediata.

Dice Kundera en su libro de ensayos Los testamentos traicionados que después de 1948, durante los años de la revolución comunista en su país, comprendí el eminente papel que desempeña la ceguera lírica en tiempos del Terror.

Quedó vacunado para siempre de toda tentación lírica. Deseaba una mirada lúcida y desengañada, y la encontró en la novela: por eso ser novelista fue para mí algo más que practicar un género literario; fue una actitud, una sabiduría, una posición que excluía toda identificación con una política, con una religión, con una ideología, con una moral, con una colectividad; una no-identificación consciente, obstinada, rabiosa, concebida no como evasión o pasividad, sino como resistencia, desafío, rebeldía.

Esa actitud lo ha hecho tener extraños diálogos:

–¿Es usted comunista, señor Kundera?

–No, soy novelista.

–¿Es usted disidente?

–No, soy novelista.

–¿Es usted de izquierdas o de derechas?

–Ni lo uno ni lo otro. Soy novelista.

Eso explica por qué Kundera no considera La insoportable levedad del ser una novela filosófica.

Si es partidario de una fuerte presencia del pensar en la novela eso no quiere decir que le guste lo que suele llamarse novela filosófica. Esa servidumbre de la novela a una filosofía, esa puesta en narración de las ideas morales o políticas.

El pensamiento realmente novelesco, nos dice, siempre es asistemático: indisciplinado, experimental, fuerza brechas en todos los sistemas de ideas que nos rodean; examina (en particular por mediación de los personajes) todos los caminos de reflexión procurando llegar hasta el final de cada uno.

La novela así no busca persuadir, sino inspirar, poner en marcha el pensamiento para generar otro. Por eso, el novelista debe sistemáticamente desistematizar su pensamiento, dar patadas a la barricada que él mismo ha levantado alrededor de sus ideas.

La complejidad de la existencia humana en el mundo moderno donde coinciden sueño, narración y reflexión, como dijo a Christian Salomon en The Paris Review, es el cogote donde se unen los hilos de La insoportable levedad del ser.

En esa novela polifónica, la historia del hijo de Stalin, las reflexiones teológicas, el suceso político en Asia, la muerte de Franz en Bangkok y el funeral de Tomás en Bohemia “están vinculados por una misma y perenne pregunta: ¿Qué es el kitsch?” Allí están la compasión, el vértigo, el alma, el cuerpo, la fuerza, la debilidad.

Hace 40 años se publicó La insoportable levedad del ser, y su arquitectura polifónica sigue generando preguntas.