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Periódico La Jornada
Domingo 22 de septiembre de 2024, p. a12

Mark Twain: Un viaje a contracorriente*

Al infierno en BALSA

Mark Twain vivió 21 años lejos del Mississippi, más de dos décadas añorando esa navegación que él pensaba que iba a durar para siempre. Había sido minero y algunas otras cosas, hasta redescubrir su vocación de periodista y encontrar también un estilo. Esas dos décadas lejos del río le sirven no sólo para acumular experiencia de vida –un viaje de cinco meses por Europa, un viaje a Hawái–, sino también para encontrar métodos y herramientas. Pero llega un momento en el que sabe que añora el Mississippi, que extraña su viejo empleo de piloto. Los barcos ya no eran lo mismo que antes. El ferrocarril había desplazado el protagonismo de los barcos, que antes de la guerra transportaban todo tipo de mercancías y de personas. Twain describía los grandes vapores como palacios flotantes que competían o incluso superaban a los edificios que estaban a las orillas del río.

Poco a poco, eso se va terminando, por la irrupción de la guerra y el ferrocarril. Quiero recordar una anécdota que espero resulte pertinente. A Jorge Luis Borges lo invitan alguna vez a dar una charla, no recuerdo si a St. Louis o a Washington, y dice que con mucho gusto va, pero pone una condición: que lo lleven al Mississippi. Cuando llega, se acerca, toca el agua y sentencia: “Quería, por lo menos una vez, tocar ese río que permitió, en cooperación divina con Mark Twain, una obra como Huckleberry Finn.”

La Guerra Civil estadounidense interrumpe la joven promesa que es Mark Twain como piloto. Era uno destacado, porque era discípulo de uno de los mejores del Mississippi, y tenía la mesa puesta para ser uno de los nombres más recordados en ese gremio, de por sí prestigioso. Pero la guerra tiene varias implicaciones. Implica una tremenda división entre los estados del norte y los del sur, pero también estalla en un momento en el que existe una división imaginaria –pero no por eso menos presente– entre el este y el oeste. El primero es el territorio de las familias más rancias, con un historial comprobable, una cultura muy ligada con Europa, y el segundo es un territorio que apenas se está poblando, un lugar fantástico en donde no hay servicios y donde cualquiera que vaya tiene que enfrentar muchas dificultades. Entonces, la brújula de Twain se convierte en un muestrario de los diferentes escenarios que pueden encontrarse en Estados Unidos. Un norte que está pugnando por otra forma de organización y, podríamos decir, por otro proyecto civilizatorio, uno que no contempla el esclavismo, y un sur que sí lo defiende porque lo considera necesario dentro de su propio proyecto. De modo parecido, el este y el oeste también estaban en pugna.

Después de los textos que hemos mencionado, Twain es visto como el autor del oeste: aventurero, un poco salvaje o troglodita, que va a Europa y no entiende las obras de los grandes maestros, pero tampoco le interesa entenderlas. Eso le da cierta resonancia entre los lectores de Estados Unidos, pero en el este no dejan de verlo con una ceja levantada, como si dijeran: Tal vez sea gracioso, pero no sabemos si puede producir grandes obras. Ése es el reto que tiene por delante. Recordemos que no ha escrito una sola novela. Era muy conocido como cronista de viajes, pero aún tenía el reto de llegar a ser un narrador con toda la mano. Y aunque hay versiones encontradas respecto de si Twain deseaba ser visto como un autor canónico, uno que estuviera entre los grandes nombres de la literatura, o si eso no le llamaba la atención, como sostienen otros estudiosos, es un hecho que sí deseaba ser muy conocido y volverse un referente en distintos ámbitos. Eso lo va a empujar a hacer diferentes trabajos.

En 1875, le pide a uno de los grandes críticos de la época, quizás el principal crítico del este, William Dean Howells, que lea un manuscrito suyo. Al parecer, se conocen precisamente porque Howells hace una reseña positiva de algunos textos anteriores de Twain y por eso éste se anima a acercarse y a entablar correspondencia. Así le dice que está por publicar un libro y que le gustaría recibir sus impresiones. Ese libro es ni más ni menos que Las aventuras de Tom Sawyer, que será publicado el año siguiente. Al parecer, hay resquemores de parte de Twain, que no sabe si lo está haciendo del todo bien. Y por eso pide consejo. Me recuerda algo semejante de Gabriel García Márquez, que cada domingo, según contaba Emmanuel Carballo, acudía a leerle los capítulos de Cien años de soledad. Es decir, estas obras maestras nacen, por supuesto, de una pluma privilegiada, pero también de cierta cooperación con los críticos de la época. Es el mismo caso. Hay una carta de Twain para Howells en la que le dice, respecto de su libro: Quizá cometí un error al no narrarlo en primera persona (...) Más tarde me referiré a un chico de unos doce años y le seguiré los pasos a lo largo de su vida (en primera persona), pero no a Tom Sawyer. Esto que parece sólo una decisión estilística va a ser fundamental para distinguir los dos libros que hoy son probablemente los más célebres de Twain. El de Tom Sawyer es un libro de aventuras de un muchacho, pero no alcanza la profundidad ni los cuestionamientos éticos o morales y el gran vuelo interior que sí alcanza la historia de Huckleberry Finn, un personaje de circunstancias mucho menos favorables. Son una dupla complementaria: Tom sí va a la escuela y es mucho más instruido, Huck es un niño que, cuando va a clases, sólo está viendo la manera de escaparse de ahí.

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A pesar del orden en que fueron escritas, voy a arrancar con un análisis de Huckleberry Finn. Cuando hablamos de novelas, me parece que hay que avanzar como cuando uno atraviesa un río: busca ciertas piedras, ciertos puntos de referencia, pero trata de no arruinar la lectura de quienes quieran aproximarse después al texto. Creo que es muy importante cómo abre el libro. El primer capítulo dice así: No sabéis quién soy como no hayáis leído un libro titulado Las aventuras de Tom Sawyer, pero eso no importa. Ese libro lo hizo el señor Mark Twain, y en él dijo la verdad poco más o menos. Exageró algunas cosas; pero, en general, dijo la verdad. Eso no es nada. Jamás conocí a nadie que no mintiera alguna vez, como no sea tía Polly, o la viuda, o tal vez Mary.

¿Por qué esto es importante? Cuando el personaje de Huck nos dice: “No sabéis quién soy como no hayáis leído un libro titulado Las aventuras de Tom Sawyer”, está haciendo una operación brillante. Al poner en boca de su personaje un enfrentamiento abierto con el autor, lo que Twain hace es elevar a su personaje al rango de persona. Es decir, no hay una subordinación al autor todopoderoso, que decide todo lo que su personaje puede ser o decir, sino que hay una relación horizontal, en la que la criatura puede cuestionar al creador. Pensemos que, cuando a Twain se le ocurre esto, estamos en 1882 o 1883. Si bien ya había algunos autores que habían hecho esta operación, no deja de ser asombroso.

Y también hay que destacar la mención de Tom Sawyer: esto de ligar una novela con la otra, de sugerir que es una suerte de continuación, aunque no estricta. Hay algo más. Es decir, aquellas son aventuras contadas por un señor que se llama Mark Twain, pero esto tiene carácter de verdad: está proponiendo a sus lectores un distinto pacto de lectura.

Quiero señalar también un parentesco entre Huckleberry Finn y también, en cierta medida, de Tom Sawyer, con uno de los clásicos de nuestro país, Las batallas en el desierto: ambos son libros protagonizados por muchachos que viven momentos conflictivos, pero ello no necesariamente significa que sean lecturas para muchachos. No porque el personaje sea un menor quiere decir que el texto necesariamente esté destinado a un menor.

Detengámonos en algo de lo que se dijo sobre Las aventuras de Huckleberry Finn inmediatamente después de su publicación. La novela aparece en 1884 en Inglaterra y en 1885 en Estados Unidos. Hay una leyenda, muy bien documentada, de que ese retraso se debe, sobre todo, a que alguien –no se sabe quién– mete en las pruebas finales, en las páginas ya formadas, un grabado presuntamente obsceno. Se tenían ya vendidos 25 mil ejemplares y, al parecer, ya se habían impreso varios miles de ellos, pero alguien se da cuenta de ese problema, da la voz de alerta y se tienen que retirar todos.

*Adelanto cortesía de la editorial

 

Autor: Vicente Alfonso

Número de páginas: 164

Editorial: Grano de Sal

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