n medio de la avalancha de condenas, la reforma jurídica fue publicada en el Diario Oficial el domingo pasado. Quedó así completo el esfuerzo legislativo, popular partidista y del Ejecutivo, para modificar al atrincherado mundo burocrático de los togados. Muy a pesar de la legítima forma de proceder en todo el proceso, la batalla, al parecer, está lejos de terminar.
Jueces, magistrados, ministros y aliados, quieren ir por la revancha. Para lograr este cometido, que parece cuesta arriba, han sacado todas sus armas de combate. Movimientos, personajes estelares y vericuetos legaloides se usan para espantar incautos. Al parecer tienen todavía un vasto arcón de sorpresas en su arsenal remanente. Varios jueces y tribunales colegiados, decidieron, por ellos y ante ellos, impedir la publicación de la reforma que la harían efectiva y legal. Sentencia inútil de estos personajes, muy menores y reveladores de sus voluntades e intenciones golpistas. Usan la ruta, ya bien conocida, de la llamada lawfare, es decir, el ariete ilegal para inmovilizar o destruir a rivales ideológicos, partidarios o políticos. Muestran, en su accionar lo que son, o serían, capaces de hacer: un engrane, sustantivo, de la maquinaria que pelearía, con estos medios, el poder de la República. Así lo han hecho en varias partes del mundo. Con esas armas han depuesto presidentes (Dilma Rousseff) o encarcelado a otros políticos relevantes, para anular su participación en contiendas y encarcelarlos (Lula). Pero los ejemplos son varios y variados, aunque en el fondo los jueces juegan un papel preponderante.
Mientras más corajudos se muestran los oponentes, más cierran sus opciones de triunfo. Menos concursos ganan ante las audiencias, que ya están alborotadas y firmes en sus ideas. Hoy, las opiniones populares se inclinan por la condena en torno a la justa administración de la justicia. Ahí, en ese remanente informativo y práctico, los jueces salen perdiendo, por mucho, ante el juicio de la gente. Los aliados opinócratas no les hacen favor alguno a los conservadores. Publican artículos que son una retahíla de condenas a cual más grotescas. El diario Reforma sigue dando espacios a estos ensayos (Silva Herzog) que no desperdician frases altisonantes, para lanzar, una tras otra, sus predicciones de incendiarias catástrofes por venir. La reforma, aprobada en medio de un bolsón de maldiciones y tragedias por caer, aparece en sus múltiples escritos, como terrible futuro de la nación. A este furibundo Savonarola se le adjunta un ex presidente venido de su autoexilio. (Zedillo). Nada nuevo aporta este gurú mundial en su alocución ante un auditorio por demás a modo. Personaje que en su momento de poder corrió, con simple decreto, a todos los magistrados de la Corte. El resultado fue un tinglado, armado a gusto de los mandones, y de inmediato, penetrado por la corrupción y las componendas a costa de los de abajo.
Los intereses creados no se sienten derrotados. Por el contrario, buscan los atajos para rehacer sus fuerzas. Aún a pesar de que las rutas de los amparos y los litigios en tribunales han quedado al margen y sin efectividad posible ante una reforma constitucional. No faltaron los que pretendieron ensanchar privilegios y darse liquidaciones y retiros generosos. Ahora, uno de esos adalides corajudos, al parecer, encontró una ruta a la que llaman revocación. Es un llamado, para encontrar razones, actos y formas de influir en el pueblo. Se trata, dice este adalid frustrado, de cambiar el actual parecer popular y votar por la revocación. Incita a la tarea de trabajar en las bases, algo que nunca han hecho ni son capaces de hacer. Pero lo importante es desalojar su descontento y, de paso, insultar al tonto Presidente. Tal vez porque éste sí volteó hacia ellos y los ha tomado como referentes de su política de principios y valores. Las elecciones probaron, con total firmeza, lo sólido del resultado de tal apuesta por ellos. Son ya muy pocos, los días que les quedan a estos dueños de altavoces y tribunas, para saciar su sed de revancha. Aunque, casi la totalidad de sus mesías mediáticos, siguen apostando y juran que AMLO no se retirará. Seguirá de señor del gran poder desde la retaguardia, concluyen.
Parece imposible que el conservadurismo y sus arietes recapaciten y pasen a una actitud propositiva. Sus votantes lo requieren para calmar sus odios. Han perdido cinco y medio años de retobos, de negaciones, de cuentos y maldiciones al por mayor, sin avanzar propuesta alguna que sea aceptable al ciudadano masivo. De seguir esa ruta –a lo que parecen apuntar sus voceros– encontrarán rechazos y derrotas al por mayor. Cambiaron a ciertos de sus comentócratas estelares, pero recayeron en similares aunque, posiblemente, más baratos.