Sábado 7 de septiembre de 2024, p. a12
Hace dos días se cumplieron 200 años del natalicio del máximo sinfonista de la historia: Anton Bruckner (1824-1896), y el mundo es mejor luego de que su legado alcanza a generaciones que habían perdido toda esperanza y encuentran energía, inspiración, alivio y alegría cada vez que escuchan alguno de los nueve monumentos sonoros que edificó el músico austriaco.
Las celebraciones comenzaron hace un año y en este espacio hemos documentado las distintas maneras como se conmemora estos días a un gigante.
El sábado 20 de abril en ese bello instrumento musical que es la sala Nezahualcóyotl, la austriaca Katharina Wincor dirigió la Ofunam con la Séptima Sinfonía de su paisano Bruckner.
El sábado pasado, 31 de agosto, disfrutamos la transmisión en vivo de la nueva temporada de la Filarmónica de Berlín, cuando su titular, Kiril Petrenko, hizo cimbrar la mejor sala de conciertos del planeta, la Philharmonie, con una versión estremecedora de la Quinta Sinfonía de Bruckner. La temporada de la Filarmónica de Berlín tiene contempladas otras seis sinfonías del autor austriaco de aquí a diciembre, cuando culmine el Año Bruckner, con las mejores batutas actuales.
Muchos discos se han reditado, algunos en plan de primicia; otros más se han recuperado de archivos celosamente resguardados. También de ellos se ha ocupado el Disquero, por ejemplo el ciclo completo de las sinfonías de Bruckner, a cargo del director alemán Christian Thieleman. El más reciente de todos es una joya: Bruckner. Symphonies Nos. 3 & 4. Royal Concertgebouw Orchestra. Nikolaus Harnoncourt.
Este disco abre aún más el horizonte hasta hace poco tiempo todavía constreñido del conocimiento, valoración y puesta en vida de la obra de Anton Bruckner, considerado por cada vez menos escuchas como un autor de difícil comprensión
, inasequible.
Ya hemos referido en este espacio el panorama discográfico, cada vez más variado, de los directores y orquestas que se atreven, porque a la fecha sigue siendo un acto valeroso por la dificultad técnica que entraña y la exigencia de elevada calidad interpretativa y donde existen nombres reconocidos: Eugen Jochum (1902-1989) es el pionero y grabó dos ciclos con la Filarmónica de Berlín, la Orquesta de la Radio Bávara y la Staatskapelle Dresden. En tanto, el maestro Günter Wand (1912-2002) es considerado por muchos como el intérprete bruckneriano por excelencia.
En su momento, Herbert von Karajan (1908-1987) hizo su ciclo Bruckner también con la Filarmónica de Berlín.
El italiano Claudio Abbado realizó en repetidas ocasiones conciertos consistentes en dos sinfonías: las inconclusas de Schubert y de Bruckner; la última ocasión ocurrió en Lucerna en 2013, cinco meses antes de fallecer, y por eso la edición del disco resulta dramática: en la contraportada, una fotografía del maestro abandonando la sala al terminar el concierto. Es, aparte, una de las grabaciones más bellas.
Y así desfila la discografía interminable y creciente donde están por supuesto de por medio los gustos personales. Es consenso entre conocedores que las grabaciones que hizo el rumano Sergio Celibidache (1912-1996) son la máxima expresión poética, espiritual, amorosa que puede existir en música. Hay videos en YouTube que recomiendo mucho.
Y es en ese ámbito, el de la intensidad poética, donde podemos ubicar las grabaciones de Nikolaus Harnoncourt, quien sin ser reconocido como bruckneriano
aportó dimensiones que ningún otro director logró.
En el libro titulado La música es más que las palabras (editorial Paidós), el director de orquesta austriaco Nikolaus Harnoncourt se refiere en estos términos al compositor austriaco Anton Bruckner: “Me limitaré a señalar algunos detalles que hace que su música sea típicamente austriaca. En concreto, los tríos en sus scherzi, algunos giros melódicos que considero de clara procedencia campesina, o también elementos del folclor patrio”.
Extiende en esas páginas Harnoncourt sus consideraciones hacia otros compositores austriacos, como Schubert, Johann Strauss, Alban Berg, Arnold Schönberg (integrantes estos dos últimos, con Anton Webern, de la Segunda Escuela de Viena) y se salta con gusto
a Mahler, para confirmar lo que sabíamos: Mahler sin Bruckner no es imaginable
.
Como era su costumbre, Nikolaus Harnoncourt arremete contra la historia oficial de la música: Hablando de Bruckner se dice, tal vez un poco precipitadamente, que era una persona insegura, tan humilde y tímida que enseguida se dejaba convencer por sus amigos compositores y directores; también se asegura que el deseo de que una obra suya se interpretase lo inducía a aceptar sin dificultad todos los cambios imaginables. Estos puntos de vista no son del todo exactos. Estoy convencido de que sabía exactamente cómo debían ser sus obras, y esto también lo dejó claramente consignado por escrito
.
En cierta ocasión, cita Harnoncourt, Bruckner dijo: Mi obra es mi partitura
que, de hecho la trabajaba mucho, pero no la acomodaba al gusto de cada uno, como se ha difundido erróneamente, porque hacer cambios a una obra por presiones o consejos de amigos es una práctica común entre compositores, entre ellos Beethoven, en cuya versión final de Fidelio no se sabe bien a bien dónde intervino Beethoven por propia decisión para mejorar la anterior versión, por ejemplo, para hacerla más clara y más extensa y, en ocasiones, para reducirla
, y dónde cedió al imperioso deseo de los amigos para que, a la tercera tentativa, la pieza tuviese finalmente éxito.
“En Bruckner –apuntala Harnoncourt– la cosa es distinta: él dejaba consignado en sus partituras, con bastante exactitud, qué era lo que realmente quería”. Tal acotación de Harnoncourt ilumina el tema del por qué existen varias versiones de cada sinfonía de Bruckner y por qué cada director elije una de ellas para grabarla o dirigirla en público.
Así es que la grabación que tenemos ahora a la mano de la Tercera Sinfonía de Bruckner, se debe las siguientes razones, explica Harnoncourt: La última versión la deseché por ser demasiado amplia y porque los abundantes recortes y tachaduras que contiene casi destruyen el carácter orgánico de la obra. La primera versión la encuentro muy interesante. Es muy complicada y un tanto prolija, con muchos elementos wagnerianos en su interior. No creo que esto tenga algo que ver con la dedicatoria a Wagner, pues éste no estaba seguro de que Bruckner le hubiese dedicado la segunda o la tercera de sus sinfonías
.
Nikolaus Harnoncourt es uno de los más grandes directores de orquesta de la historia, además de uno de los mejores pensadores de música, más terrenal y menos académico que Pierre Boulez, nunca pedante como Theodor W. Adorno, siempre accesible y divertido. Sus considerandos sobre Bruckner y la escucha de sus grabaciones de la música de su paisano son verdaderos tratados de humanismo.
Y es que fuera de la naftalina, el lugar común y el academicismo de los textos sobre música digamos de conocedores
, hay la realidad real y la consideración de que los dioses compositores como Bruckner fueron en realidad seres humanos comunes y corrientes, tanto, que lo que todos llaman Sinfonía Wagner, refiriéndose a su Tercera Sinfonía, es producto de un encuentro delicioso entre Wagner y Bruckner donde hubo tanta cerveza de por medio que al día siguiente ya ninguno de los dos se acordaba de cuál sinfonía había dedicado quién a quién.
Lo que hay en la música de Bruckner y que Nikolaus Harnoncourt pone en primer plano en la grabación de sus sinfonías 3 y 4, disco que hoy recomendamos con esmero y entusiasmo, es lo profundamente emocional, lo poético, la magia de lo humano, la puesta en vida de la palabra ternura, los torbellinos de alegría (sobre todo en los scherzi), la acumulación de energía, que crece, penetra, y su sabia contención para enseguida su salvaje descarga, su liberación, clímax y éxtasis, como el erotismo de El cantar de los cantares y la poesía de San Juan de la Cruz.
Tenemos, finalmente, en la música de Anton Bruckner, la sublime apoteosis de vivir.