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El Café de Nadie y el chubasco estridentista
L

a vida del movimiento estridentista fue corta, cinco años apenas, pero su estruendo con la hoja volante Actual, publicada en 1921, aún nos sorprende. Lo inició el poeta Manuel Maples Arce junto con el también poeta Germán List Arzubide, y lo prohijaron Ramón López Velarde y Diego Rivera.

Escribo que su estruendo aún sorprende porque las propuestas ideadas por los estridentistas han sido resemantizadas por artistas como Rafael Lozano-Hemmer y replicadas una y otra vez por perfomanceros, aunque lo ignoren.

La investigadora Elissa J. Rashkin, en su estupendo libro La aventura estridentista, dice que dos acciones han sido reconocidas expresamente como estridentistas por Maris Bustamante en Condiciones, vías y genealogías de los conceptualismos mexicanos, 1921-1993: la interpretación musical con platos ejecutada por la comediante y música italiana María Valente en 1924 en la sala de espectáculos Bataclán; y la subasta de mujeres organizada por Arqueles Vela en 1925, en la que se ofrecían mujeres que pertenecían a diferentes categorías (por ejemplo: preciosa mujer de mañana, mujer luctuosa para viudos o mujer estridentista) a cambio de dinero.

No fueron los únicos performances estridentistas. Rashkin agrega otros descritos en textos de Arqueles Vela como Los artistas Chez soi. Emma Duval, Celia Montalbán, la tiple de 1926 y Marina Vega, precursora de la pasarela.

Tampoco son las únicas ondas expansivas que nos han llegado del estridentismo. En 2008, para conmemorar los 40 años de la masacre de Tlateloco, el artista Rafael Lozano-Hemmer, quien trabaja con disciplinas entremezcladas (arquitectura, teatro, tecnológico y performance), montó la instalación sonora Voz alta, en la Plaza de las Tres Culturas, homenaje al manifiesto y guion estridentista Magnavoz (1926), de Xavier Icaza. Lozano-Hemmer tradujo las voces según su intensidad en luces que iluminaron con sus destellos la ciudad y que se percibieron desde lejos mientras se podían escuchar las voces en Radio Universidad. Una experiencia intensa y emocionante, como reseñaron algunos.

Al estridentismo, la única vanguardia mexicana, también le debemos que promoviera el clásico de la literatura Los de abajo, de Mariano Azuela. Más aún, su interés por renovar el lenguaje de la poesía llamó la atención de Borges y de John Dos Passos, que tradujo al inglés Urbe, Super poema bolchevique en 5 cantos, de Maples Arce, un poeta cuyos versos impresionaron a Octavio Paz por la velocidad del lenguaje, la pasión y el valiente descaro de las imágenes.

¿Poco? Más bien mucho: pocos movimientos han sobrevivido al golpeteo de los grupos culturales y a la desmemoria. Sus publicaciones básicas como Actual, Irradiador y Horizonte dan cuenta de sus colaboradores, referentes desde hace tiempo: Angelina Beloff, Diego Rivera, José Clemente Orozco, Ramón Álva de la Canal, Jean Charlot, Leopoldo Méndez, Germán List Arzubide, Fermín Revueltas, Lola y Germán Cueto, José Juan Tablada, Arqueles Vela, Manuel N. Lira y Miguel Ángel Asturias.

En las letras está la vida, espléndida exposición dedicada a Germán List Arzubide en el Munal bajo la curaduría de María Estela Duarte, nos acerca a esa vanguardia activísima que impulsó a Lola Cueto a montar espectáculos de títeres en las rancherías más apartadas, donde los niños de los ahora llamados pueblos originarios ni siquiera sabían aplaudir. También impulsó publicaciones educativas y programas radiofónicos de List Arzubide que animaron como pocos la educación y cultura en el México de los años 20. Es una lástima que estas exitosas experiencias no hayan sido aprovechadas en nuestros días.

Xavier Villaurrutia, uno de los antagonistas del movimiento y que fue parte de los Contemporáneos, no dudó en reconocer en una conferencia de 1924 que “el estridentismo consiguió rizar la superficie adormecida de nuestros lentos procesos poéticos e inyectar, no sin valor, el desequilibrado producto europeo de los ismos”.

El amor por lo urbano, lo tecnológico, la crítica a la prensa amarillista, su aversión a los panegiristas sistemáticos y lo cosmopolita de los estridentistas anticipó la sociedad de nuestros días. El Café de Nadie, donde se reunían para llevar a cabo sus actividades, se fragmentó a tal grado que ahora es El Café de Todos, en distintos lugares. Y sí, aceptamos lo que apunta su manifiesto: Chaplin es democrático y ¡que viva el mole de guajolote!