Opinión
Ver día anteriorMartes 27 de agosto de 2024Ediciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Borges, el inmortal
Foto
▲ Para conmemorar el 125 aniversario del natalicio de Jorge Luis Borges, efeméride denominada Día del Lector, el domingo fueron obsequiados más de 300 mil versos de varios autores de ese país. Aquí, una joven lee uno de los poemas del argentino.Foto Xinhua
T

oda tradición literaria es una larga conversación de obras y, a veces, si sus autores son contemporáneos, de intercambio directo de ideas. No es fácil.

En 1947, Julio Cortázar terminó el cuento Casa tomada. Se lo dio a leer a una amiga, quien, al ver que se trataba de un magnífico relato, lo compartió a Borges. Éste lo publicó en su revista Los Anales de Buenos Aires, acompañado por dos dibujos de su hermana Norah. Ese fue el comienzo de la relación entre ambos escritores.

Más tarde, Cortázar envió a Borges Los reyes. Se lo dio como “testimonio de cariño hacia el relato pleno de admirable inteligencia ‘La casa de Asterión’”, relato de nostalgia por su voz tan ceñida, tan libre de lo innecesario. El minotauro de Cortázar, a diferencia del de Borges, profetiza al morir lo que hoy ocurre: su retorno incesante y repetido.

Aunque su correspondencia no fue abundante, estaban al tanto uno del otro. En 1968, Borges dio una conferencia en Córdoba sobre literatura contemporánea en América Latina. Habló de Cortázar como de un gran escritor, aunque agregó: desgraciadamente, nunca podré tener una relación amistosa con él, porque es comunista. El comentario agridulce hizo decir a Cortázar con algunos de sus amigos que, aunque él esté más ciego ante la realidad del mundo, seguiré teniendo a distancia esa relación amistosa que consuela de tantas tristezas.

Los intercambios de Borges con autores mexicanos no fueron menos fecundos ni sinceros. El más antiguo que tuvo fue con Alfonso Reyes, a quien conoció en España en los años 20 y frecuentara cuando fue embajador en Argentina y Brasil.

De Reyes hizo quizás el mayor elogio a escritor contemporáneo alguno: “El mejor prosista de la lengua española de éste y del otro lado del Atlántico sigue siendo el mexicano Alfonso Reyes… Si tuviera que decir quién ha manejado mejor la prosa española, en cualquier época, sin excluir a los clásicos, diría inmediatamente: Alfonso Reyes”.

Pero no todo fueron elogios con los autores mexicanos: en 1973, Jorge Luis Borges hizo en México una de las críticas más contundentes a los novelistas que yo conozca. En una mesa redonda, transmitida en dos partes por Televisa en el famoso salón El Generalito, de San Ildefonso, el poeta dijo sin rodeos: son imposibles las novelas sin ripios, sin rellenos, sin basura. Por eso no le gustaba el género; por eso nunca escribió novela.

Me asombró su crítica, porque tenía ante sí a tres novelistas: a los mexicanos Salvador Elizondo y Juan García Ponce, y al venezolano Adriano González de León, quienes hicieron fraterno y emocionado mutis. Después de su afirmación lapidaria, Borges mencionó cinco excepciones: Don Quijote de la Mancha, las novelas de Dickens, de Flaubert, de Conrad y de Stevenson, cuyas frases, según él, eran perfectas.

En otro momento, cuando lo forzaron a recomendar cinco libros hispanoamericanos para jóvenes lectores, el escritor no olvidó su actitud crítica: nombró solamente Las mil y una noches.

En el 125 aniversario del nacimiento del escritor argentino, el Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios de El Colegio de México acaba de publicar Borges en México: Un permanente diálogo literario, de Rafael Olea Franco.

Allí están presentes los encuentros y desencuentros de Borges con escritores como Juan José Arreola, Juan Rulfo, Carlos Fuentes, José Emilio Pacheco y Octavio Paz.

Pero esos autores, aunque son los que más espacio tienen en el libro, no son los únicos mencionados. Allí están Tito Monterroso, Elena Poniatowska, Guillermo Samperio, Ignacio Padilla y hasta el autor de Instantes, versos atribuidos al autor de Ficciones.

Pregunto a Rafael Olea Franco cómo se explica la presencia de Borges entre los jóvenes y la respuesta parece obvia: por su imaginación, que lo acerca a temas científicos de nuestros días, como ocurre con El jardín de los senderos que se bifurcan, donde responde, por mero ejercicio lógico, a la solución de un problema de física cuántica. También por su incursión en las antiguas literaturas nórdicas en estos días en los que las series de vikingos han plantado a Thor en nuestro imaginario.

Al parecer Borges seguirá vivo en esa inmortalidad que le dan sus lectores.