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Alain Delon, en tercera persona
A

venturero de carácter y de espíritu, la carrera y la vida de Alain Delon fueron fulgurantes.

Su belleza extraordinaria llamó la atención de cineastas como Luchino Visconti y Jean-Pierre Melville, quienes le dieron importantes papeles en películas que lo harían pasar a la historia de la cinematografía.

Alguna vez, en una entrevista para televisión, Alain Delon declaró, con absoluta razón: Jean-Paul Belmondo es un actor y gran actor. Yo soy una estrella. Su lugar estuvo siempre en una constelación estelar.

Su relación amorosa con Romy Schneider fue contemplada por el público como un estado de gracia excepcional. Vendrían después otras mujeres, magníficas todas, pero sin la misma ternura: Mireille Darc, Nathalie Delon –quien fue su única esposa–, Dalida, Rosalie van Breemen –madre de dos de sus hijos–, Anne Parillaud y otras.

Su muerte, a pesar de ser esperada a causa de su edad, no dejó de causar asombro, ese asombro que se tiene ante lo inusitado y lo misterioso. Alain Delon parecía ser eterno. Estaba ahí, siempre presente, respondiendo a los periodistas a preguntas en ocasiones anodinas, a veces existenciales. Siempre en su particular manera de hablar de sí mismo: en tercera persona, según él por modestia, para no decir yo.

Ni siquiera dudaba en evocar su propia belleza. Al periodista, un tanto venenoso que lo entrevista y le pregunta si su belleza es un problema para él, contesta: “No. Puede ser un problema, si se es hermoso y estúpido, lo que no es mi caso. También puede ser un problema, si se es guapo y mal actor, lo que no creo que sea mi caso tampoco. Se puede ser guapo y no demasiado estúpido, y entonces, efectivamente, no es un problema para sí mismo, sino para los demás, porque molesta. Voilà. Sin embargo, a quien hay que agradecer es a mi madre, porque hay que reconocer que la belleza representa una gran ventaja en la vida”.

Alain Delon nace en un medio muy modesto y crece acostumbrándose a luchar siempre para sobrevivir. Como su madre estaba obligada a trabajar, lo confió a una familia adoptiva. El papá de esa familia trabajaba de vigilante en la prisión de Fresnes. El pequeño Alain creció, así, a la sombra de los muros de una cárcel.

Además de su belleza, Delon tuvo una suerte excepcional que le ofreció encuentros decisivos en la realización de su carrera. El cineasta Luchino Visconti decidió hacer de Alain una figura de la constelación cinematográfica. La película Rocco y sus hermanos lo eleva a la categoría de actor vedete. La carrera de Alain Delon ha comenzado. Y no terminará, sino con su muerte. Delon va a filmar con algunos de los directores más grandes al lado de comediantes que saben rendirle homenaje en las mismas películas que filman con él.

Pocas personas son tan conscientes de ser un mito como Alain Delon. El actor era capaz de hablar de él en tercera persona, como de un genio, sin temor alguno al ridículo o a la megalomanía. Delon se sabía único. Cierto, todos somos únicos o únicas, pero la excepcionalidad del comediante era su capacidad de declararse en público como hombre con verdadero genio. Sin vanidad, sin pretensión, Delon no se sentía superior a los otros: tenía la certeza de encarnar un mito y lo declaraba abiertamente frente a las cámaras de televisión.

Brigitte Bardot declaró a su respecto: Representaba lo mejor del cine de prestigio de Francia; era un embajador de la elegancia, del talento, de la belleza. Su desaparición crea un vacío abismal que nada ni nadie podrá llenar.

Bernard Pivot entrevistó a Alain Delon y, como es costumbre, al final del programa, le hizo las preguntas de su famoso cuestionario.

–¿Cuál es su palabra favorita?

–Honor.

–¿Droga favorita?

–Amor.

A la última pregunta: Si Dios existe, ¿qué le gustaría que le diga después de su muerte?, Delon contesta: Ya que éste es tu mayor y más profundo arrepentimiento, lo sé, ven, te llevaré con tu padre y tu madre para que, por primera vez, finalmente, los veas juntos.