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Colaboración = injerencia // México: no, gracias, socio // Casa Blanca: largo historial

D

esde hace casi 250 años, los habitantes de este planeta padecen el verdadero significado de la frase espíritu de colaboración cuando sale de la boca de un presidente estadunidense, de alguno de sus funcionarios y/o de sus agentes disfrazados de embajadores, que la Casa Blanca tiene regados por todo el mundo (se supone que los destinados a la inteligencia permanecen en la sombra).

Aunque sus zarpazos han golpeado hasta en el rincón más apartado de la geografía internacional, en el caso de América Latina el intervencionismo, imposición y golpismo, más el placer orgásmico de invadir, guerrear y chantajear permanentemente de los gobiernos estadunidenses han sido más que practicados –de hecho nunca han sacado sus garras de la región– en el contexto de lo que llaman colaboración.

A lo largo de esos años, tales prácticas se han registrado desde el Río Bravo, en el norte, hasta el Canal de Beagle, en el sur, y, por si a estas alturas alguien todavía dudara, el gobierno estadunidense lo ha hecho una y otra y otra vez: permanentemente ha metido la mano en todas partes, pero lo institucionalizó como parte toral de su política exterior a partir de que, en 1823, al presidente en turno, James Monroe, se le ocurrió la brillante idea de justificar el intervencionismo y la expoliación mediante una doctrina que lleva su nombre (con la ayuda de su secretario de Estado, John Quincy Adams), la cual pregona que América es de los americanos, en el entendido, el suyo, de que América es Estados Unidos y al que no le guste que se aguante.

Entonces, siempre con espíritu de colaboración, a partir de esa muy democrática doctrina en América Latina se han registrado –oficialmente– no menos de 33 intervenciones, golpes de Estado, invasiones, intervenciones, anexiones, expoliaciones y demás (aparte las extraoficiales, que resultan infinitas), sin olvidar la permanente injerencia en asuntos que sólo corresponden a terceros países.

En el caso concreto de México, el muy gringo espíritu de colaboración le ha costado carísimo. En días pasados, el presidente López Obrador lo recordó así: nosotros fuimos invadidos dos veces, de manera injusta, en forma prepotente: la primera vez fue un zarpazo que nos dejó sin la mitad de nuestro territorio en la guerra de intervención de 1846-1848; nueve estados (se los anexó) Estados Unidos: todo California hasta San Francisco, pertenencia a Sonora; Texas pertenencia a Coahuila. Nuestro héroe, cuando otra intervención, la francesa, se produjo en nuestro país y se defendió a México, el general Zaragoza nació en un pueblo que hoy es de Texas, pero que pertenecía a Coahuila, fue muy triste para nosotros; imagínense un 15 de septiembre de 1847 tomaron la ciudad e izaron la bandera estadunidense aquí, en el Palacio Nacional. Y luego, en 1914 volvieron a invadirnos en Veracruz, que estuvo siete meses tomado nuestro territorio.

El mandatario pasó por alto el tercer espíritu de colaboración: en 1916, el general John Pershing invadió México (los gringos le llamaron expedición punitiva) con el pretexto de capturar a Francisco Villa (quién a su vez atacó el pueblo de Columbus, en Nuevo México), a quien el militar y su tropa nunca vio y menos encontró en los 11 meses que se prolongó esa invasión. ¿Y Doroteo Arango? Muerto de la risa.

Siempre con espíritu de colaboración, nuestro país tuvo varios presidentes, secretarios de Estado, procuradores, embajadores, la Dirección Federal de Seguridad, etcétera, etcétera, al servicio del gobierno gringo, de sus agencias–como la CIA y la DEA–, otros organismos de inteligencia y muchas historias más, entre las que se cuenta la primera generación de estadunidenses nacidos en México, como Carlos Salinas de Gortari y su pandilla de tecnócratas.

Por eso, cuando a Ken Salazar, actual embajador estadunidense en México, se le ocurre meter las narices donde no debe, muestra sus habilidades injerencistas, abiertamente rechaza la reforma judicial que se analiza en el Congreso, que sólo a nuestro país corresponde decidir, y asegura que sólo se trata de espíritu de colaboración, la respuesta obligada es vete a bañar a Colorado, con todo y sombrero.

Las rebanadas del pastel

De plano, la autodenominada oposición ya no siente lo duro, sino lo tupido: circo, maroma, teatro; impugna aquí, allá y acullá, y la pandilla de la derecha no ata ni desata. Ahora va al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación… Ya regresó el pollito en fuga: Ricardo Anaya (canalla, canallín), abrazado al fuero que le da su plurinominal.

Twitter: @cafevega