n la narrativa historiográfica dominante de Nuevo León se negó, durante décadas, la huella étnica y cultural de los judíos, a pesar de muy diversas tradiciones hebreas que forman parte de la identidad de los habitantes del estado. Hoy el tema se aborda abiertamente.
La historia comenzó con las capitulaciones (una especie de acuerdo real) que otorga Felipe II en 1579 a Luis Carvajal y de la Cueva. Con el nombramiento de gobernador, este oficial funda al doblar la década, bajo el nombre de Nuevo Reino de León, un enorme territorio de 800 por 800 kilómetros por lado. Entre ellas se estipula que su cometido es colonizar, pacificar y poblar esas tierras. A su largueza, también señalaba la prohibición de traer consigo a familias que no fueran de cristianos viejos o, dicho de otra manera, a judíos o judaizantes. Su infracción podía ser penada con la muerte.
Ocultar a los judíos era ocultar las atrocidades de la Inquisición. Tal omisión la literatura la va revelando en trazos deslumbrantes, apasionados, persuasivos de esa época aciaga que inician los muy católicos reyes de España con la expulsión de árabes y judíos de su territorio. Gabriela Riveros nos guía a través de Olvidarás el fuego, una de las novelas de mayor rango que se haya publicado en lo que va del siglo XXI.
Una de las familias expulsadas se exilia en Portugal. Carvajal y de la Cueva nació en Mogadouro, villa de este reino, y en Benavente, otra de ellas, el hijo de una hermana suya: Luis de Carvajal, El Mozo. A él, a sus padres y hermanos, los convence de mudarse a tierras de América. Desde muy joven, Luis sorprende al círculo familiar con sus luces y virtudes. Su tío, al iniciar el ejercicio de su conquista, lo convierte en el heredero de su gobierno. Pero su vocación espiritual lo conduce por una senda distinta y se traslada a la capital de la Nueva España, donde estudia con los jesuitas bajo el seudónimo de Joseph Lumbroso. Hasta que en el seno familiar le revelan su origen étnico y la fe de sus mayores. Su padre, Francisco, le hace prometer antes de morir que mantendrá la ley vieja de Moisén.
Joseph Lumbroso se inicia en una clandestinidad llena de peligros. Mantener el secreto de la creencia familiar, en un mundo donde se ha inducido la delación como hábito premiado, lo hace llevar el peso de la sospecha adonde quiera que va. Pero es superior a su temor y esto lo convierte en uno de sus fieles practicantes y el más celoso de sus guardianes.
Carvajal y de la Cueva es objeto de las envidias y rivalidades cortesanas en el virreinato. Pero sus enemigos no encuentran la vía que facilite su malevolencia. La fama de Carvajal es la de un militar victorioso al servicio del imperio español, la de un negociador que ha preferido el abrazo a la contienda frente a las tribus indómitas que habitan el norte de la Nueva España. Empero, su destino fue sellado en sus antecedentes esclavistas por la maldición de Yanka, la joven africana cuya familia es arrebatada de su hogar para vender a sus miembros en el mercado de esclavos. En tierras de América lo alcanzará su maldición. A la corte virreinal llegó un intelectual de oficio intrigante que da con la clave para hundir a Carvajal: su posible nexo con la fe perseguida. En su pasado y su familia lo encuentran.
Siguiendo esa pista, Carvajal y de la Cueva es puesto en prisión y castigado a destierro. Muere en esta triste condición. La familia Carvajal se torna en el blanco inquisitorial y Joseph, entonces líder de la comunidad judía en la Ciudad de México, en su diana.
A Joseph Lumbroso la novelista le sigue los pasos en su vehemente investigación en Portugal, en el Nuevo Reino de León, en las aventuras peligrosas a las que se enfrenta en este entorno y por propia mano (se autocircuncida), en la ardua escritura de sus Memorias, magnífico primer testimonio judío en América, del cual reproduce en la edición su cuidadosa caligrafía. Lo hace vivir y nos hace sufrir el rigor de su tormento en los hipogeos de la Inquisición. Una pena mayor resulta para aquel cruzado de su fe cuando, a efectos de la tortura, delata a toda su familia y al círculo de sus conocidos y amigos, al punto de intentar suicidarse. No lo logra y es condenado por hereje y relapso a la hoguera, junto con su madre y dos de sus hermanas en un auto de fe.
Carlos Fuentes tenía razón al considerar en El espejo enterrado, que la Conquista de México tuvo lugar en uno de los peores momentos de la intolerancia religiosa en el mundo.
Gracias a la palabra escrita, las Memorias de Luis (Joseph), ocultas, robadas y recuperadas tras varios episodios para el patrimonio documental de México, y a una magistral escritora como es Gabriela Riveros, ese primer holocausto genocida de los judíos nos queda en la conciencia y en la piel. Si así pudiera ser leída Olvidarás el fuego por toda la comunidad judía, no dudaría en condenar con todas sus fuerzas el similar intento, ahora a cargo del gobierno de Israel y de quienes lo apoyan. También sus víctimas, el pueblo palestino, están dejando testimonios donde la palabra escrita resonará con un estruendo mayor al de todas sus bombas y se levantará para acusarlo ante un tribunal memorioso cuyo juicio no prescribirá jamás.