ace ya casi tres semanas que los habitantes de las colonias Culturas de México y Jacalones, en el municipio de Chalco, sobreviven entre aguas negras sin que hasta ahora las autoridades se hagan cargo de una situación que amenaza el patrimonio, la salud y las vidas mismas de los pobladores, además de constituir una afrenta a la dignidad humana.
Los vecinos de las 600 viviendas que permanecen anegadas desde inicios de mes han clamado a las autoridades que atiendan su desesperada situación, pero hasta ahora sólo se les han ofrecido paliativos y medidas de control que impiden que los barrios desaparezcan bajo las aguas; sin embargo, no hacen nada para restablecer la salubridad ni la habitabilidad de sus hogares.
Los funcionarios aducen motivos meteorológicos y técnicos para la persistencia de las condiciones de desastre. El primer factor son las intensas e incesantes lluvias que ha experimentado el valle de México en los meses recientes. Además, la línea principal del colector Solidaridad, que desaloja las aguas residuales, se encuentra inutilizado debido a que el hundimiento del suelo provocó un desnivel de tres metros en la red justo a la altura del cárcamo que bombea y desaloja el líquido. Asimismo, se ha detectado la presencia de al menos un tapón de basura, pero no es posible retirar la obstrucción puesto que se encuentra debajo de las viviendas.
Estas explicaciones pueden ser ciertas, y los vastos sistemas hidráulicos que previenen –o deberían prevenir– anegaciones en toda la antigua cuenca lacustre donde hoy se asienta la megalópolis son de una innegable complejidad. Sin embargo, estas realidades no ocultan la histórica negligencia y el abandono que padecen las demarcaciones del suroriente del estado de México, ni tampoco eximen a las autoridades actuales de responsabilidad por actuar con dilación pese a las múltiples advertencias.
Con diferente magnitud, estos episodios se repiten año tras año sin que se implemente una solución real para los millones de personas que habitan la región. En la actual temporada de lluvias, pasaron 40 días antes de que la presidencia municipal de Chalco solicitara la declaratoria de emergencia, pese a que durante todo ese tiempo 15 colonias, pueblos, barrios y unidades habitacionales demandaron ayuda. Los vecinos también señalan la falta de mantenimiento del drenaje como una causa central de la crisis, y acusan al ayuntamiento de derrochar recursos en frivolidades.
No puede olvidarse que la zona del valle de Chalco (que abarca al propio Chalco de Díaz Covarrubias, Valle de Chalco Solidaridad, Chicoloapan, Chimalhuacán, Ixtapaluca y La Paz) encierra una microhistoria de la pobreza, la marginación y la desigualdad en la construcción del México contemporáneo. Esta área, que hasta inicios del siglo XX estuvo ocupada por el lago que le da nombre, tuvo posteriormente una vocación agrícola y pecuaria, y fue hasta la década de 1970 cuando comenzó a poblarse de manera masiva con el flujo de personas que llegaban de las áreas rurales del centro y el sur del país en busca de oportunidades laborales en la megaurbe.
A quienes huían de la miseria del campo se sumaron los expulsados del entonces Distrito Federal por el encarecimiento de la vivienda como resultado de la abolición del sistema de rentas congeladas. Es decir, los chalquenses se cuentan entre las primeras víctimas del entonces incipiente y hoy muy avanzado proceso de gentrificación de la capital.
Orillados por la pobreza a poblar una zona propensa a las inundaciones, medio siglo después los habitantes de la región siguen esperando que en sus comunidades se lleven a cabo las mismas obras que evitan anegaciones duraderas en las alcaldías centrales de la Ciudad de México. Atender sus reclamos y dar una solución definitiva a la tragedia recurrente que padecen es un deber elemental para garantizarles sus derechos humanos a la salud y a la vivienda digna, pero también constituye una deuda histórica del Estado mexicano con los damnificados de un modelo de desarrollo profundamente excluyente.