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Veneración creciente

Para Mónica del Villar

E

n 1980 se colocó en el retablo principal del templo de San Hipólito, en el Centro Histórico, una imagen de San Judas Tadeo. Es considerado el patrono de las causas difíciles, incluso de las imposibles; se le atribuyen diversos milagros, particularmente la curación de enfermedades. Se dice que de los favores que más le solicitan son que la gente salga de prisión o para salir bien librados de un problema judicial.

Se le festeja el 28 de octubre y, en sus inicios ese día acudían decenas de fieles a venerarlo. Al paso de los años, su popularidad fue creciendo; desde hace un par de lustros de manera descomunal acuden cientos de fieles los días 28 de cada mes.

De los viejos barrios del centro, destacadamente Tepito, van numerosos grupos en los que sobresale gente joven, muchos con su camisetas impresas con la imagen del santo y cargando enormes figuras para que sean bendecidas.

Esta devoción ahora se ve alimentada por la gira de una reliquia de San Judas Tadeo, que consiste en un fragmento de hueso de uno de sus brazos, custodiado en una vistosa urna dorada que asemeja una extremidad superior, coronada por una mano en posición de dar la bendición; en el centro, una ventanita de cristal permite apreciar el huesito santo.

Entre 2023 y 2024 recorrió más de 100 ciudades de Estados Unidos y ahora comienza su periplo por México, donde es recibido con entusiasmo por miles de fieles.

Los orígenes del santo son inciertos. La versión más aceptada es la que dice que Judas Tadeo fue uno de los discípulos de Jesús y formaba parte de los 12 apóstoles. En los Evangelios, lo mencionan de diferentes formas: como el hermano de Jesús, Tadeo, o simplemente Judas, pero para evitar que se le confunda con Iscariote, quien traicionó a Jesús, lo nombran Tadeo.

Otra curiosidad del venerado santo son sus diversas representaciones. En la Ciudad de México usualmente lo vemos con una túnica blanca, manto verde esmeralda, un gran medallón en el pecho con el rostro de Cristo, melenita discreta, una barbita bien recortada y una llamita saliendo de la cabeza. Averiguamos que esto se debe a que recibió al Espíritu Santo en Pentecostés.

Sin embargo, en la propaganda de la gira de la reliquia que ha proliferado en grandes anuncios a todo color en todos los medios, aparece un apuesto joven con una tupida melena de rizos, barba abundante, un pequeño medallón y la capa adornada con un galón de oro y un halo en lugar de la llama.

El San Judas Tadeo que se venera en el templo de San Hipólito es el primero y llegó a desplazar casi por completo al santo patrono original, un escritor de la iglesia primitiva, a quien la Iglesia católica ha considerado el primer antipapa, al ser elegido obispo de Roma en el año 217. Tras morir como mártir, reconciliado con la Iglesia, se le reconoció como santo.

El templo se levantó en el punto de la calzada de Tlacopan donde los españoles padecieron uno de los peores momentos en su huida, cuando sufrieron la derrota que pasó a la historia como la noche triste, ahora rebautizada como la noche victoriosa.

Originalmente fue una pequeña ermita y al poco tiempo se acordó que en ese sitio se festejara la consumación de la Conquista, que aconteció el 13 de agosto de 1521, y que se dedicara a San Hipólito.

En 1556 llegó a la Nueva España el andaluz Bernardino Álvarez, quien cansado de una vida de aventuras decidió dedicarse a cuidar enfermos en el hospital que había fundado Hernán Cortés. Una década más tarde consiguió diversos apoyos para crear su propio nosocomio, en unos terrenos al lado de la ermita de San Hipólito, por lo que decidió bautizarlo con ese apelativo.

La primitiva ermita de adobes se tornó en una enorme y bella construcción de tezontle y cantera, con dos grandes patios y un hermoso templo adjunto que sobresale con sus originales cubos de las torres colocados a manera de biombo y cubiertos con ajaracas.

Las esbeltas torres lucen pequeños estípites; la de la izquierda fue construida ¡en 1962! y es idéntica a la original. La portada es de dos cuerpos y remate, con nichos, columnas lisas, pilastras y relieves; entre estos últimos sobresale el de San Hipólito.

Justo cruzando la calle está el hermoso edificio que alberga el Museo Kaluz; a un lado de la entrada está la cantina Doña Julita. Muy bien decorada ofrece sabrosa cocina cantinera y, por supuesto, buenas bebidas.