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Retrospectiva Akira Kurosawa
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▲ El cineasta japonés, Akira Kurosawa.Foto cortesía de la Cineteca Nacional
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no de los mayores estímulos para los cinéfilos en México es el éxito sorprendente que tiene la Cineteca Nacional con una programación que incluye retrospectivas de autores consagrados, estrenos muy variados de cine de autor, ciclos de cine internacional, y un apreciable rescate del mejor cine mexicano. Tan sólo en estos meses de verano, y en medio del páramo de una cartelera comercial sin sorpresas, lo que proponen las dos cinetecas del sur capitalino es, de hecho, una cartelera alternativa digna siempre de tomarse en cuenta. Por un lado, un ciclo sobre el cinema novo brasileño; por el otro, la retrospectiva inminente de películas del danés Lars von Trier. A esto se añade la exhibición de obras capitales del cineasta japonés Akira Kurosawa: poco más de la mitad de su filmografía –en total, dieciséis largometrajes, once de ellos en 16 milímetros, con copias restauradas que la Cineteca presenta en colaboración con Fundación Japón en México. El éxito de la retrospectiva ha sido tal que es improbable llegar a las taquilla sin la infortunada sorpresa de que muchas de las funciones están, desde días antes, ya agotadas. Cabe preguntar si, de manera previsora, y considerando el evidente interés de un público joven por este cineasta, no habría convenido destinar a la retrospectiva, de modo excepcional, una sala más grande con el fin de hacer mayor justicia al realizador de Los siete samuráis. De modo paradójico, otra cinta japonesa, la notable El mal no existe (2023), de Ryüsuke Hamaguchi, se estrena paralelamente en una sala mucho más espaciosa y con una fortuna un tanto más discreta.

Uno de los títulos más emblemáticos de la retrospectiva Kurosawa es, sin duda, Rashomon (1950), referencia obligada en toda escuela de cine por la originalidad y atractivo de su técnica narrativa. Tres personajes distintos relatan, cada uno a su manera, un mismo hecho, el ajusticiamiento de un noble caballero. En el origen hay una mujer elegante, esposa de la víctima, quien ha sido seducida y violada por el bandido vagabundo Tajomaru (Toshiro Mifune), quien luego habría dado muerte al marido. Viene después el relato de la propia dama ultrajada, la cual avergonzada por la cobardía del marido agraviado, lo habría a su vez asesinado. Finalmente, éste último ofrece desde ultratumba su propia versión a través de una médium delirante, según la cual, lejos de enfrentarse y matar a su victimario, él rechaza a la mujer infiel y elige al final suicidarse. Los tres relatos son plausibles, y tal vez ninguno de ellos sea cierto. El tema de la fragilidad de la verdad y los dilemas morales ineludibles en un mundo plagado, siete décadas después, de fake news y versiones distorsionadas de lo real, cobra aquí una actualidad inusitada. Otro tanto puede decirse de la apuesta de Kurosawa por el humanismo, una convicción que podía contrastar con el desencanto o pesimismo moral que en el Japón de la posguerra despertaban las atrocidades nucleares recién perpetradas. Casi al final de su carrera, en Rapsodia de agosto (1991), el cineasta insistiría, con algo de candor y una poesía intimista, en su viejo ánimo de conciliación, al evocar, de modo más directo, aquel desastre bélico.

Nadie mejor que Kurosawa para ilustrar con imágenes poderosas el absurdo y la tragicomedia de los impulsos guerreros y la ebriedad del poder, ya sea evocando y reinterpretando la dramaturgia clásica occidental, en especial de Shakespeare en Trono de sangre (1957), adaptación libre de Macbeth, o en Ran (1985), frenética versión del Rey Lear, o bien apegándose a la épica local histórica con una serie de películas sobre samuráis, que incluye la dupla Yojimbo (1961) y Sanjuro (1962), y el clásico ineludible Los siete samuráis (1954), cuya trama retoma, de modo literal, el estadunidense Preston Sturges en su western Los siete magníficos (1960). Imposible, sin embargo, reducir a Kurosawa a la epopeya grandiosa de sus grandes éxitos. Sería dejar en una sombra inmerecida a relatos intimistas, obras conmovedoras, como Los bajos fondos (1957), según Maximo Gorki, El idiota (1951), a partir de Dostoievski, y sobre todo a Vivir ( Ikiru, 1952), crónica sentimental de un viejo enfermo desahuciado quien, con un último cometido social, vuelve ilusoriamente a la vida. Vivir tuvo una nueva versión en la británica Living (Oliver Hermanus, 2022), con un guion del novelista Kazuo Ishiguro. Lo dicho: el siempre actual realizador humanista Akira Kurosawa sigue siendo un modelo insoslayable de coherencia moral y dignidad artística.