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Gabriel Orozco: El arte activo
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abriel Orozco (1962, Xalapa, Veracruz) cambió la mentalidad en la práctica del arte, abrió opciones y encontró nuevas estrategias estéticas y políticas tanto en el espacio público y social como en el mercado del arte. Fomentó la creatividad desde otros preceptos y propuso un coleccionismo no sólo en este país, sino a nivel internacional, lo que generó un cambio en la percepción del artista como productor de mercancía o de identidad. Precursor comprometido, su trabajo sigue activo, no acaba de aburrir a amigos y enemigos ni a sí mismo. En su obra se atreve a representar de forma filosófica valores como el vacío, el silencio y el tiempo. Genera decepción en el espectador al no darle lo que espera, se niega a ser complaciente y logra, quizá, tener acceso a lo poético que surge de la constante decepción o de la crueldad del mundo.

Desde niño estuvo envuelto en la vida del arte con todo lo que esto entraña; por su casa de infancia, en San Ángel, circularon escritores y artistas, los escuchó platicar apasionadamente del movimiento de 1968 y 1971, de las luchas del Partido Comunista Mexicano y debatir sobre el muralismo. Le gustaba dibujar y ver trabajar a su padre por las mañanas, siempre escuchando música y leyendo. Su madre, Cristina Félix Romandía, estuvo presente todo el tiempo, lo llevó a la escuela en un Renault-8 durante los años 70. Ella también pintaba y tocaba el piano, vibraciones que dejaron huella en las fibras de Gabriel.

Cuando la educación era muy estricta y convencional, Orozco tuvo una enseñanza visual y creativa que fue parte de la formación activa que recibió y que influye en su obra hasta hoy. Siempre supo que iba a ser artista, no contempló otra opción; dibujaba coches, planetas, circunferencias y modelos geométricos a partir de la teoría de Leonard Euler, matemático sueco del siglo XVIII. Durante la primaria despertó su gusto por el coleccionismo, primero de mariposas, luego escarabajos y otros insectos que él mismo atrapaba. Fue un gran aficionado al ajedrez, participó en varios torneos y obtuvo una medalla a nivel nacional. Practicó todos los deportes de pelota, principalmente jugó futbol hasta hace unos años.

Al terminar la carrera de artes plásticas no se identificó con la Escuela Mexicana de Pintura, ni con la Ruptura, tampoco con el trabajo de su padre, Mario Orozco Rivera, pintor y muralista (Ciudad de México 1930-1998). En su búsqueda, Gabriel Orozco viajó a Europa, leyó otros libros, vio otras propuestas. Inmerso en una exploración personal, aprendió a ver la realidad de otra manera. A su regreso a México se desprendió de la obsesión bidimensional de la pintura y del grabado. Empezó a trabajar a partir de objetos cotidianos y realizó instalaciones efímeras, invitándonos a abrir la mente a la belleza del azar y lo fugaz.

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Mis manos son mi corazón (1991), dos impresiones de cibachrome, de Gabriel Orozco, quien utiliza la materia como vehículo para expresar una idea y no como un fin en sí misma.Foto Cortesía del artista

Sin tener una cámara fotográfica propia, comenzó a documentar objetos de la calle, utilizó la fotografía como un vehículo, registró la ciudad hasta donde termina y donde el campo quiere recuperar el territorio que la urbanidad le quitó. Reformuló su relación con el arte. Comenzó un proyecto en solitario, fuera de un estudio, se apropió de los objetos comunes y generó nuevos iconos, símbolos y valores, llevó a la práctica otra forma de expresar ideas y de asumir una posición política.

Siguió su propio camino sin poner atención a las modas o tendencias artísticas del momento. Orozco se cuestionó y replanteó su propio trabajo, utilizó la materia como vehículo para expresar una idea y no como un fin en sí misma, generó asociaciones inesperadas y relaciones conceptuales; el resultado provocó una confrontación entre nuevas y viejas generaciones que empezaron a discutir, apropiarse y rebatir su obra. El artista logró un cambio en el paradigma, en el lenguaje y la percepción del arte en México, por lo que hoy es reconocido como uno de los centros del arte contemporáneo en el mundo. Orozco obtuvo fama internacional como artista fuera de serie, su voz se deja oír en Europa, Asia y América; aunque su obra y su filosofía se polemizaron, es una alternativa a la vaciedad de tanto arte contemporáneo.

Cuando tenía 5 años de edad, Gabriel Orozco acompañó a su padre a Chapultepec, ahí vio los grandes andamios del mural del Castillo donde su papá trabajó con David Alfaro Siqueiros. A su progenitor lo vio pintar, cantar y tocar la guitarra, y sin duda fue parte importante para su formación, como ahora él lo es para su hijo Simón Orozco, que estudia ingeniería ambiental, creando un hilo muy fino con el trabajo de su padre en relación con la naturaleza. Tanto Simón como María Gutiérrez, doctora en ecología política y compañera de vida, han sido cómplices en sus proyectos más importantes.

Como los pájaros o las ballenas que migran de acuerdo con las estaciones, Gabriel Orozco dialoga con diversas culturas del mundo, pero siempre regresa a sus raíces para no ser un artista en el exilio. La memoria de los caminos que transita nos muestra su lado más humano hacia la vida.