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El último bar
U

n cineasta aún activo a los 87 años. El asunto no es frecuente, pero de modo alguno excepcional. Hay una lista honrosa de realizadores veteranos que en sus últimos años de vida ofrecieron películas notables, desde Manoel de Oliveira, caso único de longevidad y perseverancia, hasta Alain Resnais, Akira Kurosawa o Clint Eastwood, por mencionar unos cuantos. En el caso del británico Ken Loach ( Vida en familia, 1971; Tierra y libertad, 1995), hay algo más que tozudez en la faena fílmica; algo en verdad admirable: una congruencia sin falla en sus convicciones políticas y en su compromiso social. Su cinta más reciente, El último bar ( The Old Oak, 2023), pareciera ser la última de su carrera, aunque no es de descartar que esta predicción él mismo la incumpla venturosamente.

Por lo pronto, esta nueva mirada agridulce al problema de la inmigración en la Gran Bretaña es conclusión de una trilogía social iniciada con Yo, Daniel Blake (2016), cinta sobre el drama que vive un hombre maduro enfrentado a la burocracia al intentar obtener un seguro de desempleo, y prosigue con Lazos de familia ( Sorry We Missed You, 2019), dura crítica a las trampas y engaños con que la subcontratación y explotación laboral propician el desequilibrio anímico de una familia. Esos dos relatos, basados en guiones del su colaborador habitual, el escritor Paul Laverty, tienen ahora una vertiente muy oportuna e intensa en la historia de T.J. Ballantyne (Dave Turner), el dueño de una taberna (El viejo roble), último lugar de reunión y esparcimiento de los parroquianos en un poblado minero al noreste de Inglaterra, golpeado por la crisis social y por una creciente especulación inmobiliaria que amenaza con destruir los patrimonios modestos. Entre el dueño de la taberna y sus clientes se establece un primer lazo de entendimiento, cuando estos últimos le proponen utilizar un salón abandonado del lugar para sus reuniones políticas. El problema surge cuando al llegar al pueblo un grupo de refugiados sirios, Ballantyne decide acondicionar ese mismo sitio para un experimento de cocina popular que beneficie por igual a inmigrantes y a lugareños de escasos recursos.

Lo que pudiera haber derivado en un impulso de solidaridad comunitaria, pronto se transforma en una exhibición lamentable de intolerancia xenófoba, cuando azuzados por viejos prejuicios racistas y una clara manipulación mediática, los parroquianos deciden hacerle la vida imposible a los recién llegados, boicoteando de paso la taberna del viejo amigo Ballantyne, cómplice hoy de los refugiados indeseables. Esta parábola del colapso de los valores de la hospitalidad cobra una gran actualidad justo en este año en que la sociedad británica asiste a una oleada de racismo de extrema derecha que tomando como pretexto crímenes atroces contra menores de edad, instrumenta disturbios violentos y linchamientos morales absurdos contra inmigrantes y refugiados provenientes de África. Esta indetenible polarización social parece derribar las ilusiones de solidaridad y entendimiento entre contrarios con las que cierra, no sin una nota de sentimentalismo, esta última utopía social de Kenneth Loach. Sin embargo, lejos de representar una postura ideológica ingenua, El último bar es un alegato tenaz en favor de la tolerancia y del respeto a lo diferente. Un último alegato social generoso antes de que la fatuidad y el cinismo se apoderen al fin de la mayor parte de las narrativas en el cine comercial.

Se exhibe en la sala 2 de la Cineteca Nacional Xoco a las 15 y 17:30 horas.