ste año, la Cineteca Nacional cumple medio siglo de brindar gozo a los amantes del buen cine en la Ciudad de México. Para celebrarlo ha preparado una serie de proyecciones especiales; entre otras, funciones gratuitas y películas clásicas como Naranja mecánica, de Stanley Kubrick, que formó parte del ciclo inaugural de la Cineteca Nacional en enero de 1974, año en el que parecía imposible verla en México, ya que era una cinta de clasificación D, que había causado revuelo en todo el mundo.
Otras joyas del viejo cine: Delicatessen, cinta francesa de 1991; El prisionero y la calandria, de 1933; ¡Vámonos con Pancho Villa!, 1935; Allá en el rancho grande, 1936; La familia Dressel, 1935, y Doña Bárbara, 1943. La mayoría serán proyectadas en 35 mm.
El recinto tiene la fortuna que desde 2013 lo dirige Alejandro Pelayo Rangel, brillante director de cine, productor y guionista. Su experiencia, eficacia y gran amor al cine han llevado a la Cineteca Nacional a merecer el título de Templo del arte cinematográfico en nuestro país.
Vamos a recordar su historia, que nació en enero de 1974, en uno de los foros de los Estudios Churubusco, con dos misiones muy claras: preservar la memoria fílmica tanto nacional como mundial, y promover la cultura cinematográfica en nuestro país.
Inició con dos salas de proyección: el Salón Rojo y la sala Fernando de Fuentes. Tenía un área de exposiciones, biblioteca especializada, librería, restaurante y bóvedas de seguridad para el almacenamiento de filmes, con temperatura y humedad controladas.
Cuando se creó, en 1976, la Dirección General de Radio, Televisión y Cinematografía (RTC) pasó a formar parte de ella; dos años después comenzó a organizar la Muestra Internacional de Cine. Actualmente depende de la Secretaría de Cultura del Gobierno de México.
En 1982 padeció el fatídico incendio que comenzó en una de las salas; por fortuna, el olor a humo llevó a evacuar al público y unos minutos después, una explosión desató un feroz siniestro que alcanzó las bóvedas donde se resguardaban las cintas de nitrato de plata, lo que incrementó la destrucción.
La conflagración duró alrededor de 16 horas y consumió prácticamente todo el edificio; hubo tres muertos y aunque nunca se conocieron cifras exactas, se calcula que se perdieron más de 6 mil negativos de películas, 2 mil guiones, dibujos originales de Diego Rivera y 9 mil libros, entre otros.
Por suerte, un par de años más tarde, en 1984, se inauguraron las nuevas instalaciones y en 1992 se construyeron bóvedas para almacenamiento, con los controles de seguridad, humedad y temperatura que la FIAF exige a todo archivo fílmico.
Una venturosa transformación se dio en 2011, cuando comenzó la modernización y ampliación de las instalaciones y los espacios públicos del recinto, que se convirtió en un espacio funcional y de gran belleza. Se añadieron cuatro salas más, con capacidad para 180 espectadores cada una, con lo que llegaron a 10 salas y un foro al aire libre. Hoy tiene galerías, terraza y muchos espacios que se comunican entre sí y albergan restaurantes, cafetería, tiendas especializadas, una buena librería, dulcería y un amplio estacionamiento.
Muy importante fue la construcción de una bóveda de 700 metros cuadrados con capacidad para albergar 50 mil películas y un laboratorio de restauración digital para desarrollar un programa de rescate de imágenes en movimiento.
Esto es algo que distingue a la Cineteca, que no se restringe a exhibir películas, sino también restaura, clasifica y preserva. Es el gran guardián de la filmografía nacional y mundial. Aquí es posible ver buen cine que no se suele ver en los espacios comerciales.
En el acto se anunció la próxima apertura de la nueva Cineteca Chapultepec en la cuarta sección del Bosque de Chapultepec. Ya les platicaremos de ella cuando esté funcionando.
Por lo pronto, antes de la película fuimos a comer ahí mismo, en El Señorito, sencillo y grato restaurante que tiene una carta pequeña pero suculenta.
Compartimos dos ensaladas: de hinojo con manzana verde, nuez y queso azul y de lentejas con jitomate, yerbas y pan pita. El complemento de la pitanza fueron sendos sándwiches de albóndigas y de roast beef. De postre, el chessecake. La bebida fue el tarro de vino con jarabe de jengibre, menta y soda; los abstemios lo pidieron virgen (sin vino), ambos muy refrescantes.