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Carlos Fuentes: Las dos caras de la muerte
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igmund Freud y Georges Bataille se unieron a las tinieblas de lo indecible y se encararon con la luz de la muerte surcando las profundas oscuridades del inconsciente, en ese angustioso viaje al encuentro con la muerte y la revelación de algo misterioso que es la fiesta brava, cuyo origen es un no origen que se volvió espectáculo llamado toreo.

Carlos Fuentes, al escribir la memoria del siglo XX mexicano, apoyó su narración en hechos y decires.

El conocimiento profundo que tenía de la cultura mexicana incluía la fiesta brava, en que destacaban los años de Manuel Rodríguez Manolete en México y el clamor que ocasionó su muerte en las astas de un toro de Miura.

¡Ay, madre! Lo he visto matar al toro y el toro matarlo a él. Lo manifiesto nos habla de un aire a muerte desplazado a decires. Lo más relevante del siglo pasado del toreo en el país.

En su libro Los años con Laura Díaz, en el capítulo Chapultepec Polanco 1947, relata: “Pero en México, también llenaba las plazas Manolete, franquista él, pero en realidad invento póstumo del Greco, flaco, triste, estilizado.

“Manolete era el diestro del hieratismo, inmutable, derecho, vertical como una vela. Se disputaba los triunfos con Pepe Luis Vázquez, el sevillano que tenía el ‘no se qué’, le contaba a Juan Francisco a Dantón, cuando padre e hijo (personajes de la novela) concurrían a la nueva monumental plaza México en medio de cincuenta mil aficionados sólo por ver torear a Manolete.

“Pero Pepe Luis era el sevillano ortodoxo y Manolete el cordobés heterodoxo, el que violaba las leyes clásicas, y no adelantaba la muleta para templar y mandar; no cargaba la suerte para que el toro entrase en los terrenos de la lidia; el que paraba, templaba y mandaba sin moverse de su sitio, expuesto a que el toro lo toreara a él.”

Pero cuando el toro embestía, el torero, inmóvil, aguantaba. ¡Cómo aguantaba!

La plaza entera gritaba de angustia, se quedaba sin respiración y estallaba en un ¡olé! victorioso cuando el maravilloso Manolete resolvía la tensión con un volapié en que hundía el estoque por todo lo alto en el cuerpo del toro.

“Dantón no retenía más que una lección: el toro y el torero se veían las caras.

“Las dos caras de la muerte. Sólo en apariencia moría el toro y sobrevivía el torero. La verdad es que el torero era mortal y el toro inmortal.

El toro seguía y seguía, salía y salía una y otra vez, cegado por el sol, manchaba la arena por la sangre de un solo toro inmortal que ve pasar generación tras generación de toreros inmortales.

El triunfo y la gloria son pasajeros; hay que matar a un toro tras otro toro para aplazar nuestra propia derrota final el día que nuestro propio toro nos mate... como mató a Manolete, como nos matará el toro.

Esa muerte de la cual los mexicanos hacemos fiesta a principios de noviembre e inicio de la fiesta brava, en que morirán toros y a veces toreros.

Manolete llenó el toreo de su aguante único que se volvió universal, como el escritor Carlos Fuentes volvió su literatura universal, tan es así, que en una de las ferias sevillanas fue invitado a un pregón torero en compañía de quien será el próximo secretario de Relaciones Exteriores, Juan Ramón de la Fuente, que lidiara con los problemas de conducta social de un mundo con la rabia contenida.