e unos años a la fecha, un número considerable de intelectuales afines a los poderes fácticos ha afirmado que la derrota electoral del PRI, en 2000, significó el fin del régimen de partido-Estado y el inicio de la llamada transición a la democracia
. Denominar así al fin de la larga hegemonía del PRI no sólo pretendía nombrar a un nuevo periodo histórico, sino que deseaba valorar negativamente el régimen de la Revolución Mexicana (1940-1982) y orientar el quehacer político hacia un horizonte de nueva normalidad neoliberal.
En apariencia, esta postura tenía coherencia; pues en su momento la derrota del PRI trastocó el viejo sistema político, el cual, como se recordará, era antidemocrático, corrupto y autoritario. No obstante, resulta curioso que estos intelectuales no hayan mostrado el mismo interés de valorar el significado de la finalización de otra larga época, particularmente cuando el Estado priísta a inicios de la década 1980 abrazó los postulados del libre mercado, las privatizaciones y la apertura comercial.
Por el contrario, de los 80 a 2000, estos intelectuales fueron críticos con el PRI, pero prefirieron concentrarse en denunciar abusos de poder, desfalcos al erario, magnicidios y represiones, aquello que resultaba por demás obvio. En aceitada estrategia de simulación, se esforzaban por hacerse pasar como críticos implacables del poder político; aunque pocas veces del religioso, jamás del mediático, mucho menos del económico; de ahí su silencio ante las modificaciones estructurales sobre el Estado posrevolucionario.
La genealogía del relato de la transición a la democracia
es larga. Comienza a promoverse poco después de la llegada del PAN a la Presidencia y casi a la mitad de la década de 2000, ya había adquirido legitimidad y popularidad, principalmente en revistas, periódicos, editoriales e instituciones hegemónicas de aquella época. Su sustento historiográfico, por decirlo de manera muy condescendiente, se fundamentaba en la analogía que estos intelectuales establecían entre el fin de la dominación priísta de casi 70 años, el fin del franquismo en España y la caída del llamado socialismo real a inicios de los 90. Como se podrá constatar, dos procesos históricos ajenos a la situación mexicana.
Estos intelectuales, conocidos como transitólogos
, construyeron una particular narrativa, en que argüían que sucesos históricos fundamentales en la memoria de la izquierda mexicana –el movimiento estudiantil de 1968, la matanza del 10 de junio de 1971, la guerra sucia , la participación social tras los sismos de 1985 y el fraude electoral de 1988– fueron los acontecimientos que condicionaron la derrota del PRI en 2000 y el advenimiento de la democracia. Con hábil interpretación histórica, se apropiaron de palabras que representaron demandas dirigidas contra el sistema priísta de corte corporativista, como sociedad civil
, autonomía
e independencia
y les asignaron significados gerenciales y empresariales.
Sin embargo, algunas voces han comenzado a poner en entredicho la interpretación histórica de la narrativa de la llamada transición a la democracia. Por ejemplo, se señala que no existe ruptura alguna con el triunfo electoral del PAN en 2000, ya que los gobiernos de Vicente Fox y Felipe Calderón continuaron las mismas políticas que sus antecesores priístas neoliberales, particularmente desde De la Madrid, Salinas y Zedillo. Cabe recordar que los panistas concedieron la banca mexicana al capital extranjero, entregaron concesiones a las mineras canadienses y permitieron el ingreso del capital privado en las empresas estratégicas nacionales, como Pemex y la CFE. Esto al margen de que Calderón desencadenó la mal llamada guerra en contra del narcotráfico, de funestas consecuencias.
Por ello, si se desea hablar de rupturas en la historia reciente, se sugiere identificar dos fundamentales: la de 1982, cuando el Estado priísta abandonó los postulados de la Revolución Mexicana, y la elección de 2018, cuando una compleja y heterogénea coalición social, liderada por Andrés Manuel López Obrador, conquistó con amplio apoyo social la Presidencia de la República.
Estas interpretaciones históricas contribuyen a que se concluya que la llamada transición a la democracia
fue un atractivo mito clasemediero, urbano y chilangocentrista
. Conviene elaborar otra mirada al pasado reciente. Una en la que se reconozca que, el actual presente, se encuentra atravesado por la disputa entre fuerzas políticas que aspiran a desmontar, por una parte, el aparato neoliberal y, por otra, impedir que se desarticule el viejo orden. Esta es la impronta de nuestro tiempo presente. Y esta es la ruta a seguir para comprender nuestro pasado inmediato.
* Investigador del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (@vivangm)