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Los ingenieros arquitectos y San Lorenzo
U

na hermosa casona porfiriana ubicada en la calle Belisario Domínguez 19, que conserva en su interior añejos muros, seguramente de una construcción del siglo XVII, alberga el Ilustre Colegio Nacional de Ingenieros Arquitectos de México AC (Icniam).

El organismo fue creado en 1963 en el auditorio de la ESIA, ubicado en la Unidad Profesional Adolfo López Mateos, del Instituto Politécnico Nacional, por un grupo de egresados de dicha carrera. Su objetivo principal fue consolidar la mística que le dio origen, sirviendo como el medio de difusión de la corriente funcionalista, apoyados en la Escuela Superior de Ingeniería y Arquitectura, y propagar este movimiento histórico representado por el emblema Los ingenieros arquitectos en la construcción de un México mejor.

Recientemente lo visitamos para dar una plática sobre la arquitectura del porfiriato en la Ciudad de México, promovida por el activo arquitecto Itzam Hernández.

Al terminar, era inevitable visitar el templo de San Lorenzo que se encuentra justo enfrente. Alguna vez lo mencionamos, y nos da gusto ver que sigue bien cuidado y con mucha vida, ya que además de su función religiosa ofrece buenos conciertos los sábados por la tarde.

Es una gratísima experiencia porque permite disfrutar la música y apreciar con toda calma la belleza y original decoración que guarda el antiguo templo, cuya historia vale la pena recordar.

Se construyó en 1650 y era parte del convento dedicado a San Lorenzo, que edificaron monjas agustinas en el siglo XVII. Tras el abandono de las religiosas, por las Leyes de Reforma y varios años con usos viles, el edificio se restauró y se estableció la primera Escuela de Artes y Oficios. Tiempo después lo ocupó la EIME, que se transformó en la EITE y en 1936 en la Esime, dependencia politécnica que ha formado a muchos de los mejores ingenieros mecánico-electricistas del país.

Volviendo al templo, se construyó siguiendo los lineamientos arquitectónicos de la época y en los siglos posteriores se realizaron modificaciones para adaptarlo a la moda barroca. En la actualidad conserva la portada de gran belleza, que consta de dos cuerpos con pilastras y columnas dóricas adosadas, las cuales sostienen un sobrio entablamento que se interrumpe con tres nichos con esculturas. En el segundo cuerpo resalta una escultura de San Agustín, de tamaño natural. Los materiales son los característicos de la época: avinado tezontle, adornado con elegante cantera plateada en los marcos y las portadas.

Con anterioridad comentamos que en los años 60 del siglo XX, el progresista sacerdote Ertze Garamendi estuvo a cargo del templo y le devolvió el nivel original. El interior lo limpió de adornos ordinarios e invitó al artista Matías Goeritz a diseñar los vitrales y el sitio en donde estuvo el altar mayor, destruido tras la exclaustración junto con los altares laterales.

La obra de Goeritz es extraordinaria, entre otras, por el diseño y colorido de los vidrios de las ventanas, que se llevó a cabo en la Fábrica de Vidrio de Carretones, situada en el barrio de la Merced, la que también elaboró los vitrales de la Catedral Metropolitana en años posteriores, también obra de Goeritz.

El soberbio interior, en el que destacan las bóvedas de ambos coros, está prácticamente desnudo; en el lugar donde estuvo el retablo del altar mayor, Goeritz diseñó una gran mano con un dramático orificio en bajorrelieve, titulado La mano de Dios, inspirado en la mano del Cristo crucificado que aparece en el retablo de Isenheim, realizado por el pintor alemán Matthias Grünewald en el siglo XVI.

Desafortunadamente, esta original belleza ha sido parcialmente cubierta por un altarcito barroco que trajeron de otro sitio. Confiamos en que algún día se remueva y se permita apreciar esta obra de arte contemporáneo, que expresa un gran misticismo y armoniza espléndidamente con la arquitectura barroca.

Antes del acto, almorzamos en El Campirano, en Bolívar 20, que ofrece un extenso y sabroso bufet que incluye fruta, jugos y platillos de peso mayor, como chamorros, carnitas, pechuga empanizada con papas a la francesa, pancita de res, mixiotes de carnero, chiles rellenos y platos típicos de desayuno, como los huevos revueltos y hot cakes. Hay postres clásicos, entre otros, arroz con leche y flan.