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Cronista perenne
E

ste año se cumplen 120 del nacimiento de Salvador Novo y medio siglo de su fallecimiento; hombre de muchos talentos y de polémica personalidad, que dejó una enorme obra que nos permite conocer en sus entrañas el México de la primera mitad del siglo XX.

Nació en la Ciudad de México en 1904, y cuando tenía seis años la familia se trasladó a Torreón, Coahuila, donde vivió hasta la adolescencia. De regreso en la Ciudad de México ingresó a la Preparatoria Nacional, donde estableció relaciones con quienes habría de compartir diversos proyectos culturales a lo largo de su vida, entre otros, el movimiento de renovación de la literatura mexicana, y fue parte del grupo de Los Contemporáneos, al lado de Carlos Pellicer, Xavier Villaurrutia, Gilberto Owen, José Gorostiza, Jaime Torres Bodet y Jorge Cuesta.

En los años 20 fundó, con Antonieta Rivas Mercado, el Teatro Ulises, el primer teatro moderno de México, y publicó la revista del mismo nombre junto a Villaurrutia. En esa época comenzaron a aparecer sus primeras notas periodísticas en la revista México Moderno y dos años más tarde en Prisma, que se publicaba en París.

En 1925 fue uno de los redactores del proyecto de Lecturas clásicas para niños, que impulsó José Vasconcelos en la Secretaría de Educación Pública. También hizo diversas antologías de cuento y poesía de América y Europa.

Ensayista, poeta, dramaturgo y extraordinario cronista, vivió etapas fundamentales de nuestra historia y el ingreso a la modernidad. Con una prosa amena, intimista, comparte sus recuerdos, por momentos con un humor negro, transgresor, irónico; es reflexivo y crítico, sin pelos en la lengua, como se dice popularmente.

Fue amigo y… enemigo de los intelectuales mas importantes de la época, del mundo del teatro, las artes, la alta sociedad y la política. Vio surgir y fue parte de varias de instituciones que fueron conformando un país cosmopolita.

En 1947 participó en el lanzamiento del Instituto Nacional de Bellas Artes junto a Carlos Chávez, para lo cual Novo compuso varias obras de teatro, y fue designado jefe del Departamento de Teatro. Al concluir sus funciones, en 1953, abrió en Coyoacán el Teatro de la Capilla y dirigió la Escuela de Arte Dramático.

En 1952 fue elegido miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y en 1965, el presidente Gustavo Díaz Ordaz le otorgó el título de Cronista de la Ciudad. Tres años más tarde se le puso su nombre a la calle donde vivía en Coyoacán.

Pocos cronistas han merecido tanto ese nombramiento como Novo. Aparte de sus 20 libros de poesía, se puede afirmar que la mayor parte de sus trabajos son crónicas sobre la historia intelectual, política y artística de México. No quedó fuera la que habla de los barrios populares, las cantinas y pulquerías, la vida de la farándula y sobre la comida.

Una de sus obras más sabrosas en todos los sentidos es Cocina mexicana o historia gastronómica de la Ciudad de México, publicada en 1967, que lleva al lector por un recorrido que semeja el menú de un restaurante. La divide en servicios o tiempos, como si el lector fuera a acudir a un restaurante donde repasa las épocas importantes de los guisos nacionales con sus costumbres, lugares y platillos.

Comienza con el México prehispánico, sigue con el virreinato y explica el mestizaje en la gastronomía que va a dar como resultado la cocina mexicana. En el tercer tiempo habla de la influencia francesa en lo mexicano y en el postre recuerda banquetes históricos.

Este libro, al igual que el ya clásico Nueva grandeza mexicana, y la basta obra de varios volúmenes que reúnen sus textos periodísticos que abarcan desde el sexenio de Lázaro Cárdenas hasta Luis Echeverría, son el ejemplo más acabado de la crónica de calidad literaria, amena e ilustrativa que es siempre una lectura vigente.

De su labor como cronista vamos a platicar el próximo martes 30, en la casa de cultura Reyes Heroles, en Coyoacán, a las 17 horas.

En recuerdo de Salvador Novo, el cronista perenne, vamos a comer a Bellinghausen, en Londres 95, en la colonia Juárez, uno de los pocos restaurantes que sobreviven de los que menciona en su Nueva grandeza mexicana.

Fundado en 1915, en su salón o en su jardín-terraza, con fuente y jaulas de canarios, se degusta excelente comida mexicana.

Sus clásicos: filete Chemita, pato Bell, pámpano a la sal, chamorro de la casa y tacos de pescado Rodrigo. Postres: pastel de almendras o de higo.