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El mayor dolor de mi vida
L

a verdad es que, una vez más, sobran temas, pero una vez más voy a mencionarlos rápidamente.

Hoy mismo es un día clave para Venezuela y, en realidad, para todo el escenario latinoamericano, con énfasis para el Brasil gobernado por Lula da Silva.

Al fin y al cabo, hasta hace muy poquito el Brasil de Lula era el principal respaldo a la Venezuela de Maduro. Sin embargo, a medida que el autoritarismo del venezolano avanzó cada vez más, ese respaldo empezó a disminuir, pero se mantuvo a punto de llevar al brasileño a decir que lo que pasaba en el país vecino era una democracia relativa.

No obstante, en los últimos días y a medida que Maduro siguió acelerando sus medidas autoritarias y persiguiendo adversarios o a cualquiera que no se sometiera a sus reglas, la distancia con Lula y su gobierno aumentó de manera significativa, al punto de que muchos de los que siguen la situación prevén un alejamiento cada vez mayor.

Sobran también cuestiones internas enfrentadas por el gobierno de Lula, sus permanentes dificultades para trabajar junto al peor Congreso desde la redemocratización, es decir, 40 años, donde la oposición es mayoría y por eso funciona como una hambrienta máquina de chantaje, el problema creciente de la cuestión ambiental, y por ahí vamos.

Pero no; quiero hablar del mayor dolor de mi vida.

Quiero hablar de la partida de Martha María Vianna. La menciono aquí porque creo que muchas de las amigas y muchos de los amigos con quienes convivimos en nuestros años vividos en México la recordarán. Entre otras cosas, fue la supervisora de la representación en México del Acnur, la responsable de tratar de los refugiados bajo la bandera de Naciones Unidas, entre –si no me equivoco– 1981 y 1983.

Este último año, a propósito, la agencia fue considerada para el Nobel de la Paz, y yo me divertía diciendo que era novio de una Premio Nobel.

Pues esa novia mía, mi novia a lo largo de 53 años cinco meses, 18 días y 6 horas y media, partió en su último viaje ese amanecer tremendo del 26 de junio de 2024.

Digo novia porque nunca quise casarme con ella. Nunca la quise como esposa, sino como novia.

Fue el único verdadero gran amor de mi vida.

Siempre que alguien me preguntaba quién era la persona más importante de mi vida, en esa clase de entrevista tan común a las que le falta imaginación, yo contestaba: Felipe, mi hijo cineasta.

Y la reacción era inmediata: ¿Y Martha?

La respuesta jamás cambió: Martha es mi vida.

Pues ahora mi vida se fue.

A lo largo de los 53 años, cinco meses, 18 días y 6 horas y media, todo lo bueno que me ocurrió tuvo su decisiva participación. Y lo que ocurrió de malo –la pérdida de amigas y amigos que vivían en nuestros corazones, la partida de mi padre– ella no tuvo cómo evitar.

Algo me suaviza un tantito el dolor: donde quiera que esté, mi novia estará cercada de muchas de nuestras almas fraternas que cometieron antes la misma y perversa imprudencia de partir en sus viajes sin vuelta. Y que en su compañía espera por mí, como siempre esperábamos el uno por el otro.

La extraño cada segundo de mis días.

Creí que desahogarme aquí, en un espacio público, mitigaría un tantito mi dolor.

Qué va.

Ahora duele más, por estar escrito.

Es el mayor dolor de mi vida, como ella fue el único verdadero gran amor de mi vida.

Hasta pronto, Bichito Mío.