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El Quijote, ¿origen sin origen?
D

on Miguel de Cervantes deja en claro que sus obras se estructurarán de acuerdo con una visión no patriarcal de la identidad.

El cuestionamiento de la autoridad se perfila desde el primer capítulo; la historia de don Quijote se vislumbra como el producto de autorías diversas en versiones divergentes. La pertenencia de la aseveración de Miguel Unamuno al decir que el lector de El Quijote de la Mancha se encuentra con dos novelas superpuestas: la de la escritura externa y la de la inscripción interna, con lo que se hace asimismo evidente el movimiento de los personajes del aparente centro hacia la marginalidad.

Más adelante aparece como escenario el Toledo de Carlos V, ciudad fortificada que ejemplifica el tema centralizante e inmovilizador del Estado moderno.

Con estos planteamientos, Cervantes denuncia una lucidez sorprendente: por un lado, la violencia del poder basada en la centralidad y la fijeza del logofonocentrismo que se aferrará a toda la cultura de Occidente apuntalada en la metafísica tradicional: personajes y discursos que se desdoblan, descentramiento de la razón y la certidumbre y cuestionamiento sobre la paternidad, la autoría, el centro y el margen.

Cervantes, con estos planteamientos, se coloca desde hace 400 años como precursor de la deconstrucción preconizada por Jacques Derrida basado en Sigmund Freud.

Enlace entre Cervantes, Freud y Derrida, quienes por la misma senda, a 400 años de distancia, pretenden destacar que el texto escrito nos aleja de la presencia de autor y lector, facilitando la multiplicidad de interpretaciones, la apertura a nuevos sentidos, que nos remitirán a otros; es decir, búsqueda de huellas que conforman lo que Jacques Derrida llama archiescritura (o escritura que tacha el origen), condición de la posibilidad del lenguaje como sistema· articulado, abierto, vivo.

Tanto la obra cervantina como el pensamiento derridiano resultan ser obras en constante transformación de un querer decir (sentido) permanente e inamovible. Ambas obras comparten lo que el filósofo francés sentencia con rigor: que la filosofía ha olvidado su condición de lenguaje, entendiéndolo como complejo sistema de cadenas abiertas de términos indecibles (más que de signos, de series significantes que nunca remiten a un origen, a una presencia), lo que la ha llevado a construirse en una metafísica de la presencia, que pretende las verdades absolutas recurriendo al discurso oral en detrimento escrito, la escritura interna: abre-caminos.

(Cueli, José. Entre el sueño y el delirio, Ediciones La Jornada, México, 2013.)