Editorial
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Trump: prepararse para lo peor
E

n una más de sus diatribas antimexicanas, el candidato presidencial republicano Donald Trump afirmó que sigue en pie su plan de intervenir militarmente en México a fin de atacar a integrantes e infraestructuras del crimen organizado que trafican drogas hacia Estados Unidos. El magnate incluso aseveró que el país está petrificado ante los cárteles de la droga, que pueden quitar al presidente en dos minutos, y su compañero de fórmula JD Vance dijo que México dejará de ser un país de verdad y se convertirá en narcoestado a menos que Washington tome control sobre los grandes grupos delictivos.

No es nuevo el disparate trumpiano de usar el poder de fuego de la superpotencia en territorio mexicano de manera ilegal: quien fuera secretario de Defensa durante su mandato, Mark Esper, afirmó en sus memorias que Trump le preguntó sobre la posibilidad de lanzar misiles a México para destruir los laboratorios de drogas y aniquilar a los cárteles, así como por la manera de culpar a otro país por esa violación de la soberanía nacional. Según Esper, el ex presidente estaba convencido de que Estados Unidos podía ejecutar el ataque y mantener su responsabilidad en secreto.

En circunstancias normales, dichos exabruptos se descartarían como discursos incendiarios propios de las campañas electorales, con ninguna o poca oportunidad de ser llevados a la práctica. Asimismo, serían una enésima prueba de la mentalidad belicista e imperialista que plaga a la casi totalidad de la clase política estadunidense, sin distingo de colores. Sin embargo, ni Donald Trump ni la institucionalidad estadunidense actual pueden considerarse normales: el magnate ya ha dado muestras más que sobradas de su carencia de miramientos por las leyes, la ética o la mínima decencia, así como de la ausencia de toda inquietud por las consecuencias de sus actos, mientras la mayoría de los cuadros y bases de su partido lo acompañan en despropósitos que hace no mucho habrían resultado impensables. Sin duda, la inmunidad que recientemente le concedió la Suprema Corte (una tercera parte de cuyos miembros fueron nombrados por el propio Trump) explica en parte por qué hoy el magnate se siente libre de expresar intenciones criminales que antes mantenía en privado.

A todos los indicios de que el candidato y sus correligionarios hablan en serio cuando amenazan con agresiones imperiales contra México se suma la estrecha relación que líder y partido mantienen con el máximo genocida del siglo XXI, Benjamin Netanyahu. Trump se reunirá mañana con el premier israelí en su mansión de Florida, y los legisladores republicanos lo saludaron con estruendosos aplausos cuando se presentó en el Congreso estadunidense, no para rendir cuentas por sus crímenes de guerra, sino para pedir que se acelere el envío de armas con las cuales cada minuto masacra a ancianos, mujeres y niños palestinos.

Con todos estos elementos, queda claro que México no puede tomarse a la ligera los amagos de la ultraderecha de Washington y que, por el contrario, debe prepararse para defender de manera vigorosa su soberanía y su integridad territorial en caso de que Trump regrese a la Oficina Oval.