Opinión
Ver día anteriorMartes 23 de julio de 2024Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Álvaro Obregón, el PRI y el síndrome del manco
E

n el ya lejano 1978 mis sentimientos estaban por los suelos, ya que la selección nacional de futbol perdía en casi todos los juegos en que participaba, y en particular mostró su notoria fragilidad en la Copa del Mundo celebrada ese año. Pensé entonces que la selección debería tener un director técnico con personalidad semejante a la de Álvaro Obregón. El caudillo sonorense tenía una gran inteligencia, una portentosa memoria. Triunfaba en todos los ámbitos en que se desempeñaba, carecía de escrúpulos, y al igual que Gonzalo N. Santos años después, pensaba que la moral era un árbol que daba moras. Cínico y desvergonzado, alegaba que el pueblo lo amaba porque sólo tenía una mano para robar y hacía chistes con las letras de su propio nombre, elaborando la frase siguiente: vengo a robarlo.

En la memoria colectiva de muchos importantes políticos del PRI, hay una cierta adoración por la imagen de Obregón, porque era siempre un ganador persistente y reiterado, aunque comprendieron que en 1928 cometió el grave error de no contar con guaruras y ello permitió que fuera asesinado por un fanático religioso. En 1978 abandoné la idea de que la selección fuera dirigida por alguien parecido a Obregón, porque en ese caso habría mandado fusilar a todos los miembros del equipo contrario.

Obregón era un auténtico ahijado de la muerte y habría ultimado a su propia madre si le hubiera convenido a sus propios intereses. En 1927 ordenó la atroz matanza de su compadre, compinche y amigo Francisco Serrano y varias personas más; en años anteriores mandó matar a José Isabel Robles, quien le había salvado la vida frente a las furias de Pancho Villa y a principios de los años 20 también ordenó acabar con la vida de Fortunato Maycotte, quien también lo salvó de la muerte cuando el sonorense intentó suicidarse en el fragor de las batallas de Celaya y Trinidad. El general Diéguez, quien era del equipo de Obregón, pidió a éste que perdonara la vida al ameritado general Felipe Ángeles y furiosamente el ­sonorense le contestó que Ángeles debería ser fusilado de inmediato después de una farsa de juicio; posteriormente, don Álvaro se deshizo del ­propio Diéguez mandándolo al ­panteón.

En 1922 bajo la presidencia del propio Álvaro, ocurrió un acontecimiento extraordinario: el licenciado Miguel Mendoza-López, presidente de la Comisión Nacional Agraria, mediante un decreto conocido como la circular 51 ordenó la colectividad de la tierra bajo el comando campesino, mucho antes de que se colectivizara la tierra en la Unión Soviética. Esto enfureció a Obregón; cesó a Mendoza-López y días después lo mandó a asesinar, pero don Miguel huyó por la azotea de su casa.

Pero Obregón, hombre de gran inteligencia, era a la vez un estadista que había sentado las bases de un Estado benefactor que realizó varias concesiones importantes a sectores populares y fue durante su gestión cuando se llevó a cabo la extraordinaria y magnífica obra educativa encabezada por José Vasconcelos en la Secretaría de Educación. Obregón se decía gran amigo de los campesinos y repartió tierras en el estado de Morelos con objeto de conquistar a los zapatistas. Sin embargo, no toleraba la obra de un verdadero agrarista que repartía tierras en Michoacán y que era el insigne revolucionario Francisco J. Múgica.

Obregón lo mandó a asesinar, pero los militares que debían cumplir con ese cometido se negaron a concretarlo y por fortuna para México ese gran luchador salvó la vida. Sin embargo, Obregón ya había mandado coronas fúnebres a la que creía viuda de Múgica y le había enviado condolencias.

Siendo adolescente, contemplé una extraordinaria fotografía. En ella Obregón aparece a caballo y en uno de sus lados aparece como jinete el general Pablo González, feroz genocida de campesinos zapatistas y que había organizado el asesinato del Caudillo del Sur, y en el otro lado aparece también a caballo Genovevo de la O, uno de los principales colaboradores de Emiliano Zapata. Obregón murió antes de que se formara el PRI, pero ya en su turbulento cerebro se originaba uno de los principales paradigmas del llamado nacionalismo revolucionario; la idea de una nación donde los explotados coexistían amigablemente con sus explotadores, los obreros y campesinos con sus patrones y los oprimidos con quienes los atormentaban.

Llamo síndrome del manco a la persistencia nefasta de las peores características del obregonismo: su enorme falta de respeto a la vida humana, su amor por los bienes ajenos, su soberbia caudillista, su incapacidad para generar sentimientos amorosos auténticos y su dependencia cada vez mayor, a los dictados que provenían desde Washington. En este sentido muchos funcionarios del PRI han sido auténticos herederos de don Álvaro y con ello no quiero dar a entender que todos los miembros del PRI alberguen malignas intenciones. Yo mismo he tenido varios familiares en ese partido y la mayoría de sus miembros son personas que no han cometido delito alguno y me consta que ello en parte se debe a que muchos desconocen las fechorías de varios de sus principales dirigentes. Entre los principales herederos del sadismo obregonista estuvo aquel presidente que ordenó la matanza en la Alameda en 1952, otro que ordenó la masacre del 2 de octubre de 1968 y aquel que fingió no ser responsable de lo ocurrido en 1971. Naturalmente, pienso que el señor conocido como Alito es totalmente ajeno a cualquier intento de establecer la democracia en México, pero podemos otorgarle el beneficio de la duda al suponer que no está tan poseído por Luzbel como aquel sonorense.